Un jardín para recreo de la luz
Andrés Merino Thomas
Pocas cosas son tan gratas en las macro ciudades que conseguir el descanso físico y espiritual con paseos por un parque, recorriendo senderos ajardinados en días festivos. Pero tales zonas de recreo no aparecieron en la historia occidental hasta bien entrada la Edad moderna, al menos tal y como las concebimos hoy, con esas connotaciones de libre acceso alejadas a las de los parques regios que rodeaban a las residencias de los monarcas o a los de los jardines florales de la Italia del Renacimiento. Precisamente no fue hasta el último tercio del siglo XIX, en la Francia del Segundo Imperio, cuando los jardines populares, urbanos, de recreo ciudadano, trajeron también la separación en el cultivo de las flores ornamentales de las denominadas “hortalizas útiles”, cuya mezcla no había planteado hasta entonces especiales problemas. Y fueron los impresionistas quienes supieron aprovechar el reto estético que supuso el que miles de pequeños propietarios quisieran también reproducir esos pequeños parques en sus predios y parcelas, donde dieron rienda suelta a la pasión por la jardinería. No pocos de los principales pintores del momento se rindieron también a los encantos de Flora. Y entre ellos, Monet, que no podía faltar en una exposición dedicada al tema como la que bajo el sugestivo título “Jardines impresionistas” nos proponen en sus sedes madrileñas el Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid.
Cuando Claude Monet pintó el “Parque Monceau”, en 1878 era, sin duda, el más elitista y ornamental de París. Aunque se tratase de un jardín público, al estar rodeado en gran parte por villas que contaban con acceso directo, cuando se cerraban sus puertas quedaba convertido en un auténtico parque privado. La zona había sido diseñada en pleno siglo XVIII por Louis de Carmontelle para el duque de Orleáns, y fue restaurado por el barón Haussmann, que mandó traer variedades raras de árboles y exóticas flores. En el catálogo de la muestra, Clare S. P. Willsdon afirma que el destello rojo en último término, al fondo del cuadro, bien podría ser un parterre de begonias. Pero la más valiosa sugerencia que propone el texto no es la especie floral, sino imaginar a la esposa y los dos hijos de corta edad del artista entre quienes descansan en el banco de un sendero, pues hacía poco tiempo que la familia se había trasladado a una casa a poca distancia del parque, tras haberle embargado sus acreedores la que poseían, con jardín privado, en Argenteuil.
Monet es pintor de luz, pero no ha olvidado la vegetación. Necesita para su composición árboles vetustos. Que respondan al tiempo, frondosos. Que proporcionen al camino una intimidad engalanada. Que sostengan robustos en marco, el decorado para las figuras de los caminantes y los que descansan: mujeres con sombrilla, un hombre sentado, niñeras. Y por fin, la luz que de dibuja tras un tamiz de ramas caprichosas, de hojas que danzan y bailan danzas de celosía. Luz que administra un cuerpo opaco como el la mansión de se distingue al fondo, suave y firme, aliada con el sendero. Esta mañana, una vez más, no son los paseantes quienes han tomado posesión del parque de Monceau.
“El parque Monceau” (1878)
Claude Monet (1840-1926)
Óleo sobre lienzo (72,7 x 54,3 cm)
The Metropolitan Museum of Art (Nueva York)
Exposición “Jardines impresionistas”
Sedes: Museo Thyssen-Bornemisza (P. del Prado) y Fundación Caja Madrid (Pza. San Martín) Madrid
Organizan: Museo Thyssen-Bornemisza, Fundación Caja Madrid y National Gallery de Edimburgo
Comisaria técnica: Paula Luengo
Madrid, 16 de noviembre de 2010 a 13 de febrero de 2011
www.museothyssen.org y www.fundacioncajamadrid.org