De proclamaciones y coronaciones
Andrés Merino Thomas
En menos de diez días se han cumplido el primer centenario del nacimiento en Madrid, el 23 de diciembre de 1910, de María de las Mercedes de Borbón-Dos Sicilias, madre de S.M. el Rey Don Juan Carlos, y el décimo aniversario de su fallecimiento en Lanzarote, el 2 de enero de 2000. Pilar Eyre nos propone su biografía en La Esfera de los Libros con el significativo título “María la Brava”, todo un adelanto de su contenido, controvertido y en ocasiones pensado exclusivamente para generar polémica. La que fuera Condesa de Barcelona, como consorte de Don Juan de Borbón, recibió tan expresivo sobrenombre al poco de nacer. Se lo puso nada más y nada menos que quien sería, andado el tiempo, su propio suegro, Alfonso XIII, un monarca al que, según la autora del libro, tuvo especial aprecio como nuera y atendió siempre con lealtad. Quizá sea precisamente esa lealtad personal, humana, a la dinastía a la que pertenecía por nacimiento y al destino al que se sumó por matrimonio, la única nota común en la que coinciden escritores, periodistas e historiadores que se han acercado a la retratada.
El libro, claramente deudor de investigaciones y publicaciones de Ricardo Mateos, se apunta a esa teoría según la cual, al menos hasta el segundo tercio del siglo XX, el trabajoso deber de toda consorte regia fue sufrir en silencio los avatares de un destino incierto, jugando en la medida de lo posible las cartas de la baraja de la vida que le hubiesen correspondido en suerte. Y esos naipes podían ser desde un trono seguro a la inestabilidad de revoluciones o exilios; un matrimonio de estado afortunado o la humillación permanente de un consorte infiel; una prole regia sana o una sucesión de lutos de corte… En este sentido, conocer que Doña María se llevaba mal con su suegra, Victoria Eugenia de Battenberg, una soberana a la que el tiempo hizo más pragmática, no es motivo de especial sorpresa. O los problemas de alcoholismo de una mujer que perdió a un hijo en su juventud como consecuencia de un funesto accidente con una pistola no pasan de constituir una “aparente” revelación, pues el dato era conocido por no pocos españoles. Nos atrevemos a subrayar que no es ahí donde está la supuesta gravedad novedosa de una biografía netamente comercial. Quienes de verdad hayan leído las 489 páginas que componen este recorrido por la historia de España han tenido que reparar en que el gran perjudicado no es precisamente el recuerdo o la imagen de una mujer excepcional que intentó estar a la altura de los momentos que le tocó vivir. El problema es la revisión parcial de la trayectoria de Don Juan de Borbón, ferozmente retratado. Desde las circunstancias de la elección de su esposa a las de la celebración de su matrimonio, la componenda de su testimonial entrada y salida de España al inicio de la Guerra Civil, su vida íntima, su trayectoria personal y política ante Franco… La rotundidad de hechos y reflexiones que vierten sobre el Conde de Barcelona hace imposible dejar de pensar que la tesis asumida por Eyre es que Don Juan se vio, lisa y llanamente, superado por las circunstancias.
Todo acercamiento a un ensayo biográfico ha de realizarse con un margen de generosidad ante erratas e incluso pequeños errores que pueden aparecer en el marco de lo que se supone una amplísima investigación de documentos históricos o testimonios de primera mano. Pero muchos lectores se extrañarán al leer que el Infante Don Carlos de Borbón-Dos Sicilias está casado con “Diana” (sic) de Francia. No puede tratarse de una simple errata, pues se repite al menos en dos ocasiones en la página 366. Igualmente extraño es saber conocer hoy que la Infanta Pilar tiene seis hijos (pág. 390). Pero la presencia de un significativo error de bulto anula el efecto de un dato que ha sido convenientemente exprimido en la promoción del volumen. Sorprende que en libros presentados como rigurosos se siga confundiendo proclamación con coronación. A diferencia de otros reinos europeos, a los monarcas españoles no se les corona. Desde la Edad Media. El problema es que se pone el término en boca nada más y nada menos que de Don Juan de Borbón y la Infanta Pilar en una conversación de primera mano, de la que, como en otras tantas, no se revela fuente, lo cual extiende la sombra de la veracidad de éste y otros pasajes del libro. Porque Eyre ha escogido mal algunos acontecimientos para novelar. Hay temas en el relato que no permiten la conversación: el rigor que requiere recrear el momento histórico es tal, que si son dos los protagonistas, al menos uno de ellos tuvo que constituirse en fuente posterior para hacer posible que hoy conozcamos las palabras exactas. Y verdaderamente, la autora no ha logrado ni de lejos recrear el ambiente, la conversación y la esencia de los hechos. Otra cuestión es utilizar el pasado para verter opiniones sobre el presente, como cuando la periodista reivindica apasionadamente el cosmopolitismo que tuvieron las anteriores generaciones de las Familias Reales europeas en oposición a las actuales. De acuerdo, pero esta idea ya se la hemos oído muchas veces a Ricardo Mateos.