Con motivo de la ceremonia de su ingreso como numerario en la Real Academia de la Historia, Luis Antonio Ribot ofreció el pasado mes de octubre las líneas maestras de un interesante discurso dedicado a la gestación de la sucesión del último Austria en el trono español. Especialista entre otras materias en la Monarquía de los siglos XVI y XVII, el catedrático de Historia Moderna de la Universidad Nacional de Educación a Distancia ofrece en su ensayo, titulado “Orígenes políticos del testamento de Carlos II. La gestación del cambio dinástico en España”, nuevas claves de una compleja etapa histórica: las tensiones vividas en los círculos de poder europeos, expectantes ante las últimas decisiones de un monarca sin descendencia.
Una de las grandes propuestas de Ribot es destacar que los historiadores se han venido sumando, de forma casi obsesiva, a analizar el periodo final del reinado de Carlos II como una mera pugna sucesoria entre dos candidatos, Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, y el Archiduque Carlos de Austria. Como de costumbre, optar por una visión maniquea de periodos de inestabilidad política hace imposible ver, con mayor o menor acierto, más allá los intereses de una u otra opción. Pero el nuevo académico demuestra con creces que la realidad era sumamente compleja. NI siquiera el amalgama de intereses y posiciones personales que convivieron durante el ocaso carolino podrían clasificarse como netamente austracistas o profrancesas, pues los banzados estuvieron a la orden del día y una nota común, el rechazo a la figura de la reina consorte Mariana de Neoburgo, enlazaba a cortesanos con visiones sobre el futuro de la monarquía aparentemente irreconciliables. En un punto de su reflexión, el historiador llega a calificar los denominados partidos francés y austriaco como “inconsistentes y frágiles” (p. 70), dos adjetivos que sin duda motivarán animado debate entre no pocos de sus colegas modernistas, incluso en la docta Casa a la que se ha incorporado como académico numerario. Nos atrevemos a plantear, no tanto como objeción sino como mera reflexión, si la presencia del nombre del Duque de Anjou en el testamento final del monarca permite afirmar que el partido francés fuera efectivamente débil. ¿Ganó “Francia”? Si algo queda claro es que se escogió la opción que garantizaba la pervivencia de la unidad territorial de una monarquía.
El autor ofrece un profundo estudio de los razonamientos que llevaron a los miembros del Consejo de Estado a aconsejar a Carlos II, tras sus reuniones a finales de la primavera de 1700, a optar por la solución francesa. Tras estudiar los documentos originales conservados de cada participante, Ribot razona con profundidad que no había otra salida para la Monarquía de España: son quizá las páginas de mayor impacto en su estudio, pues el lector adquiere enseguida conciencia del valor histórico de los argumentos de cada consejero. Aunque el monarca no firmaría su tercer y último testamento hasta cuatro meses más tarde, a punto de morir, la decisión estaba tomada.
Madrid, Real Academia de la Historia, 163 pág.
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