Al pensar en el arte, en el hombre elevándose por medio de la estética a lo largo de la historia, podríamos pensar que quizá el urbanismo, la organización de la vida en las ciudades, en principio no podría relacionarse excesivamente con una idea de excelencia, de ambientes creativos. Craso error. Cuando el ser humano comenzó a agruparse en núcleos de vida sedentaria, aumentó exponencialmente su capacidad de crear formas artísticas excelsas con vocación de permanencia. Podría pensarse que la consagración de las maneras de vida urbanas a finales de la Edad Media poco pudieron influir en que la aparición de nuevas corrientes artísticas en occidente, pero tal afirmación sería desconocer y desde luego despreciar el peso de la historia de la cultura, las mentalidades e incluso la religiosidad. No hemos comenzado por el final: ese podría ser un buen pórtico para quien se adentrase en “La ciudad cristiana del Occidente medieval”, el último ensayo de Emilio Mitre, publicado en la colección Pasado remoto de la editorial Actas Historia. Lo hará sin duda quien busque una interesante propuesta para la reflexión, pues plantea no pocos interrogantes sobre si realmente podemos asociar la noción de Edad Media a “mundo rural” en sentido amplio, y si términos como comercio, burguesía o gremios se impusieron en los siglos XIV de un modo definitivo y uniforme en todo el Occidente europeo, o el ruralismo resistió aún en zonas bien determinadas.
No nos encontramos ante un sesudo tratado académico, con amplios despliegues estadísticos, estudios comparativos y argumentaciones a la defensiva. Si determinadas escuelas filosóficas, artísticas o literarias nacieron en monasterios o lugares que asociamos a un mundo rural, Mitre nos presenta con sólida urdimbre el panorama que hizo posible que en los siglos XIV y XV se asentaran las bases de un Occidente netamente urbano, que haría posible, ahí es poco, el asentamiento del Gótico. E incluso la aparición del Renacimiento. Sin duda. No describe un urbanismo vacío, aséptico. Sino el hizo posible que avanzase el alma de arte de Europa. No ha necesitado abrir zanjas gallardonianas para encontrar el lazo espiritual que une a la red de ciudades en la que cristalizó la Cristiandad europea como conclusión natural de un proceso secular. El sustrato religioso era indudable, porque la belleza de una urbe no podía entenderse sin la de su catedral, que se extendía a la de su barrido adyacente, o la de otras grandes o pequeñas iglesias que conformaban, junto a castillos, ayuntamientos o lonjas, la línea que recortaba el cielo en la mirada lejana de los viajeros que se acercaban. Lógicamente, aunque cuatro décadas de docencia dedicadas a la península Ibérica en torno al siglo XV harían lógico que la balanza se inclinase hacia un mayor peso del lo hispánico en el volumen, es notable el esfuerzo de Mitre por presentar un análisis equilibrado del trazado y desarrollo de la urbe medieval en todo el Occidente europeo, incluyendo las Islas Británicas.
El ensayo incluye, en un loable ejercicio de objetividad investigadora, aspectos críticos, analizados desde las miserias y limitaciones de una comunidad cívica incipiente que ejercía presión sobre minorías que rechazaba, como herejes, musulmanes o judíos. Esa misma ciudad presenciaba proclamaciones o entradas solemnes de monarcas, brillantes festividades litúrgicas, beneficiosos días de mercado, pero también miserables epidemias, prostitución y reyertas. Aspectos como éste hacen del volumen un estudio riguroso y sereno sobre la ciudad medieval occidental y su perfil cristiano como factor de construcción de la civilización europea. Un libro que merece algo más que detenida lectura.
Andrés Merino Thomas
“La ciudad cristiana del Occidente medieval”
Emilio Mitre Fernández
Madrid, Actas Historia, 414 pág.
ISBN: 978–84–9739–105–4