Sólo una colección española, la del Museo Thyssen, conserva mínima representación –tres obras- de uno de los pintores más relevantes del XVIII francés. Jean Siméon Chardin nunca había sido, en su calidad de especialista en bodegones y pintura de género, objeto de una muestra en nuestro país. El Museo del Prado le dedica una gran esposición de casi sesenta obras, verdaderamente representativa teniendo en cuenta del corpus de su producción apenas alcanza los dos centenares. La pieza que hemos seleccionado como ejemplo de la calidad de propuesta no es un florero o animal cobrado tras una cacería, abundantes en el recorrido, sino un curioso retrato que ejemplifica su virtuosismo al plasmar el recogimiento psicológico… nada más y nada menos que en un niño. Nos referimos a Auguste-Gabriel Godefroy (1728-1813), hijo de un joyero y banquero parisino,  representante por tanto de uno de los estamentos sociales caracterizados del Antiguo Régimen: la burguesía. Chardin recibiría muchos encargos de adinerados comerciantes, orgullosos de conocer las mieles de una bonanza económica al iniciarse el segundo tercio del siglo que finalizaría con la Revolución Francesa. No pocos estaban en condiciones de acudir al prestigio de célebres pintores para ofrecerles un mecenazgo del que ambas partes salían claramente beneficiadas.

El lienzo, también conocido como “El niño de la peonza”, recoge a Godefroy, entonces con diez años, en lo que parece ser el descanso de sus estudios. La quietud de su figura contrasta con el movimiento de la blanca peonza que parece concentrar el entretenimiento del muchacho, absorto con el giro de la pequeña pieza. Casi podemos oírle pensar, aunque no sepamos qué. Probablemente no sea en el futuro, que le llevaría a alcanzar el grado de controlador general de la Marina. Los libros dejados a un lado simbolizan sus obligaciones actuales, el estudio y la aplicación propios de su edad. Un portatizas aparece del cajón entreabierto del mueble. Una pluma de oca y un papel en blanco son claro signo también de esos años que tiene por delante, de ese destino que queda por escribir. El muchacho ha parado peinado con elegancia, vestido al modo francés, con un chaleco azul bordado del que vemos botonadura, resaltando el color marrón grisáceo de una gran casaca de enormes mangas… de las que salen unas manos de adulto, como si Chardin hubiera empleado como modelo las de un lienzo previo. Un detalle singular que llama poderosamente la atención. No sería extraño pensar que el personaje posó menor tiempo que el necesario, y el pintor concluyó el retrato con elementos que ya poseía.

Asombra la capacidad de Chardin de plasmar la serenidad en sus personajes, pero a la vez desconcierta no poder distinguir en qué proporción los retratados posan con sosiego innato, como si fuera una pacífica posesión con la que acuden ante el pintor, o es el propio artista el que decide asignarles la preciada cualidad mediante la conjunción de pinceladas vaporosas de suaves tonalidades con el silencio de los entornos de sus composiciones. Es el caso de este niño, especialmente al contemplar el fondo escogido, llamativamente neutro, en el que el rollo de papel y la pluma separan claramente la pared, a base de grandes franjas separadas por cintas anaranjadas… No podemos decidir si el silencio de Auguste Godefroy es el de un niño absorto en el juego, o es una calma decretada por Chardin para imponernos la excelencia estética de una obra maestra.

Andrés Merino Thomas

 

“Retrato del hijo de M. Godefroy, joyero, absorto en la contemplación del giro de una peonza”, también llamado “El niño de la peonza, también llamado “Retrato de Auguste-Gabriel Godefroy” (1737-1738)
Jean Siméon Chardin
Óleo sobre lienzo (67 x 76 cm)
Museo del Louvre, París
 
Exposición: “Chardin (1699-1779)
Organiza: Museo Nacional del Prado
Colabora: Ferrara Arte
Patrocina: Fundación AXA
Comisario: Pierre Rosenberg (Director honorario del Museo del Louvre. De la Academia Francesa)
Sede: Museo Nacional del Prado. Edificio Jerónimos. Salas A y B
Madrid, 1 de marzo a 29 de mayo de 2011