Torres-García en sus encrucijadas reúne más de ochenta obras, principalmente dibujos, muchos de ellos inéditos, de la colección Alejandra, Aurelio y Claudio Torres, así como pinturas y construcciones en madera. La muestra explora el proceso creativo del artista uruguayocatalán, desde sus orígenes modernistas y su paso por el noucentisme, hasta su consagración como uno de los pioneros de las vanguardias.
La exposición recorre, en sus rasgos esenciales, la trayectoria de Joaquín Torres-García, una trayectoria que abarca la primera mitad del siglo XX. Torres-García (Montevideo, 1874-1949), formado en la Barcelona modernista, fue una figura clave del movimiento noucentista. Desde Cataluña emprendió un camino que lo llevaría a convertirse en uno de los pioneros de la abstracción geométrica, junto a artistas como Mondrian, Van Doesburg y Hélion.
El propósito de esta muestra -que se articula como una sucesión de encrucijadas marcadas por opciones que a menudo la historiografía considera opuestas- es aproximar al visitante a la intimidad del proceso creativo del artista; y analizar cómo, enfrentado a esas “encrucijadas”, Torres García resuelve adentrarse por los nuevos caminos sin abandonar nunca del todo aquellos por los que ya había transitado. Esa voluntad de sumar dualidades o polos opuestos se convierte en un rasgo esencial de toda su obra, una obra en la que se superponen e integran razón y naturaleza, abstracción y primitivismo, lo eterno y lo temporal, el clasicismo y la modernidad. Siguiendo los pasos del artista a lo largo de un camino creativo que recorre la primera mitad del siglo XX, la exposición explora el contraste y la síntesis, o equivalencia profunda, entre la ”belleza clásica” y la “belleza moderna”.
Torres García en sus encrucijadas analiza, en la primera parte de la muestra, lo que podría considerarse el período de formación del artista. Las encrucijadas o polos de ese período se corresponden con ciertos momentos concretos de su vida, como son los años pasados en Barcelona y Nueva York. La exposición muestra como Torres-García evoluciona hacia el clasicismo sin abandonar su apuesta inicial por el modernismo. También explica cómo integra su visión de la vida urbana y explora la dualidad entre lo contemporáneo y lo clásico. En la segunda, dedicada a sus años de plenitud, se analizan los mitos y las ideas fundamentales de su poética: la Naturaleza, la Razón y el mito de la Atlántida.
Torres-García, un maestro moderno
Nacido en Montevideo, de padre catalán, Joaquín Torres-García llegó a Cataluña en 1891, cuando contaba 16 años. Se formó como pintor en la Barcelona modernista y sus primeras obras expuestas, como Mujer bailando, de 1900, se identifican claramente con este estilo y con su poética. Cuando en 1912 Prat de la Riba le encarga la decoración del Saló de Sant Jordi del Palau de la Generalitat, un trabajo que le mantendrá ocupado durante más de cinco años, Torres García se convierte en figura fundacional del noucentisme, un movimiento que aspiraba a transformar, modernizándola, la Cataluña de los primeros decenios del siglo XX, y que nació, como lo definió Eugenio d’Ors, como una reacción contra el modernismo. Al regresar a la pintura de caballete, en 1916, su obra inicia las nuevas tendencias vanguardistas que por aquel entonces empezaran a agitar el ambiente artístico de Barcelona.
Desde que en 1920, con 50 años cumplidos, abandona Cataluña, su vida estuvo marcada por continuos desplazamientos, entre América y Europa. En 1920 y hasta 1922, Joaquín Torres-García se instala en Nueva York. De esa época es el álbum de dibujos titulado New York City, en el que el artista atrapa el ritmo febril de la gran ciudad. En Nueva York Torres-García esperaba encontrar los medios para crear una compañía dedicada a la fabricación de los innovadores juguetes que él diseñaba, un proyecto que estaba en resonancia con otro proyecto fruto de su viva vocación pedagógica: la creación del colegio Mont d’Or, en Terrassa.
Tras su paso por Nueva York y un periodo de dos años en Florencia, Torres- García llega a París hacia finales de 1926. Durante los 6 años que pasará en la capital francesa, años cruciales en su trayectoria artística, se convierte en uno de los animadores principales de la abstracción de entreguerras, que se aglutina en torno a dos frentes asociativos: Abstracción-Création y Cercle et Carré. En ese contexto Torres-García se relaciona con artistas como Van Doesburg, Hélion o Seuphor, que defendían una abstracción geométrica que diverge de la abstracción de raíz expresiva que había estado en boga en los años precedentes a la primera guerra mundial. Estos artistas proponen un nuevo concepto, el de “expresión plástica”, cuyas señas de identidad son la serialización y la mecanización, y que cuestiona el estatuto tradicional de la pintura y la escultura. Con estos artistas Torres-García comparte una actitud racionalista. Pero si la tradición filosófica clásica, que alimenta su pensamiento, opone lo racional a lo natural, él funde los dos polos, integrando a la naturaleza en el seno de la razón. Fruto de su constante reflexión en torno al arte, la obra de Torres-García no dejó nunca de evolucionar, explorando los caminos de la abstracción hasta integrarlo todo en un lenguaje propio que él llamó “arte constructivo”.
Finalmente, tras vivir por un tiempo en Madrid (1932-1934), Joaquin Torres- García regresa a Montevideo, su ciudad natal, desde donde contribuyó a irradiar las ideas de la modernidad a todo el continente sudamericano.
Del 18 de mayo al 11 de septiembre de 2011
Exposición organizada por el Museu Nacional d’Art de Catalunya
Comisario: Tomàs Llorens, historiador del arte