En medio del ambiente general de crisis que impregna no sólo la realidad económica sino los más variados aspectos de la vida social, son muchas las voces que abogan por recomponer escalas de valores y recuperar tiempo perdido. A diario se proponen grandes fórmulas cuya difícil ejecución implica a organizaciones supranacionales o grandes comunidades, mientras propuestas mucho más humildes en su planteamiento, pero quizá más eficaces si se les dotase de un plazo de tiempo para su puesta en marcha, podrían alcanzar notables éxitos. Anna Forés, doctora en Ciencias dela Educación, y Jordi Grané, Licenciado en Filosofía, han publicado en Plataforma Editorial un libro que lleva por título una palabra que no figura aún en el diccionario dela RealAcademia, que piensa incorporarlo a su vigésimo tercera edición, en preparación. Nos referimos al vocablo “Resiliencia”, la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y, lo más importante, sobreponerse a ellas. Aunque ambos especialistas predican la cualidad también de un grupo o comunidad, prefieren hablar de “adversidades”, si bien los hechos que nos transmiten en las historias de superación que ilustran la demostración práctica de sus teorías son de una gravedad –y desgraciada actualidad- que asombran por su crudeza. Con una sobresaliente capacidad de remisión al pasado para explicar el presente, los autores razonan con sólidos argumentos que ambos no pueden condicionar el futuro porque no hay ser humano preso del destino o la fatalidad. Pero atención, huyendo de todo buenismo tácito o expreso, que tanto daño ha hecho bajo la apariencia de psicología barata. Nada más lejos que un libro de autoayuda.
Un ser humano resiliente es aquél que se reconstruye con capacidades y habilidades a partir del contratiempo. No tiene nada que ver con ser invulnerable: en este sentido, el libro desarrolla ampliamente la idea de proceso, no de respuesta automática. Empleando una metáfora, hacerse resiliente sería un arte. Otra cosa sería una mera transformación instantánea. Naturalmente, todo proceso resiliente aboga por el respeto, la empatía, el buen trato. Es una llamada al optimismo.El aprendizaje no es una suma de éxitos, sino que incluye fracasos con conclusiones, con aprovechamientos, con crecimiento. Apuntando estos rasgos, los autores señalan toda una paradoja: la utilidad de administrar sabiamente buenas dosis de memoria y olvido, y la ventaja que aportan las creencias religiosas como base espiritual.
Dada la brevedad del tratado propuesto, quizá hubiera sido de desear que algunos epígrafes como el decálogo para construir la resiliencia, tomado de Stefan Vanistendael, se hubiera explicado con mayor detenimiento, o que aspectos como la importancia del humor se hubieran desarrollado con la misma amplitud que otros, en los que se entra en cuestiones incluso antropológicas. Al concluir la lectura, verdaderamente amena, uno se pregunta si el concepto de resiliencia no podría ser una auténtica vacuna contra muchas de las crisis de la actualidad. Resiliencia. Una habilidad personal que va a ponerse de moda, no lo duden.
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