Una de las ventajas de la riqueza de la exposición “Polonia. Tesoros y colecciones artísticas” es la variedad de estilos y épocas representadas. Su primera sala, dedicada a la Edad Media, alberga piezas cuya contemplación detenida requeriría horas. Una de ellas es una voluminosa tabla anónima fechada hacia 1542, el epitafio que se ubicó sobre la tumba de Melchior Sobek en la capilla de la SantísimaTrinidad, en la catedral de Wawel, en Cracovia. El recuerdo del canónigo mereció todos los honores, y se escogió para honrarle, naturalmente, la escena de la Adoraciónde los Magos, al que se añadió su figura orante, como auténtico donante de una pieza singular cuya composición esconde interrogantes que ya aparecen en un primer acercamiento visual. Que la Sagrada Familia aparezca bajo un atrio no es infrecuente en la pintura del siglo XVI, pero sí la ubicación de quienes se acercan a adorar al Niño. Si la tradición pictórica europea asignaba a cada mago uno de los tres continentes conocidos en la época, es doble argumento pensar que el que representaba al viejo continente, homónimo del Melchor protagonista, fuera quien apareciera en lugar central. El artista ha cuidado de pintar a patrono y fallecido con amplias coincidencias en el atuendo, e incluso, sin que podamos precisar a indicación de quién, otorga al primer mago el vistoso collar de una orden que podría ser incluso dinástica, de carácter regio. Gaspar, cubierto, símbolo de Asia, nos envía un mensaje: en pie, sustituye completamente una de las columnas, señalando además con su mano derecha la estrella de seis puntas que ha guiado, desde Oriente, el camino recorrido, mientras con la otra mantiene firme el incienso. Por fin, el mago de África, con la vistosidad de una capa blanca con ribetes de oro, trae mirra en un cuerno que asemeja al de la abundancia. Y es Baltasar el único personaje de la composición que no camina sobre el enlosado de la logia, un suelo que no parece seguir regla geométrica alguna, sino sobre una vereda de plantas.
Los magos que pintados para guardar el sueño eterno de Sobek portan más mensajes. No sólo llevan en sus manos los regalos que narra el Nuevo Testamento. No apreciamos los dedos de Melchor, pero nos gustaría preguntar a un pintor que no parece haber dado una pincelada accidental qué significan los anillos en el pulgar e índice de Gaspar. O el pendiente de Baltasar. No puede ser: no hay en la tabla joyas, adornos, detalles casuales. Incluso pueden identificarse amuletos en el pié izquierdo del Salvador, a la moda en Centroeuropa, como puede comprobarse en retratos infantiles de la época. Naturalmente, Melchior Sobek aparece, en la parte inferior derecha, a escala inferior, pero no diminuta. Su tonsura revela su carácter consagrado y luce capa con armiños, además de portar birrete. Junto a él, sus armas heráldicas, un ciervo rampante.
Observar el fondo que acoge a los personajes es un nuevo ejercicio de contemplación. El muro tras el atrio parece abrirse a la mano de Gaspar, pero enseguida podemos comprobar que es un efecto óptico para subrayar el protagonismo del Niño, la Virgeny Melchor, pues San José carece de fondo pétreo. El paisaje escogido es también un ejercicio de identificación e interpretación de claves que dejó el artista. Las técnicas de perspectiva permiten presentar dos planos de colinas. Montes de verdes y, más al fondo, montañas nevadas. Puede distinguirse a un pastor con su rebaño, y a duras penas, coníferas, que resaltan sobre la luz de un cielo blanquecino, brillante, idealizado, en el que las nubes deben ascender todavía más si quieren alcanzar un mínimo papel en la construcción de una escena única. Pero la presencia de no pocas raíces de árboles cortados llama a atención. Su explicación se encuentra en el texto latino que conserva el marco de la tabla, que posee bellas frases sobre la fugacidad de la vida… ”arrebatado de mí antes de que los años encanecieran tu cabeza, arrancado de mí a la mitad del camino de la vida. No importa quiénes son los hombres, todos mueren pronto…”
Andrés Merino Thomas
A mano alzada /// Por primera vez desde la puesta en marcha de sus Salas de Exposiciones Temporales en 1999, Patrimonio Nacional ha suprimido el acceso gratuito a las mismas, fijando una tarifa de entrada para “Polonia. Tesoros y colecciones artísticas” de 10 euros (16 euros, en el caso de entrada combinada al Palacio Real). Independientemente de la calidad incuestionable de las piezas expuestas y del momento escogido, paralelo al incremento general de tarifas en los Reales Sitios, llama poderosamente la atención que colectivos como desempleados o familias no cuenten con acceso gratuito a las exposiciones de Patrimonio Nacional, a diferencia de los museos de la red estatal y numerosos de fundaciones o entidades privadas.
“Epitafio de Melchior Sobek” (h. 1542)
Anónimo
Temple y dorado sobre tabla (pintura: 132 x 100 cm; con marco dorado: 194,5 x 137,5 cm)
Cracovia. Museo Histórico de la Congregación de Misioneros Vicentinos.
Exposición: “Polonia. Tesoros y colecciones artísticas”
Organiza: Patrimonio Nacional
Colaboran: Acción Cultural Española (AC/E), Ministerio de Cultura de Polonia y Museo Nacional de Cracovia
Sede: Palacio Real de Madrid (Salas de Exposiciones Temporales)
Comisaria: Beata Biedronska-Slota
Fechas: Madrid, 3 de junio a 4 de septiembre de 2011
Una vez más nos asombra gratamente el análisis histórico y descriptivo que de la obra nos ofrece Andrés Merino.
Gracias.
Gonzalo Cuesta.
Los comentarios están cerrados.