Abel H. Pozuelo
Sofía Jack ha sampleado el sugerente título de su flamante individual del encabezamiento que diera el pensador neoyorquino Marshall Berman a su más célebre libro. En “Todo lo sólido se desvanece en el aire” (ensayo de 1982), Berman parte de Marx para abrazar la tesis de que la cultura y mentalidad modernas son un mito ilustrado que se recrea una y otra vez sucesivamente. Según Berman, en el mundo moderno nada es seguro excepto que todo es mutable, y todo puede esfumarse. Así, en realidad, modernidad y modernismo serían irracionalidad disfrazada de racionalidad.
Algo parecido constituye el eje principal de esta nueva propuesta de Sofía Jack, la primera desde 2007 y, digámoslo ya, la más compleja y completa de la artista. La observación de la dicotomía racional-emocional, o sea, descifrar el volumen, el peso y la talla que ocupan cada una de esas categorías en nuestra vida y encontrar algún punto de equilibrio estable entre ellas, parecen ser las premisas de su nuevo trabajo.
El método de Jack sigue siendo el acostumbrado: poner a nuestro alcance los objetos cotidianos, una vez han sido reducidos a fragmentos abstractos y sustraída su más inmediata funcionalidad, a fin de verse reflejada (de que nos veamos reflejados) en ellos. En esta ocasión, además, prolonga una de las principales líneas de fuerza de sus preocupaciones plásticas y conceptuales de siempre: el espacio privado, íntimo del hogar.
En el último lustro, la artista se viene interesando especialmente por la atribución simbólica de tal ámbito, por el modo en que su estructura y su interior muestran cómo es su poblador. En su anterior serie de obras sobre la “Casa B-300”, intentaba encontrar una solución imaginaria para el conflicto entre el ideal arquitectónico que se origina con el “espíritu nuevo” lecorbusieriano y la intimidad del hogar: entre la frialdad del espacio diseñado como tal y la tibieza del lugar poblado, familiarizado, habitado, vivido.
A Jack vuelve a interesarle el espacio doméstico como esfera donde sucede el hecho psicológico, emocional y afectivo, como traducción del día a día, del acontecer y sus efectos en nosotros, como espejo de nuestro relato vital personal e intransferible. La casa como segundo cuerpo, como colonización emocional y psicológica. Tal tema da forma en parte a los dos grupos de obras que presenta aquí.
Por un lado, es la base de la excelente serie de carboncillos sobre papel, donde la labor de (re)aprendizaje de la técnica de dibujo emprendida en los últimos tres años conduce a resultados bastante alejados de la exuberante ingenuidad de intentos anteriores. “Escenarios domésticos” consiste esencialmente en la captación depurada y cargada de plasticismo clasicista de ambientes cotidianos e íntimos pero sumamente estetizados. Son dibujos de la casa a partir de su imagen en publicaciones especializadas de arquitectura de la primera mitad del siglo XX; es decir justo en el momento en que está chocando el creciente concepto de hogar confortable, íntimo y familiar con las ínfulas racionalistas de la arquitectura del movimiento moderno.
Si bien no hay presencia humana en ninguno de ellos, en los “escenarios” aquí propuestos aún se representa el mantenimiento de cierta parte de esa intimidad y un aire de ensoñación provoca la fuga hacia las preguntas sobre sus pobladores. Divididos en tres grupos (cuartos de estar, escaleras, dormitorios) estos interiores, de hecho, aparecen a menudo como espacios de la pareja. Excepto en el caso de la misteriosa, turbadora, lyncheana serie de “escaleras” (que bien puede tomarse como símbolo del tránsito de lo racional a lo irracional, de lo racionalista a lo emocional), la dualidad brota a cada paso en los enseres y muebles de estos panoramas.
La artista entiende estos dibujos como una suerte de haikus gráficos a la inversa. El lenguaje limpio para captar una sensación, una atmósfera emocional que conlleva una reflexión más allá de lo sensorial propios de tal clase de poesía, son extraídos de su habitual marco exterior y natural para ser introducidos en el interior del hogar.
Con esta serie Sofía Jack habría logrado ya una individual coherente y magnífica. Pero ésta no acaba ahí.
Un último gran dibujo (el único en que aparecen seres humanos) muestra en su estudio al artista holandés Theo Van Doesburg, uno de los creadores del Neoplasticismo y su racionalismo organizador para crear un estilo plástico multidisciplinar de formas simples y claras y colores primarios, pero más adelante también utopista de una fusión armónica de tal racionalismo con un fuerte humanismo, lo que acabaría separándolo del Neoplasticismo e impulsaría el grupo Abstracción-Creación. No extraña la conexión. Y es que, precisamente, donde Van Doesburg plasmó tales ideas fue sobre todo en sus proyectos de interiorismo. Allí experimentó para llegar a un racionalismo en sintonía con lo emocional.
De modo que tal imagen, que puede leerse como emblema de la búsqueda, acaso utópica, de Sofía Jack, sirve de transición hacia el segundo grupo de obras que amplifican el sentido de la exposición, los «Breves poemas cromofílicos». De la gama de grises de los dibujos saltamos a una animación continua donde efectivamente todo se desvanece en el aire. El relato lo articula un conjunto de cuatro haikus (dos de la artista, dos de Kerouac) que tienen que ver con un viaje carrolliano de lo interior a lo exterior (o viceversa) y de vuelta en espiral, donde los espacios domésticos (extrañados, deformados) son sobrevolados y penetrados en un torbellino.
El vehículo de tal relato es el orden cromático que propone Albert Hickethier mediante su célebre “cubo”, que se convierte en un protagonista más del mismo. El viaje arranca en blanco y termina en negro atravesando toda la gama cromática. Sofía Jack ha comenzado a superar la cromofobia (“El color siempre me ha estorbado”) y a trabajar con entusiasmo con el color a partir del descubrimiento de su uso codificado mediante tal clase de orden. Con su uso no sólo aborda una cuestión propia de las artes plásticas como es el uso de lo cromático, al tiempo que encuentra nuevas temperaturas para sus obras, sino que se topa de pleno con la cuestión de fondo que más le inquieta: la dualidad emoción-razón.
El color es una abstracción y, en cierto modo, hasta una convención social. Pero, al mismo tiempo, se trata de un asunto puramente emocional y relacionado con la intimidad personal y lo exterior de lo corporal. El color es también, como la casa, una segunda piel, un maquillaje que enmascara el yo profundo, aunque del mismo modo puede pensarse que lo expresa. De la misma forma puede pensarse que los grises (el blanco y negro) del carboncillo encubren con seriedad y solemnidad racional algo mucho más incomprensible y desaforado. ¿Dónde está la virtud? ¿Qué es más emocional y qué más racional? ¿Qué es maquillaje de qué?
Trip de color, irracional y enloquecido, casi se diría que mescalínico (estimulado por la creación sonora de Dj Costa), el que proponen estos haikus animados. Con «Breves poemas cromofílicos», desde el interior de la vivienda doméstica y a partir del orden del color propuesto por Hickethier, la artista Sofía Jack cierra con broche magnífico su intento más logrado hasta la fecha de situarse en el vértice que se apunta en la confluencia de razón y emoción. O, al menos, entre sus dos signos de interrogación.
Datos de interés:
Exposición: Sofía Jack «Todo lo sólido se desvanece en el aire»
Fechas: Del 8 de septiembre al 22 de octubre de 2011
Galería Fúcares Madrid
Conde de Xiquena, 12 1º Izq. (28004 MADRID)
Tel.: 91 319 74 02
Imagen:»S/T (ESTUDIO DE THEO VAN DOESBURG).(SERIE ESTUDIOS DE ARTISTAS)», 2011. Carboncillo sobre papel Verlin. 152 x 108 cm
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