Para quienes abogan por una concepción cíclica de la historia, todo conflicto bélico suele ir precedido por una etapa de tensa calma en la que, a grandes rasgos, los distintos grupos sociales que componen las civilizaciones o naciones que van a tomar parte en la contienda adoptan las más variadas posturas. Como estratos de convivencia, pero también como suma de conciencias individuales, de personas únicas que, sin dejar de ser únicos, se rigen por humanas pasiones. Bárbara Tuchman no pensó siempre que el pasado vuelve sin remedio, pero sí dedicó mucho tiempo a revisar el concepto Belle époque. Y enseguida comprendió la injusticia del término con el que de forma casi unánime, pero frívola, se ha definido el largo prólogo de 25 años anteriores a la gran guerra que asoló Europa entre 1914 y 1918.  Periodista, escritora e historiadora, culminó en 1966 The proud tower, un inquietante ensayo sobre aquella etapa de claroscuros, donde figuras y acontecimientos proyectaron la creencia de una belleza artificial, un espejismo engañoso, que hizo edificar a grupos sociales y políticos falsos sentimientos de autoafirmación y exigencia. Al publicar la edición española, La torre del orgullo, Península contribuye no sólo a proporcionar un formidable libro de historia a los lectores en español -aunque lo haya clasificado, sorprendentemente, en entre el género Novela-, sino que propone valiosas claves de estudio y debate sobre los errores que se cometieron en el interior de los países y en todo un continente en un momento crucial del desarrollo económico, social y político no sólo europeo, sino mundial.

La autora rompe enseguida con los tópicos más asentados: no fueron días “de confianza, inocencia, comodidad, seguridad y paz”. Y con una agilidad sorprendente se introduce en cada esfera de intereses, sueños, ambiciones, combinando hechos, tesis, perfiles psicológicos… Cruzar del siglo XIX al XX no fue fácil para nadie. No toda la aristocracia pensaba que tenía derecho a conservar el poder eternamente en Reino Unido, ni toda la clase obrera abogaba por la huelga revolucionaria como medida de presión. Por eso chirría y a la vez resulta tan interesante y categórico el delicioso anecdotario con el que por doquier se complementan las graves conclusiones del ensayo. Desde la frase contundente de la anciana Reina Victoria al sufrir una tempestad en viaje marítimo: “James, salude de mi parte al almirante, y dígale que el hecho no debe volver a repetirse”; a una reacción del artista Philip Ernst, que al remorderle la conciencia haber omitido un árbol tras pintar su jardín, cometiendo así una falta imperdonable contra el realismo… lo taló. Ciertamente, ¿podía sobrevivir una sociedad así?

Tuchman ha tenido que luchar con la falsedad de algunas fuentes. No nos referimos a mentiras directas, voluntarias, de mala fe. Hablamos de aquellas memorias de protagonistas que han querido recordar lo que quedaba de su infancia como un entorno de seguridades, de comodidades, de naciones que conservaban costumbres o sistemas de convivencia que pocos años después quedarían en el recuerdo, fueron denominados tradicionales o simplemente caerían arrastrados por la marea de la guerra. En realidad, La torre del orgullo es la historia de la música que escuchó en Babel antes de la gran herida. Unas veces triunfaron los alegres vals vieneses en aristocráticos salones de grandes capitales. Otras, himnos proletarios en congresos de los nacientes partidos políticos de masas. Quizá más allá las canciones populares de campesinos no dejaban de sonar al sembrar y recoger cosechas. O las de bailes en plazas y parques. Todo era una gran Babel. Al poco tiempo, se impondrían marchas militares de los soldados hacia frente.

Andrés Merino Thomas

 

“La torre del orgullo. 1890-1914. Una semblanza del mundo antes de la Primera Guerra Mundial”

Bárbara W. Tuchman

Traducción de Fernando Corripio

Barcelona, Ediciones Península, 527 pág.

ISBN: 978–84–8307–782–5