Fiel retratista de los Estados Unidos, Edward Hopper plasmó en sus cuadros la vida cotidiana en la ciudad, la soledad o la melancolía del hombre moderno. Con un estilo muy personal e inconfundible, el artista americano mostró la realidad de una manera simplificada y eficaz. Muy apreciado en Europa, pero rara vez expuesto, el Museo Thyssen trae ahora a Madrid una nutrida selección de piezas del artista que promete ser el acontecimiento artístico del verano.
Comisariaza por Tomàs Llorens y Didier Ottinger, la muestra que se puede ver en Madrid y que viajará más tarde a París, reúne 73 obras del pintor y analiza la evolución de Hopper en dos grandes capítulos: el primero recorre sus años de formación y el segundo se centra en su etapa de madurez artística.
Inicios como ilustrador
Hopper (Nyack, 1882 – Nueva York, 1967) fue uno de los principales representantes del realismo del siglo pasado. A pesar de su influencia en otros artistas, en el cine y en la estética en general, vivió muchos años trabajando como ilustrador, ignorado por el público y la crítica. No sería hasta la edad de 43 años, cuando el pintor vio el éxito de su primera exposición en la Rehn Gallery de Nueva York y se pudo dedicar por completo a su arte.
Uno de los coleccionistas que apostó por Hopper y compró su obra desde el principio fue Stephen Clark. De hecho, en 1930, Casa junto a la vía del tren (1925), que posteriormente inspiraría a Hitchcock la célebre mansión de Psicosis, fue donada por Clark al recién inaugurado MOMA de Nueva York. Así, en menos de diez años, Hopper pasó del anonimato a convertirse en uno de los artistas vivos más valorados de Estados Unidos.
Lugares públicos y vacíos
Aunque existen algunos paisajes y escenas al aire libre, la mayoría de las obras del pintor de desarrollan en lugares públicos, como bares, hoteles, habitaciones, estaciones, oficinas. Se trata de entornos prácticamente vacíos, con fuertes contrastes entre luces y sombras.
Muchos de sus lienzos presentan escenas de la vida cotidiana. Se trata de temas norteamericanos que interesan a sus ciudadanos y que muestran la vida moderna. A primera vista, sus composiciones pueden parecer sencillas, pero enseguida se descubre una cuidada y estudiada elaboración, que casi siempre lleva una narratividad implícita. En estos escenarios, Hopper sitúa a personas en soledad o incluso parejas o grupos cuyos integrantes se muestran incomunicados entre sí. Así se puede ver en Habitación en Nueva York (1932), por ejemplo.
Otro de los temas preferidos del pintor es la arquitectura. En ocasiones centra su atención en un solo edificio, y en otras la construcción forma parte de un entorno urbano, como en La ciudad (1927).
Utilización de la luz
El empleo de la luz es uno de los principales elementos diferenciadores de su pintura. La luz del sol cuando es de día, o la luz eléctrica cuando es de noche, entra por las ventanas e ilumina la escena moldeando cada detalle del lienzo. Así se percibe en Mañana en la ciudad (1944) o en Sol de la mañana (1952).
Hopper empezó su formación en el estudio de Robert Henri, donde se empapará de un realismo moderno que se separa del academicismo dominante. En 1906, se traslada a París, donde permanecerá un año. Allí, el contacto con el Impresionismo facilitará el camino para que se forje su particular tratamiento de la luz y de la sensualidad. En esta época, el pintor representará en sus cuadros el lugar donde vive y su entorno más inmediato.
De vuelta en Estados Unidos, Hopper tendrá que trabajar como ilustrados en revistas profesionales y en publicidad, oficio que él considera degradante, pero que intenta compatibilizar con su vocación artística.
Grabado y acuarela
El primer episodio importante para la evolución de su pintura será el descubrimiento del grabado. Pese a que no firmó muchos, ocupan un lugar esencial en su obra, y en ellos podemos ver figuras solitarias, arquitecturas imponentes o espectaculares encuadres. A comienzos de los años 20, Hopper realiza sus primeras acuarelas en la ciudad costera de Gloucester, con las casas victorianas como tema principal. Su encuentro con esta técnica determinará el desarrollo posterior de su obra.
A partir de este momento, la obra de Hopper cobra definitivamente su fuerza formal y poética. Y se consolidan los grandes temas de su trayectoria: la intimidad, el aislamiento, la melancolía, la ciudad, el presagio de los malos tiempos o la complejidad de las relaciones interpersonales.
Influencia en el cine
Como complemente a la exposición, y dada la afición de Hopper por el cine y su influencia en numerosos cineastas de la época, se ha organizado un simposio internacional, del 19 al 22 de junio. Bajo el título, Edward Hopper, el cine y la vida moderna, las jornadas reunirán en Madrid a importantes expertos del mundo del cine y del arte.
El Museo Thyssen-Bornemisza, junto con la Réunion des musées nationaux de Francia ha reunido esta amplia selección de obras del artista, que cuenta con préstamos procedentes del MOMA, el Metropolitan Museum de Nueva York, el Museum os Fine Arts de Boston, la Addison Gallery of American Art de Andover o del Whitney Museum of American Art de Nueva York.
Irene G. Vara
Hopper
Del 12 de junio al 16 de septiembre
Museo Thyssen-Bornemisza
De martes a sábados, de 10.00 a 23.00 horas.
Lunes y domingos, de 10.00 a 19.00 horas
Entrada a la exposición, 10 euros