“Este trabajo es un encargo a mí mismo”, explicó el propio pintor durante la presentación de este singular proyecto, que recrea la visión personal de un artista sobre la obra de otro autor. Conservado en la catedral de San Bavón en Gante, el Cordero Místico, de Hubert y Jan van Eyck, está considerado uno de los iconos del arte europeo.
Se trata de un nuevo acercamiento al arte clásico de la mano de un maestro contemporáneo. En palabras del propio Eduardo Arroyo, “ejercicios desesperados para intentar la conquista cotidiana del lenguaje pictórico”.
Dibujos con personajes contemporáneos
En total, la exposición, que está comisariada por José Manuel Matilla, exhibe 21 dibujos a lápiz sobre papel vegetal y al mismo tamaño que el original, que recrean los veintiún paneles que componen el famoso retablo. Además, se completa con 30 dibujos y materiales preparatorios que sirvieron de punto de partida y de estudios preparatorios a Eduardo Arroyo para acometer este trabajo, donde “he querido hablar del mundo que me ha tocado vivir”, explica.
Los donantes: Ciudadano Kane y Peggy Guggenheim
Entre Kane y Peggy, están los santos juanes que el artista transforma en Van Gogh y Oscar Wilde; y los jueces y caballeros que se dirigen a adorar al Cordero en la parte baja del retablo se modernizan transformándose en dictadores (Mobutu, Pinochet, Pol Pot, Franco, Castro), mientras los eremitas y peregrinos de Van Eyck se convierten en emigrantes y exiliados a los que Arroyo siempre ha recordado: Sigmund Freud, Albert Einstein o Walter Benjamin.
“La religión es un tema delicado”, afirma Arroyo. “Lo he tratado sin burla, ni provocación, ni sacrilegio”, añade el artista, que asegura que “los grandes amantes de la mística son los laicos y ateos”.
Pero el más relevante de los cambios que marca el Cordero de Arroyo se produce en la tabla inferior central ya que sustituye el cordero, colocado por Van Eyck como salvación y fuente de vida, por un tejido poblado de moscas, asociado inevitablemente a la muerte, modificando así el mensaje de la obra y aportando a la obra una de sus señas de identidad: la mosca. “Me he pasado toda la vida buscando moscas en los museos”, admite el pintor, que asegura que se trata de “pintar lo que no se ve”.
La exposición se completa con una pantalla interactiva en la que el visitante puede comparar la obra original con la realizada por Arroyo. A través de las nuevas tecnologías, el espectador puede descubrir, como si de un juego se tratara, la iconografía contemporánea del pintor.
Irene G. Vara
Eduardo Arroyo. El cordero Místico
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