Cristobal Balenciaga Eizaguirre (Guipúzcoa, 1895 – Alicante, 1972) “gozaba con la perfección en su trabajo”, dijo Sonsoles Díez de Rivera, hija de la marquesa de Lanzol, la mejor cliente de Balenciaga en España, como lo fuera Marlene Dietrich fuera del país. “Era un placer verle probar un traje. La modelo se subía a una especie de pequeña banqueta y el diseñador lo hacía sentado en una sillita con la boca llena de alfileres”. Le gustaba ir al Rastro a comprar antigüedades y al Prado donde tomaba nota de la moda española en los cuadros de Velázquez o Zurbarán.
“Los mitos tiene muchas facetas en la realidad y en la imaginación. Balenciaga era un mito real”, declaró Enrique Loëwe, presidente de la Fundación Loëwe. “Fortuny era otro mito y los mitos atraviesan el tiempo”, añadió. Enrique Loëwe, quien contó que suele ir con amigos a visitar el museo Balenciaga en Guetaria y a visitar la tumba del diseñador en el cementerio local. De Balenciaga, gran arquitecto de la moda, se aprendió el diálogo del exterior con el interior de la pieza, como haría más tarde el célebre bolso de Loewe.
Concha Herranz, jefa de Departamento de Colecciones del Museo del Traje, señaló que “al tocar los trajes de Balenciaga se siente su perfección, que sus diseños debieran contemplarse igualmente por el revés para detectar la desestructuración o asimetría que en algunos casos llevaba al vestido”. “Balenciaga era arquitecto, escultor y pintor en su trabajo. Seleccionaba con atención el tejido y era exigente durante todo el proceso. Los trajes de Balenciga hay que verlos en sus tres dimensiones, por el anverso y el reverso, de ahí las limitaciones del museo a la hora de mostrarlos”, concluyó.
Lucina Llorente, técnico del Departamento del Museo del Traje en Madrid señaló que “todos los materiales eran validos para Cristóbal Balenciaga a la hora de diseñar un traje. Los encajes eran sus preferidos y trabajaba todos ellos como si fuera un artesano, porque sabía respetar siempre el buen trabajo de los artesanos con los que se relacionaba”. “Supo trabajar las pieles, por ejemplo la vicuña, como tejido noble más que como ostentación” y con frecuencia las situaba en el interior de la pieza, al igual que la seda que reservaba para el contacto con la piel.
Josefina Figueras, periodista analista de moda declaró que pese a no gustarle el contacto con la prensa, los periodistas siempre lo respetaron. Se le conocía como “el fantasma de la calle George V de París y algunos dudaban de que existiera”. “Balenciaga no quería fama sino prestigio por su trabajo bien hecho” “Los diseñadores más jóvenes como Givenchy, Ungaro y otros siempre reconocieron a Balenciaga como “el diseñador de moda más influyente”, concluyó.
Para Sonsoles Díez de Rivera “Balenciaga no se retiró porque llegara el pre-a-porter, sino porque le había llegado su momento. Él hubiera hecho un fantástico pret-a-porter si hubiera tenido menos edad. Le había llegado su hora.
Pedro Mansilla destacó por último que Balenciaga era el único diseñador capaz de encerrarse con un tejido en una habitación y salir con un traje hecho, porque sabía todo: crear y diseñar el patrón, cortar, coser y resolver con el menor número de cortes un vestido para resolverlo ante el pecho de cada mujer. Eso lo hacía de manera especial a la hora de confeccionar un traje de boda siempre en blancos especiales que se alejaban del blanco de la nieve.
Julia Sáez-Angulo
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