Siempre he sentido un enorme interés por saber cómo se convierte uno en galerista. Pasión por el arte, voluntad de contribuir al cambio en materia cultural, afán coleccionista o cuando menos voluntad de articular un discurso, una jerarquización de las obras de los coetáneos… No existe en nuestro país el equivalente a las biografías o autobiografías de galeristas míticos como pueden ser Ambroise Vollard, D.H. Kahnweiler, Édouard Loeb, Peggy Guggenheim, Leo Castelli… Algunos catálogos han apuntado en esa dirección, y estoy pensando en los dos dedicados a la inolvidable Juana Mordó, o en otro sobre Fefa Seiquer, o en el que sobre René Métras han publicado sus hijos, o en el del Museo de Bellas Artes de Bilbao sobre Willi Wakonigg y su Sala Studio, o en los del Reina Sofía sobre la Librería-Galería Sur de Santander o sobre Lanfranco Bombelli y su Galería Cadaqués… En la propia Valencia cabe mencionar el catálogo de la muestra Desde Sala Mateu, celebrada en las Atarazanas, en 1998. También están la impresionante suma sobre su propia labor, publicada por Miguel Marcos; o el minucioso libro de Jaume Vidal i Oliveras sobre Josep Dalmau, pionero absoluto en este terreno; o el de Javier Tusell y Álvaro Martínez Novillo sobre Biosca; o las memorias de Elvira Farreras, la viuda de Joan Gaspar. Claro que todavía menos bibliografía hay sobre nuestro coleccionismo…
Gran simpatía sentí siempre, en vida suya, por Miguel Agraït, el fundador de Punto, y ese sentimiento es el que me sigue inspirando su memoria, la memoria de un hombre bueno, cordial, siempre de buen humor y con un peculiar sentido del humor, apasionado por su oficio, amigo de los artistas y del resto de los agentes del mundo del arte. Un hombre ambicioso y visionario, y a la vez modesto: a la hora de hablar de los orígenes de la galería, siempre destacaba el papel de faro que para él había tenido entonces Vicente Aguilera Cerni, el primer crítico valenciano de la posguerra en gozar de auténtico predicamento entre los entendidos en arte. Es admirable lo mucho que en compañía de Amparo Zaragozá, y de sus hijos, hizo Miguel Agrait, desde su galería en Barón de Carcer (antaño Avenida del Oeste), una de las arterias que más me gusta (entre otras cosas, por sus arquitecturas “thirties” y “forties”, y por su proximidad a la Lonja y al Mercado Central) de esa ciudad de tan grato recuerdo que es para mí Valencia.
Formado en el gusto “fifties”, tres frentes fueron aquellos a los cuales Miguel Agraït dedicó mayor atención, me refiero naturalmente al informalismo tal como lo representaba entre nosotros el grupo El Paso y lo había defendido sobre todo la citada Juana Mordó, a un pop art (tanto el norteamericano o el británico, como la “figuration narrative” europea, cuya versión ibérica tuvo a Valencia como epicentro), y a una geometría que abarcaba lo mismo el cinetismo que el minimal… La lista de lo que enseñó Punto, impresiona. En ella figuran Pablo Picasso, Julio González, Joan Miró, Alberto, Honorio García Condoy, Josep Renau al cual tenía muy a gala haber apoyado en su retorno al país natal, Jean Dubuffet, Hans Hartung, el “tachiste” Georges Mathieu, Karel Appel, Pierre Alechinsky, Bengt Lindström, Antoni Tàpies, Josep Guinovart, Pablo Serrano, Manolo Millares, Antonio Saura, Rafael Canogar, Manuel Viola, Luis Feito, Manuel H. Mompó, Julio Le Parc, Jesús Rafael Soto, Andy Warhol, Tom Wesselmann, Christo, Donald Judd –otra individual de la que Miguel Agraït estaba justamente orgulloso-, Valerio Adami, Juan Genovés y su compañero (en el Grupo Hondo) José Paredes Jardiel, Pepe Ortega, Eduardo Arroyo, los equipos Crónica y Realidad –por el segundo Miguel Agraït sentía auténtica y contagiosa pasión-, Erró, Allen Jones, Peter Phillips, Peter Klasen, Antonio Seguí, Wolf Vostell, Darío Villalba, José María Yturralde, Ana Peters, Carmen Calvo, Mariscal, A.R. Penck, Max Kaminsky, Francisco Leiro, Darío Basso, Amparo Tormo… Nombres como estos, a los cuales hay que añadir otros pertenecientes a generaciones más jóvenes –uno descubriría ahí el riguroso trabajo de Lluís Moscardó-, hablan por sí solos. Pero detrás de esos nombres cuya obra contribuyó a difundir, estaba la gran persona que fue Miguel Agraït. Una persona que disfrutaba llevando el arte en el cual creía, a las ferias nacionales –fue uno de los pioneros de Arco y miembro de su comité de selección- e internacionales, y entre las segundas hay que recordar su presencia en Art Basel, en Art Cologne, en la FIAC de París, en Chicago… O editando obra gráfica original.
Gracias a Punto, piezas de artistas como los presentes, se han incorporado a colecciones públicas y privadas valencianas. En el segundo campo, José Martín Martínez ha recordado cómo en sus inicios la galería de Miguel Agraït fue la principal proveedora de una colección hoy tan de referencia –y respecto de la cual se dispone de un Catálogo Razonado- como la de José Martínez Guerricabeitia.
A la tristeza que nos produjo la desaparición de Miguel Agraït, acaecida hace dos años, se sumó el pasado, mucho más inesperadamente, la de su hijo mayor, el siempre cordial –de casta le venía al galgo- y “energetic” Miguel Agraït Zaragozá, a quien la sala familiar a la cual tantos esfuerzos había dedicado, homenajeó unos meses después con una muestra significativamente titulada Punto en negro, y en la cual efectivamente dominaba el color de luto aludido en el título.
Este breve texto destinado al homenaje a Miguel Agraït de la Fundación Chirivella Soriano, benemérita institución cuya hermosa sede gótica está a corta distancia de Punto, es uno de los primeros que escribo desde que el destino me ha llevado a residir en París, mi ciudad natal, y ello me lleva a recordar que en 2006, el galerista tuvo una de las grandes alegrías de su vida, cuando de manos de la vicealcaldesa Anne Hidalgo, de origen español, recibió la Medalla de Oro de la ciudad, capital del arte moderno.
Juan Manuel Bonet
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Datos de interés:
La Fundación Chirivella Soriano homenajea a Miguel Agraït con la exposición Sueño y Realidad...
La exposición se inaugura el 25 de octubre y el catálogo cuenta con la colaboraciones, entre otros, de Juan Manuel Bonet, Román de la Calle y Tomás Llorens