La obra Canto, 1995 fue realizada por Esteban Vicente a la edad de 92 años. Se trata de un paisaje que se fue formando en su interior a través de la insistencia en la observación de la naturaleza y durante el proceso de realización de la obra. Un paisaje no concreto, no reconocible, pero lleno de evocaciones, que reclama del espectador una gran atención para penetrar en esa nueva realidad por él creada. Como expresó con precisión el gran pintor Rafols Casamada, refiriéndose a la pintura de Vicente: “… esencias de paisaje donde el espacio, la luz, el color y la distribución de masas equivale a una abstracción real”.
La composición es serena, equilibrada, de formas redondeadas ocres y amarillas que abrazan un núcleo central en la parte superior. Formas escultóricas y rotundas que parecen flotar en un espacio denso y luminoso sobre un leve horizonte ligeramente inclinado e inestable, que crea una tensión misteriosa. Una estructura de ecos grises que se difuminan hacia el blanco, hacia la luz que atraviesa los amarillos y pardos creando una multiplicidad de matices.
Equilibrios o armonías de contrarios entre la gravedad y flotación de las formas superiores, de gran rotundidad pero de factura ligera. Los tonos tenues son, al mismo tiempo, luminosos y brillantes. Las sensaciones son, simultáneamente, de unidad en la diversidad de motivos, de aparente metamorfosis de las formas en evolución y de quietud.
En la obra de Esteban Vicente se repiten algunos motivos que obedecen a la evolución de las visiones interiores a lo largo de su vida. Canto, 1995 podría considerarse la decantación de las formas iniciadas a partir de los años 60, cuando junto a su esposa Harriet Vicente compra la casa de Bridgehampton en Long Island. En ella pasarán seis meses al año, en los que cultivan un precioso jardín. Son años de observación de las flores, de la luz que atraviesa los pétalos, enriqueciendo sus colores con innumerables matices cambiantes, de observación del celaje y del mar, de observación de los fenómenos naturales y de las formas geológicas. Años en los que los viajes a Hawái, Méjico, India o Turquía le proporcionan nuevas formas, colores brillantes, luces particulares y nuevos materiales como los tejidos locales. En esa época Vicente considera que ha logrado entender el color. Es cuando descubre que el color es la luz y consigue una inmersión atmosférica. Desarrolla las imágenes reflejas centradas en las formas de color redondeadas cuyos ecos encontramos en la propia colección del Museo en obras como Sin título, 1967, Sin título, 1990, Visión, 1991, Sin título nº 8, 1997 y en el dibujo Sin título, 1996. También en numerosos dibujos, pinturas y collages de los años 60, 70 y 90 en distintas colecciones, o por citar las obras para mí más emblemáticas, el collage Black Susan, 1968 y Kalai Hawaii, 1969.
La vida de Vicente transcurre fascinada por la pintura y su capacidad de expresión ante la materialidad de ese mundo que pretende entender. Una vida dedicada a indagar sobre las capacidades de los sentidos, de la imaginación y del intelecto para aprehender la realidad en aras de un pensamiento propio, de una visión interior, de una comprensión personal que nos entrega en forma de cuadros cuya materialidad refleja la fisicidad del mundo. Son cuadros de gran belleza, llenos de misterio, luminosidad y poesía, que reflejan el orden interno del universo que habitamos.
FICHA TÉCNICA DE LA OBRA
ESTEBAN VICENTE
Canto, 1995
Óleo sobre lienzo.
127 x 106,5 cm.
Procedencia
The Harriet and Esteban Vicente Foundation, Nueva York.
Colección particular, Madrid (desde 1996).
Iberpistas, S.A. (desde 2003).
Andrés Ortega (desde 2012).
Exposiciones
Madrid, Galería Elvira González, Esteban Vicente.
MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO ESTEBAN VICENTE