El impresionismo y el postimpresionismo se instalan en Madrid este invierno. La exposición El nacimiento del arte moderno. Obras maestras del Musée D’Orsay reúne un número muy significativo de pinturas imprescindibles para la comprensión del arte universal de este periodo, como Almiares al final del verano, Las bañistas de Renoir, Autorretrato de Van Gogh o El talismán de Serusier.
La muestra se inicia con las primeras series de Monet y termina con los trabajos decorativos de Vuillard en los Jardines públicos. Entre ambos hitos se presentan los trabajos de Renoir, el desarrollo del neoimpresionismo, (con obras de Seurat, Signac o Pisarro), el constructivismo de Cézanne, el retrato de los bajos fondos, por parte de Toulouse-Lautrec, la huída de Gauguin y sus amigos a Bretaña, la creación del grupo de los Nabis, con Serusier, Maurice Denis, Bonnard o Vallotton y la locura de Van Gogh en Arles.
En 1886, se celebra la octava y última exposición del grupo impresionista en la sala de exposiciones del marchante Durand-Ruel. Los críticos y el público empezaban a asimilar las novedades estilísticas, y los impresionistas comenzaban a tener cierto renombre. Sin embargo, las desavenencias estratégicas, estilísticas y políticas entre los impresionistas se multiplicaban y, de hecho, en esta última exposición del grupo ninguno de sus actores principales, salvo Degas, Pisarro y Morisot estuvo presente y, sin embargo, participaron artistas como Gauguin, Seurat, Signac o Redon, que iniciaban el camino hacia un arte nuevo.
Hacia un arte nuevo
A partir de este momento, asistimos al desarrollo de una modernidad más profunda y radical. El Impresionismo evoluciona hacia diferentes actitudes pictóricas, tradicionalmente definidas como postimpresionistas.
Claude Monet empieza a reflexionar en torno a la idea de representar el mismo motivo, fluctuando en función de las estaciones, del tiempo o de la luz de los diferentes momentos del día. A partir de 1890, surgen las primeras series: Los almiares (1890), Los álamos (1891) y las Catedrales de Rouen (1892-1893), todas ellas representadas en la exposición.
De forma paralela, Monet, instalado ya en Giverny, comienza a pintar su estanque de nenúfares, donde anula cualquier resto de perspectiva tradicional para llegar a un grado de refinamiento pictórico que alcanza sus más altas cotas de excelencia.
Renoir, otra de las grandes figuras dominantes del grupo impresionista obtiene un gran éxito gracias a sus retratos, de los que se presenta un importante conjunto en la exposición, entre las que destaca Las bañistas.
Neoimpresionismo y puntillismo
El crítico Felix Féneon inventa el término “neoimpresionismo” para definir este nuevo tipo de pintura, en el que los colores puros se yuxtaponen a través de pequeños puntos, que favorecen la mezcla óptica de los colores en el ojo, y no en la paleta. Seurat perfeccionará su método de la mezcla óptica. Su prematura muerte en 1891 podría haber supuesto el final del puntillismo, pero Signac se convierte en un líder muy eficaz y en un gran teórico de este movimiento, muy cercano, en sus primeros tiempos, de los principios sociales del anarquismo.
La exposición dedica un lugar especial a la importancia de Cézanne como nexo de unión entre el impresionismo y el postimpresionismo. Cézanne había sentido siempre la necesidad de romper con las reglas y de sobrepasar los límites que imponía la técnica impresionista.
Montmartre y Toulouse-Lautrec
La trayectoria de Toulouse-Lautrec, desde su castillo familiar en Albi, al Montmartre más canalla, continúa siendo una historia cautivadora. Toulouse-Lautrec experimentará con perspectivas muy forzadas, tomadas de los grabados japoneses, con un dibujo nítido y con temas de los bajos fondos.
En febrero de 1888, Vincent Van Gogh viaja a Arles siguiendo su sueño de crear una comunidad de artistas en el Sur. En esos momentos trabajaba en el poder de sugestión de los colores, y en el significado simbólico que estos proporcionaban. Después del famoso incidente, en el que Van Gogh se cortó una oreja y se la dio a una prostituta, Gauguin regresó a París, y Van Gogh se internó voluntariamente en Saint Remy.
Gauguin se instala en la localidad de Pont Aven en 1886. Allí conoce a Emile Bernard, junto con quien elabora una nueva manera de pintar, sintética y esencial, que eliminaba los detalles para contonear las formas por un trazo negro que recuerda al plomo de las vidrieras.
El Talismán y los “nabis”
En octubre de 1888, Paul Sérusier enseñó a sus colegas de la Académie Jullian -Maurice Denis, Ibels, Paul Ranson y Pierre Bonnard- una pequeña tabla que acababa de pintar en Pont Aven bajo el dictado de Paul Gauguin. Esta pequeña tablita llamada El talismán, y que hoy presentamos en esta exposición, es una de las obras icónicas de la historia del arte, ya que por primera vez plantea abiertamente lo que será la pintura para el siglo XX: “Una superficie plana con formas y colores”, abriendo la puerta a la abstracción y la concepción objetual del cuadro.
Alrededor de la emoción que suscitó El talismán, este grupo de artistas se autodenominó “Nabis”, una palabra misteriosa que, tanto en hebreo como en árabe significa «profeta», «elegido».
Las posibilidades estilísticas que ofrecía esta nueva manera de pintar fueron desarrolladas por artistas de personalidades muy diferentes: mientras Bonnard y Vuillard exploraban notas intimistas y sensibles, Roussel se concentraba en temas bucólicos y Dénis, Sérusier y Ranson se sintieron atraídos por una mística de corte católico.
Impresionistas y postimpresionistas. El nacimiento del arte moderno. Obras maestras del Musée D’Orsay
Del 2 de febrero al 5 de mayo
Paseo de Recoletos, 22
Entrada gratuita