Con “Rubens, Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado”, el Museo del Prado llega a Sevilla para presentar una muestra itinerante compuesta íntegramente por sus fondos.
“Rubens, Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado” constituye una oportunidad excepcional para disfrutar de un recorrido por el evocador mundo del paisaje nórdico apreciando la maestría con la que los pintores representaron con fidelidad montañas, bosques, campiñas, ríos, mares, parajes cubiertos de nieve o canales helados, inmersos en una luz naturalista.
Durante la Edad Moderna, los italianos llamaron “nórdicos” a los pintores de las tierras que estaban más allá de los Alpes y fundamentalmente a los de los Países Bajos. Allí, el contexto social y cultural hizo que, a lo largo del siglo XVII, pintores y coleccionistas se apartaran en gran medida de los temas heroicos propios de la pintura de historia en favor de asuntos cotidianos, pero igualmente aptos para la pintura. Entre ellos estaba el paisaje, que pasó a convertirse en un género pictórico independiente en el que el asunto representado se relega a un segundo plano y se convierte en pretexto para representar con fidelidad los elementos de la naturaleza.
Comisariada por Teresa Posada Kubissa, Conservadora de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte (hasta 1700), la muestra está compuesta por 36 obras y entre los pintores que integran esta exposición figuran los más destacados maestros del género, con obras tan representativas como Paisaje alpino de Tobias Verhaecht, uno de los maestros de Rubens; La vida campesina y Boda campestre de Jan Brueghel el Viejo, además de La Abundancia y los Cuatro Elementos que pintó en colaboración con Hendrick van Balen o Mercado y lavadero en Flandes en colaboración con Joos de Momper el Joven; Paisaje con gitanos y Tiro con arco de David Teniers o los dramáticos Asedio de Aire-sur-a-Lys de Peeter Snayers y Bosque con una laguna de Jan Brueghel el Joven y taller.
Secciones de la exposición
Esta exposición propone un breve recorrido, a través de nueve secciones, por las distintas tipologías de paisaje que surgieron a lo largo del siglo XVII en Flandes y Holanda:
Las vistas de canales helados con gentes ocupadas en sus tareas o disfrutando de su tiempo libre son, sin duda, los paisajes más específicamente nórdicos. Su origen se remonta a la miniatura que ilustra el mes febrero en el libro Las muy ricas horas del Duque de Berry (1411-16). Sin embargo, fue Pieter Brueghel el Viejo (h.1525-1569) quien los popularizó y los pintores holandeses quienes los consolidaron como un género independiente al desvincularlos de la representación de los meses del año o de las escenas de Navidad. Desde el punto de vista artístico, el invierno proporcionaba la ocasión de estudiar y reproducir los especiales juegos de luces y reflejos sobre el hielo y la nieve y las consiguientes tonalidades delicadas de azules y rosas; desde el punto de vista iconográfico, era el pretexto para representar escenas de género sobre el hielo. Por ello, estas vistas son un documento de primera mano para conocer el transcurso de la vida diaria durante esos largos inviernos y ratifican lo narrado por numerosos viajeros de la época sobre la capacidad de aquellas gentes para disfrutar de su país aun en condiciones extremas, pero también son imágenes de la dureza de los enfrentamientos militares durante el invierno. A finales del siglo XVII el género había pasado de moda.
2. El bosque como escenario: La vida en el bosque, El bosque bíblico y El bosque encantado
Desde la última década del siglo XVI, Paul Bril (1553/54-1626), Gillis van Coninxloo (1544-1606) y Jan Brueghel el Viejo enfrentan al espectador con el bosque, invitándole a explorarlo.
El bosque de los pintores nórdicos es un lugar real, aunque idealizado, pintado para emocionarlo. Es el bosque que el pintor conoce, que vive y que desea que el espectador también conozca y viva. Por ello le obliga a adentrarse en su espesura para descubrir la vida que acontece en él.
Además, este bosque naturalista es también el escenario de dos narraciones bíblicas concretas, Adán y Eva en el Jardín del Edén (Génesis 2) y la entrada de los animales en el Arca de Noé (Génesis 7), o el escenario de asuntos mitológicos, un “bosque encantado”.
El “bosque bíblico” es un canto a la Creación y una invitación al goce estético de la belleza sensual del hombre, del mundo animal y vegetal. El “bosque encantado” es, por el contrario, una celebración del goce estético que produce la belleza sensual del desnudo. Como era práctica habitual en los Países Bajos, muchos de estos bosques son obra de colaboración entre dos pintores, uno especializado en paisaje y otro en figuras.
El 9 de abril de 1609 se firmaba la Tregua de los Doce Años entre España y las Provincias Bajas del Norte, las protestantes, que se constituyeron en una nación independiente y pasaron a ser las Provincias Unidas. Mientras tanto, las Provincias Bajas del Sur, las católicas, permanecieron bajo la soberanía española.
En las Provincias Bajas, los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia iniciaron una política de recuperación económica y cultural encaminada a la consecución de un sueño: la reunificación final de todas las provincias, católicas y protestantes, en una nación soberana y tolerante. Por su parte, la burguesía mercantil transformó las siete Provincias Unidas en una de las principales potencias europeas del siglo XVII.
Unos y otros se sirvieron de la pintura como propaganda. Los primeros, para difundir la imagen de un nuevo orden social, armónico y feliz. Los segundos, para mostrarse como una nación flamante y poderosa. Puesto que para la reconstrucción de las Provincias Bajas la colaboración del campesinado era fundamental, los archiduques consideraron que la representación de la vida campesina en su entorno natural era la temática más apropiada para las pinturas. A pesar de tratarse de representaciones propagandísticas y, por tanto, idealizadas, estos paisajes con escenas de la vida campesina son documentos de primera mano para conocer la recuperación del país tras las penurias de la guerra.
4. Rubens
Rubens, reconocido por sus coetáneos como el pintor más destacado de su época, fue también coleccionista, erudito, humanista y, además, diplomático al servicio de los archiduques de los Países Bajos, Alberto e Isabel Clara Eugenia, del rey Felipe IV y otros gobernantes de la época. Pero, ante todo, fue un artista fiel a sus propias convicciones y a su libertad creativa.
Aunque la fama le llegó como pintor de historia, no dejó de lado el paisaje. Es más, fue el único género que cultivó durante sus últimos años, y que guardara para sí más de la mitad de los cerca de 30 que pintó y regalara el resto a sus amigos y patronos más allegados parecen indicar que los consideraba la parcela más personal de su producción y son, por tanto, la parte más entrañable de su obra.
Es muy difícil establecer su cronología ya que no están fechados, no se han encontrado documentos de encargo y Rubens apenas los menciona en su abundante correspondencia. Asimismo, las referencias a estos paisajes en escritos contemporáneos son muy escasas puesto que, a excepción de los pocos que mandó grabar a Boetius Bolswert (1580-1633), apenas se conocieron hasta la muerte del pintor y la consiguiente venta de su colección.
A lo largo del siglo XVII, el interés de los pintores nórdicos por la pintura de paisaje tuvo un ámbito de desarrollo muy peculiar como es la representación de las tierras lejanas, a las que el fabuloso desarrollo comercial impulsado por Holanda llevó a sus comerciantes, algo que no deja por menos de sorprender habida cuenta de que, con la excepción de Frans Post (1612-1680) y Albert Eckhout (1600/20-1663/67), que viajaron por Brasil; o Michiel Sweerts (1624-1664), que se estableció en Goa, esos pintores apenas salieron de los Países Bajos y menos aún se aventuraron hasta aquellos remotos lugares.
Desde muy pronto las narraciones de los marineros despertaron interés por esas tierras y, en consecuencia, los paisajes americanos, africanos y orientales se pusieron de moda en los Países Bajos. Pero como los pintores no contaban con otra fuente que los más o menos fidedignos libros de viajes, representaban paisajes imaginarios que, en el caso de los paisajes americanos y africanos, convertían en exóticos al incluir palmeras, edificaciones primitivas, animales fantásticos y figuras de indígenas semidesnudos y adornados con plumas, todo ello tomado de los grabados que ilustraban esos libros. En el caso de los paisajes orientales, esos elementos eran sustituidos por ruinas clásicas y edificios conocidos a través de grabados y personajes con turbante y ropajes exóticos.
El paisaje en que el agua y el cielo ocupan casi la totalidad de la superficie pictórica, con navíos o barcas de pescadores como elemento narrativo insustituible es, junto con el de invierno, el más característico de los Países Bajos. Es lógico, pues el agua –mar, canales, ríos– baña aquellas tierras, en especial las septentrionales donde gran parte del terreno había sido –y sigue siendo– ganado al mar por medio de diques, canales y bombas de drenaje accionadas por molinos de viento.
Al igual que el paisaje invernal, el punto de partida son las miniaturas para los libros de horas y, en concreto, las del llamado Horas de Turín-Milán atribuidas a Jan van Eyck (1370/1400 -1441), pero el interés en la representación naturalista del mar lo impondrán Pieter Brueghel el Viejo y sus seguidores, si bien como escenografía para determinados asuntos bíblicos o pasajes inspirados en las obras de Homero, Virgilio y Ovidio aptos para ser interpretados desde la ética cristiana.
Al comenzar el siglo XVII, el paisaje de agua –marinas (barcos en alta mar o en desembocaduras de ríos), vistas de puertos, playas o entornos fluviales– estaba generalizado en los Países Bajos y, a lo largo de ese siglo, los holandeses lo desarrollaron como género pictórico independiente, liberándolo de todo contenido religioso o alegórico.
7. En el jardín de palacio
Un aspecto específico de la tradición paisajística nórdica es la representación del jardín cortesano. En esa tradición se inscriben las vistas de los tres palacios reales flamencos –Coudenberg, Tervuren y Mariemont– y sus respectivos parques, encargadas por los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia. Pero estas vistas tenían, además, una finalidad propagandística. Por un lado, al hacerse representar paseando por los jardines de esos palacios construidos y habitados durante un tiempo por el emperador Carlos V y su hermana María de Hungría, los archiduques reafirmaban sus derechos dinásticos como príncipes soberanos y como miembros de la Casa de Austria, vinculando así su propia soberanía a la de sus ilustres antecesores. De ese modo reafirmaban su legitimidad como gobernantes ante unos súbditos que les habían recibido como unos príncipes extranjeros impuestos por el rey Felipe II. Por otra parte, los archiduques encargaron las vistas para enviarlas a distintas cortes europeas a modo de tarjeta de presentación como príncipes soberanos de los Países Bajos.
Hoy tienen un interés añadido, ya que la exacta reproducción de los edificios y de su entorno las convierte en documentos fundamentales para el estudio de la evolución arquitectónica de las construcciones. En el caso de Mariemont y de Tervuren son, además, las únicas imágenes conocidas de esos palacios luego destruidos.
8. La montaña: cruce de caminos, cruce de viajeros
Una de las cuestiones más sugestivas de la pintura nórdica es el éxito del paisaje de montañas entre pintores, tratadistas y coleccionistas de unas tierras eminentemente llanas. En la actualidad estos paisajes han sido interpretados como una temprana manifestación del concepto estético de “lo sublime” que triunfaría en el siglo XVIII o han sido relacionados con la disputa teológica en torno a la creación de las montañas planteada por los Padres de la Iglesia y vigente hasta el siglo XVII también entre los teólogos protestantes. Sin embargo, en torno a 1600 parece haber prevalecido una interpretación moralizante, derivada de la tradición alegórica de la montaña como símbolo del arduo paso por la vida para entrar en el Templo de la Virtud. Pero también es cierto que su éxito pudo ser debido simplemente al mismo interés por lo raro, lo inusual que subyace a los “gabinetes de maravillas” (Wunderkammer), de moda en aquella época.
9. … y en Italia pintan la luz
Por “paisaje italianizante” se entiende un tipo de vistas de la campiña romana cuya máxima pretensión era captar los efectos lumínicos del amanecer o del atardecer mientras servían de escenario para la representación de escenas religiosas, mitológicas y bucólicas. Su origen se encuentra en Roma a finales de la década de 1620 por el holandés Herman van Swanevelt y el francés Claudio de Lorena. Pronto se les unieron dos holandeses más jóvenes, Jan Both y Jan Asselijn, pero también Nicolas Poussin (1594-1665), el gran maestro clasicista instalado en Roma desde 1624, y el grupo de jóvenes compatriotas que trabajaban en su entorno y que se orientaron hacia ese nuevo tipo de paisaje que transformó radicalmente el género. Por ello, el rey Felipe IV les encargó entre 1634 y 1635 una serie de paisajes para la decoración del recién construido palacio del Buen Retiro, en Madrid, ya que quiso que fuera decorado principalmente con pintura moderna. El encargo incluía unos 50 paisajes con ermitaños o con escenas religiosas o bucólicas que, además de ser la tipología de moda en Italia, era la adecuada para la decoración de un palacio en un entorno natural como era el del Buen Retiro, situado en los terrenos del antiguo convento de los jerónimos. Este encargo constituye, sin duda, el conjunto más importante de paisaje italianizante.
Catálogo
Como es habitual, la exposición contará con su correspondiente catálogo, editado por el Museo del Prado y a cargo de su comisaria Teresa Posada Kubissa, que se podrá adquirir al precio de 25 euros.
Datos de interés:
“Rubens, Brueghel, Lorena. El paisaje nórdico en el Prado”
Fechas: 14 de marzo – 2 de junio de 2013
Museo de Bellas Artes de Sevilla. Plaza del Museo, 9 – 41001 Sevilla
Horario: Hasta el 31 de mayo:
De martes a sábado, de 10.00 a 20.30 h.
Domingos y festivos, de 10.00 a 17.00 h.
Lunes cerrado
A partir del 1 de junio:
De martes a sábado, de 9.00 a 15.30h.
Domingos y festivos, de 10.00 a 17.00 h.
Lunes cerrado
www.museodelprado.es
www.museodebellasartesdesevilla.es
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