El Museo Sorolla presenta una nueva exposición que reúne 66 obras de pintura de su propia colección, algunas nunca antes expuestas, y diversos objetos relacionados con el ejercicio de la pintura. El tema escogido es el que más fama dio a Sorolla: la pintura del mar. Vemos en el recorrido su intenso y apasionado estudio del color en el más inquieto de los medios, el agua, y en el más extenso de los escenarios: el mar.
El museo continúa así con su línea de ir escogiendo aspectos diversos de la obra del pintor para estudiarlos más en detalle, enriqueciéndolos con material complementario y documental que los haga más comprensibles y accesibles para el público. José María Lassalle, Secretario de Estado de Cultura del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte inauguró la muestra.
Fugitivos efecto de la luz
Sorolla persigue en sus obras los fugitivos efectos de la luz sobre el mar, y las volubles atmósferas de las horas del día, las estaciones de año y las distintas geografías. El pintor valenciano desarrolla una técnica veloz que hace de los cuadros del mar los más ágiles e innovadores de su producción.
En la exposición se pueden admirar lienzos y algunas “notas de color”, pequeñas tablas o cartones, fácilmente transportables, en los que Sorolla tomaba sus apuntes del natural y que resultan imprescindibles para comprender sus métodos de trabajo.
La muestra se desarrolla en tres apartados: El espectáculo incensante, las horas del azul y de la naturaleza a la pintura.
Pasión por “el natural”
Sorolla proclamó continuamente su pasión por “el natural”, y jamás quiso distanciarse de él, ni sumarse al progresivo alejamiento de la realidad que las vanguardias artísticas estaban llevando a cabo. Pero Sorolla era un pintor de su tiempo, y la exposición pretende llamar la atención sobre el hecho de que, en el proceso de trasladar al lienzo su visión de la naturaleza, Sorolla termina dejando que la pintura, su materia y su color, roben el protagonismo a la naturaleza representada.
Junto a los cuadros y apuntes, que desde las paredes presentan directamente cómo percibe el color del mar la pupila entrenada de un pintor muy dotado como fue Joaquín Sorolla, unas vitrinas van desarrollando, mediante objetos, muestras de pigmentos y pinturas, breves textos y fotografías, un discurso paralelo, el de qué medios tiene Sorolla a su disposición para materializar su visión, y van planteando de forma sencilla algunas cuestiones básicas de la pintura: qué es el color, y qué estamos diciendo cuando decimos “azul”.
Tratamiento del agua
El mar se convirtió en el tema favorito de Sorolla, el más personal y posiblemente más representativo. En su deseo de enfrentarse a la realidad con la mirada limpia de prejuicios, Sorolla observa de cerca, y con pasión, el “natural”. En la orilla misma del mar descubre los infinitos matices de color, texturas y formas que el agua revela a quien la mira con intensidad. Los fenómenos ópticos como las transparencias, los reflejos, la refracción o los espejos del agua sobre la arena, le seducen como enigmas visuales y como motivos para su pintura.
Al bajar su mirada, el pintor se concentra en un plano del cual desaparece el horizonte, un plano de representación bidimensional en el que también están trabajando los pintores más avanzados del momento. La propia realidad del mar se prestaba con facilidad a un tratamiento más moderno. En la representación del agua no hay nada inmóvil: la luz se refleja y reverbera, la imagen se fragmenta y se deshace, y al final el pigmento, la pincelada, el color, desbordan la imagen original y nos presentan otra realidad, la propia realidad de la pintura.
Los azules
Después de esas “inmersiones” en los primeros planos del agua, Sorolla levanta nuevamente la mirada para abarcar el mar como paisaje, y respira su color en las diferentes horas del día: amanecer, atardecer, mediodía, cada uno con su atmósfera de luz y su dominante de color.
Una de sus líneas más brillantes y celebradas fue la que él llamaba “pintura a pleno sol”, generalmente realizada en su Valencia natal, donde la luz tenía una calidad particularmente atractiva para el pintor y el mar era, como él dice, “azul, azul”. Pero también los días nublados o de tormenta, las luces matizadas de las playas del norte, los contraluces, en definitiva todas las experiencias de color que la luz puede ofrecer a la vista en el amplio escenario del mar, fueron recogidas por el pincel de Sorolla y por sus ansias de pintar.
La serie de 1919 de la cala de San Vicente en Mallorca, que cierra la exposición, enlaza con la serie de San Sebastián de 1918, que se muestra en la sección anterior, como un ejercicio de observación del color en las distintas horas del día, y también representa la culminación de esa tendencia mostrada en los apuntes de pequeño formato: la tendencia a convertir el cuadro en una pura imagen de color.
El color del mar
Del 24 de mayo al 20 de octubre
Museo Sorolla