La recreación de superficies reflectantes entre los objetos de un cuadro ha sido un motivo constante en la pintura que, desde al menos el siglo XV, tiene fascinados a un gran número de artistas por las posibilidades pictóricas que ofrece. Este juego entre la imagen real y la reflejada es el tema elegido para una nueva entrega de Miradas Cruzadas del Museo Thyssen-Bornemisza en la que maestros antiguos y modernos vuelven a convivir en una misma sala.
Artistas de distintas épocas demuestran su dominio de la técnica al servirse de metales, cristales, espejos y diversas superficies reflectantes para mostrar detalles que han quedado fuera del cuadro o que permanecen ocultos en la escena representada y, en un alarde narcisista, aprovechan incluso para retratarse a ellos mismos pintando tras su caballete.
Más allá del cuadro
El deseo de superar el carácter plano de la pintura fue, sobre todo desde el Renacimiento, una de las principales aspiraciones de los pintores, y el uso de reflejos en sus obras fue la herramienta más refinada que utilizaron para conseguirlo.
El Díptico de la Anunciación (c.1433‐1435) es uno de los mejores y más tempranos ejemplos de la perfección ilusionista en la escuela flamenca del siglo XV. La técnica de la grisalla, que imita la escultura, junto al uso de las sombras y de los reflejos permite a Jan van Eyck dotar a las figuras de un increíble efecto tridimensional.
Quinientos años más tarde, el pintor belga René Magritte recupera la tradición pictórica ilusionista iniciada por Van Eyck, con el objetivo de cuestionar la idea de la pintura como espejo del mundo real. En La Clef des champs (1936) el reflejo es precisamente el elemento que convierte al lienzo en un enigma visual ya que, como el cristal, la pintura “se ha roto”; ha abandonado su papel de reflejo de lo visible y se ha convertido en un instrumento del artista para demostrar la ambivalencia de realidad y ficción.
El reflejo del autorretrato
Desde el momento en que los artistas comienzan a reivindicar su posición social e intelectual frente al artesano, la propia imagen del pintor es en múltiples ocasiones el objeto de sus mismos pinceles. El espejo se convierte en un objeto imprescindible en los talleres neerlandeses, de Van Eyck a Vermer, y aparece con frecuencia representado en los cuadros. Nicolaes Maes se pinta ante su caballete reflejado en un espejo al fondo de la habitación de El tamborilero desobediente, (c. 1655) junto, seguramente, al retrato de su propia familia.
En la segunda mitad del siglo XX, Lucian Freud hizo de su figura uno de sus temas predilectos y, al igual que Maes, se acompañó de dos de sus hijos en Reflejo con dos niños (Autorretrato) (1965).
El espacio del espectador
También desde muy temprano, descubrimos el interés de muchos artistas por representar lo que se encuentra fuera del cuadro. En El evangelista san Lucas (1478), el pintor germano Mälesskircher pinta un interior lleno de detalles; junto al toro, símbolo del evangelista, el mobiliario o los libros, aparece un pequeño espejo que refleja un interior con tres ventanas, una puerta y algunos muebles. A través de ese espejo el artista juega con la perspectiva y consigue aumentar el espacio del cuadro en todas direcciones, hacia el fondo a través de la ventana y en el sentido contrario a través del espejo.
Frente a la visión predominante en Italia del cuadro como una ventana donde la pintura es autosuficiente, esta tendencia de utilizar los reflejos para eliminar los límites del marco se extendió en el contexto centroeuropeo en el siglo XVII, y particularmente a través del género de las naturalezas muertas; un buen ejemplo, Bodegón con fuente china, copa, cuchillo, pan y frutas (c. 1650‐1660) de Jan Jansz. Van de Velde III, donde a través del cristal de la copa observamos los distintos reflejos que provoca la luz de unas ventanas situadas fuera de nuestro campo visual.
Trescientos años más tarde, encontramos ese mismo dominio de las leyes de la óptica en la obra de Richard Estes y de muchos de sus compañeros hiperrealistas. Como los pintores barrocos holandeses, en Cabinas Telefónicas (1967) el artista norteamericano reproduce con máxima fidelidad las texturas de las superficies reflectantes.
Miradas cruzadas 6. Reflejos. De Van Eyck a Magritte
Del 10 de junio al 15 de septiembre
Museo Thyssen-Bornemisza
Balcón-mirador de la primera planta
De martes a sábado, de 10.00 a 22.00 horas
Lunes y domingos, de 10.00 a 19.00 horas
Acceso gratuito