En esta tercera edición, la exposición que se podrá ver en la Fundación Laxeiro nos trae a Vigo el proyecto titulado Trabajos verticales del artista nacido en Galicia y afincado en Valencia Juan Ortí (A Coruña, 1974).
Trabajos verticales es la materialización de un trabajo de investigación que ha llevado a Juan Ortí a una síntesis en la concepción formal de su escultura. Compuesta por siete piezas de cerámica blanca, realizadas con la técnica del modelado en torno, Trabajos verticales parte de las formas arquitectónicas industriales, como los silos de almacenamiento de cereal y harinas (de los que en Vigo tenemos un magnífico ejemplo en el edificio de La panificadora) para realizar un proceso de eliminación de aquellos elementos superfluos, y descubrir la forma esencial de esas estructuras que, desde finales del siglo XIX, han sido un elemento identificativo del territorio en extensas zonas de la geografía española, símbolo de un modelo productivo y económico, a la vez que iconos conformadores del paisaje.
Partiendo de la arquitectura, Juan Ortí se ocupa de problemas inherentes a la problemática formal de la escultura y su relación volumétrica con el espacio. Conceptos que podemos resumir en pares de opuestos como: vertical/horizontal; interior/exterior; abierto/cerrado; o monocromo/policromo, son abordados en este trabajo desde una concepción esencialista que elimina todo ornamento y que, inevitablemente, nos remite a autores seminales de la modernidad como el arquitecto Adolf Loos, quien en su célebre texto titulado Ornamento y delito (1908) hace todo un manifiesto de su concepción arquitectónica e inaugura un período en el que la idea de función será el elemento que rige, casi exclusivamente, sus creaciones arquitectónicas. Edificios como el Café Museum (1899) o la Casa Steiner (1910), ambas en Viena, ilustran esta concepción discursiva que sería determinante en el desarrollo de la arquitectura durante todo el siglo XX.
Juan Ortí propone así una obra despojada de toda anécdota (ornamento) para centrarse en una morfología de lo esencial que, en este caso, resuelve con elementos modulares en forma de cilindros y prismas rectangulares, cuyas relaciones entre sí y con el espacio, unas veces neutralizan y otras, acentúan diversas tensiones que hallan e la verticalidad su punto de equilibrio.
Son piezas cerradas que, por su reminiscencia arquitectónica prometen un espacio interior que, sin embargo es negado al espectador, como lo es también en las arquitecturas industriales de las que hablábamos más arriba, cuando nos desplazamos por el territorio y divisamos esas edificaciones como esculturas monumentales integradas en el paisaje.
El color blanco acentúa esa austeridad formal, una austeridad que, para Adolf Loos es símbolo de una madurez cultural que el autor austríaco opone al ornamento, un recurso definitorio, según él, de culturas poco evolucionadas que encuentran en lo accesorio respuestas a los interrogantes que no pueden resolver mediante la vía de la razón.
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