Pinazo, como pionero, captó la esencia del paisaje marino y la playa en estampas de pequeño formato, mientras que Sorolla amplió el tamaño de los lienzos e internacionalizó con sus trabajos los escenarios de la playa valenciana: sus barcas de pesca, los niños desnudos al sol o los paseos por la playa de la sociedad de la época. Navarro se sintió más atraído por las infraestructuras de ese entorno, como las casetas con ruedas o los merenderos ‘vora mar’. Por otro lado, Cecilio Pla captó perfectamente el ambiente de los veranos en la playa de Las Arenas, mostrando los distintos rincones del balneario, el devenir de la vida burguesa a la orilla del mar, con sus sillones, sombrillas, y personajes a la moda. Todas estas escenas han marcado la obra del resto de autores, que han adaptado esas mismas imágenes a su personalidad y su estilo.
Con motivo de la exposición se ha editado un cartel-folleto de distribución gratuita con información sobre la muestra y con fotografías de algunas de las obras expuestas. Además, se ha editado un catálogo de pequeño formato y 74 páginas con la reproducción de todas las obras y un texto del comisario Francisco Javier Pérez Rojas y José Luis Alcaide sobre la exposición y el contexto artístico e histórico. El catálogo, con un precio de 10 euros, se puede adquirir en la tienda del Centro Cultural Bancaja.
La muestra puede visitarse de lunes a sábado, de 10 a 14 y de 17 a 21 horas en el Centro Cultural Bancaja de Valencia (Plaza de Tetuán, 23). Entrada: 2 euros.
El descubrimiento de la playa
El desarrollo de las redes ferroviarias y las tesis higienistas difundidas a finales del siglo XIX potencian los viajes a las zonas de playa, que se convierten en lugares idóneos para el ocio estival y en uno de los núcleos donde se desarrollaba la vida moderna. La prensa también refleja esta tendencia y nace la crónica de playa, género que todos los veranos informa de las novedades de la temporada, la presencia de celebridades, los incidentes que se suceden y la idiosincrasia de los personajes que crecen en este entorno, como los mirones, el petimetre o los cazadores de fortunas.
Es, en concreto, a partir del último tercio del XIX, cuando los precursores de la pintura al aire libre decidieron acercarse al mar y tomarlo como objeto de representación artística. En la década de los 70, algunos pintores como Pinazo o Sorolla plasman en sus lienzos un paisaje hasta entonces inédito para la pintura valenciana, la playa.
A la iniciativa de estos pintores se unen, en los años sucesivos, otros artistas como José Navarro Llorens, Cecilio Pla, José Mongrell, Enrique Martínez-Cubells, Ernesto Valls, Tomás Murillo, Peris Brell o Alfredo Clarós. Una generación que consolidó la playa y la luz del Mediterráneo como uno de los temas centrales de la pintura hasta la modernidad vanguardista.
Los pintores del mar
Los orígenes del desarrollo del paisaje marino contemporáneo son difusos, ya que responden a las peculiaridades geográficas, la vida cotidiana, las rutas comerciales, conflictos navales o expediciones de los países más adelantados en la representación de estas escenas: Países Bajos, Inglaterra, Italia o Francia. En España, abierta al mar en la mayor parte de su territorio, resulta paradójico el retraso con que se incorporan estos temas a la pintura, arrancando de la mano del romántico madrileño Antonio de Brugada (1804-1863).
En Valencia surgen artistas en los que el mar o el agua en general desempeña un papel significativo: Muñoz Degrain, Rafael Monleón, Javier Juste, Pedro Ferrer, Salvador Abril o Enrique Saborit son algunos de ellos. Sin embargo, el nombre clave es Ignacio Pinazo, un pionero del aire libre que será capaz de recoger en sus creaciones todos los aspectos que atañen a la playa y al puerto, tradición que más tarde desarrollará Joaquín Sorolla y otros autores de su generación presentes en esta exposición.
Mientras el romanticismo destaca por su minuciosidad y realismo, Pinazo rompe con esta tendencia pintando obras que eliminan el detalle a favor de valores plásticos, al mismo tiempo que instaura otra manera de mirar que ya no se basa en una copia fotográfica, sino que depende de la presencia física del artista en sus paseos por la playa y el puerto, como se aprecia en la obra Barca en el puerto (1878). El carácter innovador de Pinazo no se reduce sólo a ese cambio en la mirada, sino a muchos otros factores: dotar a sus pinturas de una mayor luminosidad y su sintaxis plástica, en la que la referencia objetiva tiende a difuminarse permitiendo que sea la propia materia pictórica, con sus accidentes cromáticos, la verdadera protagonista de la obra.
Joaquín Sorolla sigue con esta tendencia. En 1908 comenzó a desarrollar temas de raigambre costumbrista de ambientación huertana y popular y, en la década de los noventa, el ámbito marinero centra su atención. Abundan en su producción las imágenes de los marineros y pescadores faenando a la orilla el mar, pero también pequeños e interesantes apuntes de barcos en la playa, embarcaderos, barracas y astilleros. El estímulo de la obra de Blasco Ibáñez le llevó a recuperar desde una perspectiva más contemporánea un interés latente por el mundo del mar y desarrolló el asunto marinero entronizándolo como un nuevo género. A partir de estas fechas, los niños bañistas que disfrutan del placer del sol y del mar pasará a ser uno de los temas más recurrentes y exitosos de Sorolla, como se aprecia en las creaciones durante su estancia en Jávea, en 1905. El verano de 1908 lo pasa de nuevo en Valencia, elaborando un importante conjunto de pinturas que tienen de nuevo como motivo la pareja de niños o adolescentes junto al mar. Es este año cuando crea, en la playa del Cabañal, la pieza Al agua, una de las más célebres del pintor. De los muchos lienzos de niños y jóvenes pintados entre la arena y el agua de la orilla, esta obra difiere por el oscurecimiento de la paleta habitual al dominar en primer plano el tono ocre de la arena que acentúa la presencia de las sombras. El cuadro, con la sugestión de un color más libre y autónomo y la manera de capturar la luz solar sobre la espuma de las olas, provocó un éxito similar al obtenido por su amigo Blasco Ibáñez en el terreno literario. Vendido en Nueva York y adquirido por Fundación Bancaja en Valencia en 1976, la pieza se ha expuesto, además de en estas dos ciudades, en París, Milán, Liège, Nápoles, Miami, México, Puerto Rico, Cascais, Dallas, Madrid, Granada y Alicante.
La producción de José Navarro Llorens se distingue por su virtuosismo en cuadros y acuarelas de temas morunos y gitanos. Amigo y vecino de Pinazo, con quien comparte el gusto por el formato reducido, tampoco es ajeno al luminismo de Sorolla. De hecho, fue uno de los artistas que contribuyó al conocimiento que hoy tenemos de la playa y el puerto del fin de siglo, como demuestran algunas composiciones de instalaciones que van acondicionando la arena, que suministran a la gente los primeros espacios sombreados y difunden el uso de las sillas o cestas de playa. En sus creaciones encontramos, en ocasiones, un gran número de elementos y, en otros momentos, opta por personajes separados del bullicio. Navarro había sido en su juventud un notable pintor marinista, autor de cuadros de naufragios y tem¬pestades en los que destaca el tratamiento rea¬lista y meticuloso acabado de las composiciones. En los inicios del siglo XX su pintura se hace más luminosa y libre en la pincelada, consi¬guiendo con mayor economía en el trazo obras muy sugerentes y atractivas.
Cecilio Pla centró su labor veraniega en Las Arenas. Su legado descubre un contexto y unas circunstancias que son las más próximas a lo que vienen experimentando las últimas generaciones de veraneantes: una playa excesivamente concurrida, atiborrada de gente, que parece disputarse cada palmo de arena. Realmente fue un lugar bien conocido por Pla del que mostró todos los ángulos, rincones y tipos mediante un copioso y variado repertorio de escenas. A veces el protagonismo recae en las gentes que pasean, en el baño vespertino, en damas elegantemente ataviadas. Entre 1914 y 1930, que es cuando pinta con mayor frecuencia estos motivos, se aprecian con nitidez los cambios en las costumbres y también los que el diseño ha introducido en la indumentaria, en los sombreros y gorros concebidos ex profeso para el baño, en las sombrillas de colores y en la multitud de sillas que pueblan la orilla.
De los llamados sorollistas, quizá sea José Mongrell Torrent el que con más insistencia pinta temas análogos, familias de pescadores a la orilla de mar. Lo hizo en Cullera, donde veraneaba. Frente al dinamismo de sus maestros Pinazo y Sorolla, presenta un mundo de imágenes sosegadas y armónicas. Los bañistas adolescentes, como una de las máximas expresiones del goce de la naturaleza, exhibiendo sin pudor su desnudez en Sorolla, en el caso de Mongrell suelen aparecer en actitudes más pudorosas e intimistas, dando una mayor sensación de reposo.
También forma parte de este elenco de pintores del mar Enrique Martínez-Cubells Ruiz. En 1899 se estableció en Munich y desde Alemania viajó por otros países del norte. No se puede definir su pintura como sorollista en sentido estricto, aunque sí hay un desarrollo de temas en su obra que puso en valor Sorolla, pero sus visiones del trabajo marinero tienen acento propio. De las luminosas composiciones mediterráneas evoluciona hacia visiones más crepusculares y ensombrecidas. La escena familiar que se exhibe en la muestra, Madre con niños en la playa, pertenece a ese conjunto luminoso que tiene el Mediterráneo como protagonista. La mujeres con los niños junto al mar y al fondo las típicas barcas de pesca dan lugar a una escena amable, sentimental y de tono poético.
Ernesto Valls Sanmartín, formado en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos y discípulo de Sorolla, completa el listado de autores de esta exposición. Empezó a ser pronto apreciado por la crítica local. En 1916 se marchó a Argentina donde vivió el resto de su vida y donde realizó diversos paisajes de la laguna. Las escenas de playa abundan tanto en su producción valenciana como argentina. A veces muestra escenas de grupos en panorámica, pero también composiciones de figuras más en detalle como la que está presente en la exposición, Madre con niña en la playa, que condesa la pervivencia y seducción que ejerció la iconografía sorollista de la playa.
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