Su última manipulación había sido trasladar a la Familia Real desde Madrid hasta el palacio de Aranjuez, desde donde podría haber una fácil y rápida salida hacia Andalucía y tal vez hacia América, como ya había hecho Juan VI de Portugal, si las cosas se ponían peor y las tropas francesas decidían hacerse con el poder y capturar o derrocar al rey. No andaba equivocado Godoy, sólo se estaba anticipando unas semanas a lo que de verdad ocurrió. Pero el pueblo de Aranjuez no lo sabía y, lo que sí sabía es que no estaba dispuesto a consentirlo.
Pero el pueblo lo encontró; allí estaba el “Príncipe de la Paz” el hasta entonces todopoderoso gobernador de España, el que algunos consideraban como “burlador del anciano rey, chulo de la reina y vendedor de España a los franceses” acurrucado y muerto de miedo entre esteras, clamando piedad a sus captores. La guardia de corps, que también se había sublevado contra él, lo protegió y evitó su linchamiento por el gentío que ocupaba toda la villa.
Aquel alzamiento, previo al que mes y medio después se produciría en Madrid el célebre 2 de mayo, tuvo varias consecuencias, muchas de ellas nefastas: abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, nueva abdicación de éste en su padre obligado por el emperador francés, de Carlos en Napoleón y de Napoleón en su hermano José Bonaparte que se convirtió en el nuevo rey de España. Un rey al que el pueblo denominó enseguida “Pepe Botella”, pese a que probablemente haya sido el único rey abstemio de la historia de España.
Aranjuez ha sido privilegiado testigo de algunas de las glorias de la monarquía, y también de algunos de sus desvaríos. Aquí vino a refugiarse, 42 años antes del célebre motín, el mismísimo Carlos III, derrengado, asustado y abatido tras hacer todo tipo de concesiones a los también amotinados contra Esquilache; esos que no consintieron que un napolitano les impusiera el sombrero de tres picos y les prohibieran seguir con su capa y su sayo de toda la vida. Si las piedras de Aranjuez han sido testigo de las mayores excentricidades de los gobernantes, es razonable que en algún momento sirvieran de escenario al mayor arrebato de cordura de los gobernados. Como recordó hace años Enrique Tierno Galván, en su condición de Amotinado Mayor: “en el corazón de las gentes bien nacidas está siempre la llama de la libertad”.
De la historia a la fiesta
Una de las singularidades de la fiesta del Motín de Aranjuez, que se celebra desde 1981, reconocida como de Interés Turístico Nacional desde 1990 y que aspira a conseguir este año el título de Fiesta de Interés Turístico Internacional, es que los protagonistas siguen siendo los mismos: los hombres y mujeres de Aranjuez, los ribereños y ribereñas que renuncian a parte de sus vacaciones, para meterse en la piel de los personajes históricos de aquel 1808 que dibujara Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales y que la representación no tiene lugar en ningún teatro, sino en los mismos lugares que contemplaron los hechos históricos: la plaza de la Parada del Palacio Real, el palacio de Godoy, el río Tajo, la plaza de toros, las calles y los viejos edificios. Piedras bicentenarias que han sabido guardar entre sus muros, tradiciones dormidas durante años.
Una época histórica vital para el desarrollo político y social del pueblo español, en la que Aranjuez, sus vecinos, sus habitantes, escribieron unas páginas más del devenir histórico de nuestro país. Una página que vuelve a abrirse cada año, tras el verano, en una fiesta singular, nacida del sentimiento popular y llevada a la práctica por los vecinos y vecinas del Real Sitio y Villa. Una fiesta con estilo, con categoría y prestigio, con identidad propia.
Aunque hay múltiples festejos en los cinco días que dura le fiesta, sin duda uno de los más importantes es el Asalto al Palacio de Godoy en el que los actores –y todo aquel que desee unirse a la recreación histórica– salen desde la Plaza de Parejas y, atravesando las calles del pueblo, llegan hasta la residencia de Godoy. Al redoble de los tambores y a la sola luz de las antorchas, toman y asaltan el antiguo Palacio de Godoy, donde es apresado y conducido hasta los calabozos municipales, mientras sus enseres son quemados en un magnífico castillo de fuegos artificiales. Hoy la ira y la indignación son sustituidas por la alegría y las ganas de fiesta y el personaje de Godoy llega a ser uno de los más deseados por los casi dos centenares de actores aficionados que intervienen en la representación.
Frente al Palacio Real
Con guión basado en los Episodios Nacionales de Galdós, unos doscientos vecinos de Aranjuez, que llevan ensayando durante todo el verano a las órdenes de Paco Carrillo, director escénico, recrean frente al Patio de Armas desde las intrigas palaciegas de aquellos días hasta el desenlace final, con el apresamiento del favorito Godoy.
El potente sonido y la música creada expresamente para esta representación, los juegos de luces sobre las fachadas, los vistosos y coloridos trajes de época que llevan los actores, los impactantes diálogos recreados por don Benito, los bailes, las luchas, las acrobacias convierten esta representación del Motín de Aranjuez en un espectáculo total que impacta a los más de 6.000 espectadores que se amontonan en la amplia explanada.
Mención especial merece el nombramiento y entrega del premio “Amotinado mayor”, una figura que ha sido interpretada por ilustres personajes de la vida española, desde Camilo José Cela o Joan Manuel Serrat, a José Luis Sampedro o el maestro Joaquín Rodrigo, de cuyo célebre Concierto de Aranjuez se cumplen ahora 75 años. En los últimos años, el título ha recaído en organismos e instituciones, como la Asociación de Víctimas del Terrorismo, la Guardia Civil o Cáritas.
Y para finalizar en la bicentenaria plaza de toros, probablemente la más antigua de España, tiene lugar la Corrida Goyesca, en la que matadores, cuadrillas, público y plaza retornan a la época del genial pintor. Una corrida a la antigua usanza con sus protagonistas ataviados al efecto, con la recuperación de antiguos lances de la lidia y la participación de primeras figuras del toreo nacional.
Siempre queda Aranjuez
Una de las joyas de esta ciudad madrileña, y origen de su esplendor, es su Palacio Real. En sus dependencias interiores abundan piezas barrocas como las que podemos ver en las salas de relojes, porcelanas o pinturas. Otro de los elementos representativos de Aranjuez son sus jardines. Ante la fachada este del palacio se encuentra el Jardín del Parterre, de corte inglés, donde destacan las esculturas de sus fuentes. Otros dos jardines parten de este conjunto. El de la Isla, llamado así por extenderse entre el curso del Tajo y la Ría, es otro de los lugares por los que conviene pasear. Más boscoso es el Jardín del Príncipe, de estilo afrancesado y gótico. El cauce del río, fuentes y plazas acompañan aquí a la Casa del Labrador. Se trata de otro palacete al estilo de los pabellones de Versalles, que acoge interesantes muestras pictóricas.
Y para disfrutar sus especialidades hay un buen número de restaurantes, dos de ellos con estrella Michelin, y con unas 5.000 plazas de comedor permanentes, a las que se suman la cordialidad y el buen hacer de los bares, tabernas y otros establecimientos hosteleros, como los populares gangos, nombre con el que se conoce a los merenderos ubicados cerca del río Tajo, que en la época estival ofrecen un ambiente fresco, tranquilo, familiar y asequible a todas las economías. Y para dormir, Aranjuez ofrece hasta 1.600 camas en las que descanasr será un placer de reyes.
Enrique Sancho
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