Aranjuez quiere convertir su Motín en Fiesta de Interés Turístico Internacional

Aquel 17 de marzo de 1808, los ánimos estaban calientes en las calles de Aranjuez. El vaso de la inquietud, la paciencia y la indignación del pueblo estaba prácticamente lleno y solo faltaban unas gotas para que se desbordase. Ese vaso había comenzado poco a poco a llenarse décadas antes, cuando el motín de Esquilache, la humillante derrota de Trafalgar, la implantación de las tropas de Napoleón en el territorio español y el descontento general, incluido el de la nobleza y el clero, parecían llevar a España a una situación sin salida. Las gentes, convencidas o manipuladas, habían encontrado un único culpable: Godoy, el todopoderoso valido de Carlos IV que parecía manejar todos los hilos de un conjunto de marionetas.

Su última manipulación había sido trasladar a la Familia Real desde Madrid hasta el palacio de Aranjuez, desde donde podría haber una fácil y rápida salida hacia Andalucía y tal vez hacia América, como ya había hecho Juan VI de Portugal, si las cosas se ponían peor y las tropas francesas decidían hacerse con el poder y capturar o derrocar al rey. No andaba equivocado Godoy, sólo se estaba anticipando unas semanas a lo que de verdad ocurrió. Pero el pueblo de Aranjuez no lo sabía y, lo que sí sabía es que no estaba dispuesto a consentirlo.

Así que, aquel 17 y 18 de marzo, una legión de soldados, campesinos, vagabundos y sirvientes, el pueblo llano del Real Sitio, se alzó con las escasas y rudimentarias armas que tenían a su alcance y atacaron el Palacio Real y la casa de Godoy. Éste logró huir refugiándose primero en el cuarto de su criado y luego en un desván envuelto entre alfombras.

Pero el pueblo lo encontró; allí estaba el “Príncipe de la Paz” el hasta entonces todopoderoso gobernador de España, el que algunos consideraban como “burlador del anciano rey, chulo de la reina y vendedor de España a los franceses” acurrucado y muerto de miedo entre esteras, clamando piedad a sus captores. La guardia de corps, que también se había sublevado contra él, lo protegió y evitó su linchamiento por el gentío que ocupaba toda la villa.

Aquel alzamiento, previo al que mes y medio después se produciría en Madrid el célebre 2 de mayo, tuvo varias consecuencias, muchas de ellas nefastas: abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, nueva abdicación de éste en su padre obligado por el emperador francés, de Carlos en Napoleón y de Napoleón en su hermano José Bonaparte que se convirtió en el nuevo rey de España. Un rey al que el pueblo denominó enseguida “Pepe Botella”, pese a que probablemente haya sido el único rey abstemio de la historia de España.

Y es que a veces el pueblo se equivoca, o es manipulado. Porque ese mismo pueblo que se desangraba luchando contra los franceses y en busca de su independencia, llamaba a Fernando VII “el deseado”, mientras el rey, su familia y amigos jugaban al billar y hacían bordados en el castillo de Vanlençay y brindaban por los éxitos de su amigo Napoleón contra los españoles. Ese rey, probablemente el peor que ha tenido España en su larga historia, ha sido calificado por los historiadores como “vil, falto de escrúpulos, rencoroso, miserable, taimado, abyecto y felón”.

Aranjuez ha sido privilegiado testigo de algunas de las glorias de la monarquía, y también de algunos de sus desvaríos. Aquí vino a refugiarse, 42 años antes del célebre motín, el mismísimo Carlos III, derrengado, asustado y abatido tras hacer todo tipo de concesiones a los también amotinados contra Esquilache; esos que no consintieron que un napolitano les impusiera el sombrero de tres picos y les prohibieran seguir con su capa y su sayo de toda la vida. Si las piedras de Aranjuez han sido testigo de las mayores excentricidades de los gobernantes, es razonable que en algún momento sirvieran de escenario al mayor arrebato de cordura de los gobernados. Como recordó hace años Enrique Tierno Galván, en su condición de Amotinado Mayor: “en el corazón de las gentes bien nacidas está siempre la llama de la libertad”.

De la historia a la fiesta

Hoy, más de doscientos años después de aquella histórica rebelión popular, todo ha quedado en un motivo de celebración que vive y protagoniza el pueblo de Aranjuez y los miles de visitantes que acuden al Real Sitio en la primera semana de septiembre para volver a revivirla.

Una de las singularidades de la fiesta del Motín de Aranjuez, que se celebra desde 1981, reconocida como de Interés Turístico Nacional desde 1990 y que aspira a conseguir este año el título de Fiesta de Interés Turístico Internacional, es que los protagonistas siguen siendo los mismos: los hombres y mujeres de Aranjuez, los ribereños y ribereñas que renuncian a parte de sus vacaciones, para meterse en la piel de los personajes históricos de aquel 1808 que dibujara Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales y que la representación no tiene lugar en ningún teatro, sino en los mismos lugares que contemplaron los hechos históricos: la plaza de la Parada del Palacio Real, el palacio de Godoy, el río Tajo, la plaza de toros, las calles y los viejos edificios. Piedras bicentenarias que han sabido guardar entre sus muros, tradiciones dormidas durante años.

Vivir en Aranjuez o visitar la ciudad en los primeros días de septiembre, es un privilegio. No solo por el placer de estar en una ciudad turística y de incomparable riqueza monumental, sino por la posibilidad de trasladarse, por unas horas, por unos días, a la España de 1808.

Una época histórica vital para el desarrollo político y social del pueblo español, en la que Aranjuez, sus vecinos, sus habitantes, escribieron unas páginas más del devenir histórico de nuestro país. Una página que vuelve a abrirse cada año, tras el verano, en una fiesta singular, nacida del sentimiento popular y llevada a la práctica por los vecinos y vecinas del Real Sitio y Villa. Una fiesta con estilo, con categoría y prestigio, con identidad propia.

Aunque hay múltiples festejos en los cinco días que dura le fiesta, sin duda uno de los más importantes es el Asalto al Palacio de Godoy en el que los actores –y todo aquel que desee unirse a la recreación histórica– salen desde la Plaza de Parejas y, atravesando las calles del pueblo, llegan hasta la residencia de Godoy. Al redoble de los tambores y a la sola luz de las antorchas, toman y asaltan el antiguo Palacio de Godoy, donde es apresado y conducido hasta los calabozos municipales, mientras sus enseres son quemados en un magnífico castillo de fuegos artificiales. Hoy la ira y la indignación son sustituidas por la alegría y las ganas de fiesta y el personaje de Godoy llega a ser uno de los más deseados por los casi dos centenares de actores aficionados que intervienen en la representación.

Frente al Palacio Real

Pero sin duda el momento cumbre de las fiestas es la grandiosa representación con música e iluminación espectacular, sobre un escenario de 400 metros cuadrados, que se celebra frente al mismo Palacio Real donde se refugiaba Carlos IV y su familia, en la que se escenifica el motín propiamente dicho, en los lugares reales y con actores vestidos de época.

Con guión basado en los Episodios Nacionales de Galdós, unos doscientos vecinos de Aranjuez, que llevan ensayando durante todo el verano a las órdenes de Paco Carrillo, director escénico, recrean frente al Patio de Armas desde las intrigas palaciegas de aquellos días hasta el desenlace final, con el apresamiento del favorito Godoy.

El potente sonido y la música creada expresamente para esta representación, los juegos de luces sobre las fachadas, los vistosos y coloridos trajes de época que llevan los actores, los impactantes diálogos recreados por don Benito, los bailes, las luchas, las acrobacias convierten esta representación del Motín de Aranjuez en un espectáculo total que impacta a los más de 6.000 espectadores que se amontonan en la amplia explanada.

Pero las Fiestas del Motín son mucho más, y están pensadas para el disfrute de todos. En 2014 se celebran del 3 al 7 de septiembre y comienzan con el tradicional pregón, y durante todos los días hay festejos no necesariamente relacionados con hechos históricos, como el tradicional “Baile del vermú”, la degustación de paella, el Mercado Goyesco, con más de 60 puestos artesanales y de alimentación, así como talleres prácticos para niños y mayores, actuaciones musicales y conciertos, encuentro de rondallas, verbenas en la Plaza de la Mariblanca, desfile de carrozas y amotinados, concurso hípico, atracciones infantiles…

Mención especial merece el nombramiento y entrega del premio “Amotinado mayor”, una figura que ha sido interpretada por ilustres personajes de la vida española, desde Camilo José Cela o Joan Manuel Serrat, a José Luis Sampedro o el maestro Joaquín Rodrigo, de cuyo célebre Concierto de Aranjuez se cumplen ahora 75 años. En los últimos años, el título ha recaído en organismos e instituciones, como la Asociación de Víctimas del Terrorismo, la Guardia Civil o Cáritas.

El último día de las fiestas, el domingo, se celebra el Descenso Pirata del Tajo, en el que los participantes sorprenden a propios y extraños con todo tipo de originales embarcaciones. A lo largo de cerca de 3 kilómetros rememorando los antiguos transportes de troncos o maderadas, centenares de vecinos surcan las aguas del río a bordo de cualquier tipo de embarcación, cuya característica común es la imaginación y la alegría y que sólo ha de cumplir el requisito de no parecerse en nada, salvo en flotar, a una barca. Este descenso se hace en recuerdo al descenso anual que, desde la provincia de Cuenca hasta Aranjuez, efectuaban los madereros, y que rememorara José Luís Sampedro en su novela “El río que nos lleva”.

Y para finalizar en la bicentenaria plaza de toros, probablemente la más antigua de España, tiene lugar la Corrida Goyesca, en la que matadores, cuadrillas, público y plaza retornan a la época del genial pintor. Una corrida a la antigua usanza con sus protagonistas ataviados al efecto, con la recuperación de antiguos lances de la lidia y la participación de primeras figuras del toreo nacional.

Siempre queda Aranjuez

Pero, naturalmente, en Aranjuez hay mucho más que ver, no en vano su casco antiguo es Conjunto Histórico-Artístico, y todo el Real Sitio ha sido declarado por la UNESCO Paisaje Cultural de la Humanidad. Palacios reales y jardines a orillas del Tajo conforman el trazado de Aranjuez. Los conceptos de la Ilustración, acomodados al desarrollo urbanístico de las ciudades, se plasman aquí en un equilibrio entre la naturaleza y el hombre, los cursos del agua y el diseño de los jardines, entre el bosque y la arquitectura palaciega.

Una de las joyas de esta ciudad madrileña, y origen de su esplendor, es su Palacio Real. En sus dependencias interiores abundan piezas barrocas como las que podemos ver en las salas de relojes, porcelanas o pinturas. Otro de los elementos representativos de Aranjuez son sus jardines. Ante la fachada este del palacio se encuentra el Jardín del Parterre, de corte inglés, donde destacan las esculturas de sus fuentes. Otros dos jardines parten de este conjunto. El de la Isla, llamado así por extenderse entre el curso del Tajo y la Ría, es otro de los lugares por los que conviene pasear. Más boscoso es el Jardín del Príncipe, de estilo afrancesado y gótico. El cauce del río, fuentes y plazas acompañan aquí a la Casa del Labrador. Se trata de otro palacete al estilo de los pabellones de Versalles, que acoge interesantes muestras pictóricas.

Pero si tantas visitas abren el apetito, se está en el lugar ideal. Las huertas que rodean Aranjuez aportan a la gastronomía alcachofas, coles de Bruselas, habas, espárragos… preparadas según múltiples recetas. La fresa, es otra de sus especialidades. Y como acompañante de lujo, los fogones de Aranjuez se han especializado en los platos cinegéticos entre los que cabe destacar aquellos que tienen al faisán como protagonista, sin duda el ave más representativa de los frondosos bosques de esta parte de la vega del Tajo. No es la única caza que se puede tomar, también son excelentes las codornices, perdices o el conejo “al ajillo”. Todo regado con vinos locales como los de la bodega El Regajal o los que pueden degustarse en la histórica y gigantesca Bodega del Real Cortijo de Carlos III, utilizada desde 1782.

Y para disfrutar sus especialidades hay un buen número de restaurantes, dos de ellos con estrella Michelin, y con unas 5.000 plazas de comedor permanentes, a las que se suman la cordialidad y el buen hacer de los bares, tabernas y otros establecimientos hosteleros, como los populares gangos, nombre con el que se conoce a los merenderos ubicados cerca del río Tajo, que en la época estival ofrecen un ambiente fresco, tranquilo, familiar y asequible a todas las economías. Y para dormir, Aranjuez ofrece hasta 1.600 camas en las que descanasr será un placer de reyes.

Enrique Sancho

Más información:
http://www.aranjuez.es/

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