Pues sí, tirados por el suelo se podían ver piedras, astillas de madera, césped, cables, tiras de papel, juguetes, llantas de ruedas y electrodomésticos rotos. Pues bien estas piezas cuyos montadores se afanaban en colocar con metro y plomada y que forman parte del paisaje de cualquier arrabal de la ciudad, arrumbadas en espera del quincallero o del camión de los desperdicios eran piezas únicas.
En ARCO son arte y se venden al mejor postor por miles de euros, quien deberá recomponerlas con el libro de instrucciones del autor para que vuelvan a adquirir la vida y la forma que pensó el artista para ellas. Pero no queda ahí la cosa, si hace un par de años una galería nos sorprendió con un Francisco Franco de cuerpo presente empaquetado en un dispensador de coca cola, este año la estrella de la provocación es un burdel de strip-tease que
Estas provocaciones consentidas por la jet set de los creadores forman parte de la vida de ARCO igual que en años anteriores se hizo alarde de la casquería humana con profusión de vísceras, mujeres humilladas o niños despanzurrados en nombre del arte. En esta ocasión ARCO viene mucho más light y no pasará a la historia salvo por la monotonía y las nostalgia de tiempos mejores.
Los países invitados poco han dejado para la posterioridad en las últimas ocasiones con galerías vacías, poca imaginación y mucho gasto por parte de IFEMA, que con gran generosidad corre con los gastos. Este año Finlandia viene con un poco más de decoro, aunque con escasa presencia que se ha vestido con la milonga de que es mejor traer un solo artista joven y prometedor que muchos conocidos y con obra arraigada. Escuchar a los rectores de IFEMA, viejos políticos arrumbados por su partido en el cementerio de elefantes en el que se ha convertido esta institución, defender esta teoría por su modernidad no deja de causar sonrojo.
Y queda por auditar el millón largo de euros (el 25 por 100 del presupuesto de la feria) que se gastan los rectores de ARCO en traer visitantes VIP, compren o no compren, para dar un poco de glamour al certámen y ganar unos minutos en los telediarios. Dos mil euros por cabeza para directores de museos, fundaciones, periodistas y críticos, esa trouppe que hincha el mercado del arte y aprovecha estos días en los que se atisba la primavera velazqueña para hacer turismo por Madrid y sus alrededores. Quedan cinco días largos, intensos, en los que se hablará más de Montoro que de Picasso, ya que el IVA se esgrima como cortina de humo contra la crisis de la cultura, como si con unos pocos euros se pudiera comprar el alma del artista.
Jesús F. Briceño
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