Desde el 7 de marzo y hasta el 29 de junio el Museo de Bellas Artes de Sevilla acoge una selección de 38 obras pertenecientes a la Colección Cubista de Telefónica, que reflejan la riqueza y diversidadde las propuestas y técnicas cubistas desarrolladas por sus principales protagonistas a lo largo del tiempo.
La Colección Cubista de Telefónica surgió, más allá del afán coleccionista, con la intención de cubrir un vacío en las colecciones españolas sobre este movimiento detonante de las vanguardias. Formada en torno a la contextualización de la obra de Juan Gris, propone una visión alternativa a la de la historiografía tradicional (más centrada en Georges Braque y Picasso) e incluye diferentes propuestas de artistas europeos y latinoamericanos.
La exposición se articula en tres ámbitos partiendo de la obra de Juan Gris, el núcleo central de esta colección. Continúa con la obra de otros artistas contemporáneos que trabajaron en París y finaliza con la expansión internacional del movimiento presentando la participación de artistas españoles y latinoamericanos.
La Colección entiende el cubismo como un movimiento medular en la historia del arte moderno, matriz generadora de otras tendencias artísticas de extensa trayectoria, superadora de tiempos, geografías y distancias; una corriente múltiple y diversa en cuanto a lenguajes, técnicas y registros artísticos, lo que supone una revisión de la historia de este movimiento a fin de recoger su complejidad y variantes y revisar las derivaciones de la plástica cubista. De hecho, el Cubismo supuso un punto de encuentro entre el arte europeo, radicado en París, el arte español y el arte latinoamericano.
Las 38 obras exhibidas pertenecen a Juan Gris, Albert Gleizes, Jean Metzinger, Louis Marcoussis, André Lhote, George Valmier, María Blanchard, Xul Solar, Rafael Barradas, Emilio Pettoruti, Vicente Huidobro, Vicente do Rego Monteiro, Joaquín Torres García, y los españoles Joaquín Peinado, Daniel Vázquez Díaz y Manuel Ángeles Ortiz.
El cubismo es uno de los movimientos centrales de las vanguardias artísticas del siglo XX y fue fundado en París a finales de la primera década del siglo XX por Braque y Picasso. Inauguró un revolucionario modo de pintar que se basa en un intenso trabajo de deconstrucción de la realidad, la renuncia a la perspectiva convencional, la ausencia de detalles y la geometrización de las formas. Cambió para siempre la forma de plasmar la naturaleza de los objetos cotidianos y condujo, además, a una nueva manera de contemplar las obras de arte en la que el espectador recorre formas, líneas y colores, dispuestos según un ritmo propio que obliga no sólo a una contemplación sensorial, sino a un ejercicio intelectual de reconstrucción.
Juan Gris
Juan Gris se suma al movimiento cuando el cubismo de los fundadores Braque y Picasso va dejando paso a otro más racional y ordenado llamado cubismo sintético. Consiste en que, partiendo de aspectos parciales de las formas, el espectador vuelva a integrar el conjunto mediante una síntesis visual e intelectual. Ya desde 1913 con el collage Verres, journal et bouteille de vin o en La guitare sur la table, Gris fragmenta la imagen, sin llegar nunca a la abstracción absoluta, para proponer una reconstrucción. El cromatismo contenido y la geometrización rigurosa de las formas se va acentuando hasta llegar a La guitare o El arlequín, obras de 1918en la que el fondo y la forma llegan a fundirse.
A partir de la década de los veinte su obra se hace más lírica, más matizada cromáticamente y va perdiendo la excesiva rigidez geométrica. Nature morte devant l’armoire (1920) y sobre todo La fenêtre aux collines (1923) suponen un cambio hacia un nuevo naturalismo en el que incluye el exterior, la vida orgánica y la curva, en consonancia con el “retorno al orden” que experimentó la pintura francesa tras la Primera Guerra Mundial. Con el paso del tiempo su obra se va volviendo más libre, dando cabida a la figura humana como en La chanteuse (1926).
El movimiento cubista en París
A partir de 1910 otros pintores se sumaron al movimiento. Algunos adoptan la estética cubista desde primera hora como Lhote o Gleizes y Metzinger, autores de Du cubisme, un texto con gran repercusión en el que exponían su teoría de la forma plana y las perspectivas pluridimensionales. Otros se incorporan más tarde como María Blanchard que lo hizo por un breve pero intenso periodo en el que creó una serie de bodegones de gran pureza geométrica.
La Primera Guerra Mundial, en la que muchos pintores cubistas participaron, (Metzinger, Lhote, Gleizes y Marcoussis) puso fin a la fase más creadora del cubismo. Podemos decir que durante estos años el color se vuelve más intenso y las formas se adornan, la geometría se suaviza y va aumentando la sensación espacial y la profundidad de las composiciones.
En la posguerra, sólo Juan Gris siguió trabajando el cubismo más o menos ortodoxo. Marcoussis creó una obra más poética con un sentido más libre de la forma y el color y Valmier encaminó su obra hacia una abstracción colorista. El resto se fue acercando de nuevo a la figuración, si bien con cierta influencia constructiva cubista.
Expansión internacional en España y en Latinoamérica
En este último apartado se recoge la obra de varios autores, que tuvieron un papel principal en la modernización del arte latinoamericano y que conocieron el cubismo de primera mano en París. En artistas como en el uruguayo Rafael Barradas o en el argentino Xul Solar la impronta de este movimiento es más evidente. Del brasileño do Rego Monteiro o del uruguayo Torres García se presenta obra de fecha más avanzada que parte de esta estética pero apunta a otros influjos como el primitivismo. Novedosos son los caligramas del chileno Vicente Huidobro, unión de pintura y poesía al combinar imagen y texto.
Por último, otros artistas que transformaron y reinterpretaron el lenguaje cubista son los españoles Daniel Vázquez Díaz y Manuel Ángeles Ortiz, cuyo Balcón abierto y plato con pescados incorpora el paisaje de fondo a los planteamientos cubistas.
Estas derivas muestran que el cubismo fue más allá del año 1920, fecha en la que tradicionalmente se ha establecido el final de su etapa más canónica, y que su identidad no puede reducirse a una sola fórmula pues su capacidad de transformación lo convirtió en un legado estético que ha perdurado en el tiempo.