A lo largo de esta década se han presentado más de medio centenar de obras y 45 convocatorias, incluyendo ésta en la que se exhibe una pintura emblemática de Antoni Tàpies (Barcelona, 1923-2012), propiedad del Museo Universidad de Navarra. La obra fue donada por la coleccionista navarra María Josefa Huarte a la Universidad de Navarra en 2008 junto con medio centenar de pinturas y esculturas entre las que se incluyen, además de otros cuatro tàpies, trabajos de Pablo Picasso, Jorge Oteiza, Pablo Palazuelo, Eduardo Chillida, Kandinsky y Mark Rothko.
L’esperit català (El espíritu catalán) ha sido exhibida con anterioridad en diversas muestras dedicadas al pintor catalán celebradas en el Museo Español de Arte Contemporáneo, MEAC, Madrid (1980); la Fundació Antoni Tàpies, Barcelona (1992); el Institut Valencià d’Art Modern, IVAM, Valencia (1992); la Serpentine Gallery, Londres (1992); y el Museu d’Art Contemporani de Barcelona MACBA (2004).
A partir de 1954, y tras unos inicios surrealistas, Tàpies desarrolló su obra con las claves formales del lenguaje informalista y, determinada conceptualmente por la filosofía existencialista y el budismo zen. Con estos principios construyó una de las trayectorias más complejas y creativas de la pintura matérica. La incorporación de grafismos gestuales, signos de naturaleza diversa y objetos comunes, y la realización, después, de obras tridimensionales enriquecieron su trabajo acercándola al arte povera y las instalaciones.
Buen ejemplo de esos intereses primordiales son las dos pinturas que pertenecen a la colección del museo, que ahora se exhiben en compañía de L’esperit català (El espíritu catalán): Gran oval (Gran óvalo) fue realizada en 1955, recién incorporado Tàpies a la abstracción informalista matérica. Por su trascendente sobriedad formal es una de las primeras obras maestras del artista catalán. En el caso de Signe i matèria (Signo y materia), de 1961, concede especial relevancia al soporte y sus cualidades matéricas: un cartón en el que se presentan con gran libertad de ejecución los grafismos, las texturas y las manchas.
L’esperit català (El espíritu catalán), que ahora presenta el Museo gracias al patrocinio de la Fundación Banco Santander y al préstamo temporal del Museo Universidad de Navarra, fue realizada a comienzos de la siguiente década. Es un periodo en el que la obra de Tàpies se convierte en expresión del poder reivindicativo del arte y manifiesta sin ambages su compromiso político catalanista, su lucha por la libertad de expresión y su oposición al régimen franquista.
Estas convicciones se plasman en esta obra de grandes dimensiones (200 x 275,3 cm) a través de la representación sígnica de las cuatro barras rojas de la bandera catalana sobre un denso fondo amarillo cubierto de elementos caligráficos. Palabras –llibertat, democracia, veritat, cultura, visca Catalunya…– y signos –un ojo que mira, una boca abierta– que se distribuyen por toda la superficie del cuadro. También hay manchas rojas que se asemejan a huellas digitales y que actúan como testimonio de una colectividad anónima. La obra, con toda su carga reivindicativa, evoca el poder expresivo de un muro pintado con graffiti, la espontaneidad de una pancarta y la voluntad de un manifiesto.
ANTONI TÀPIES (Barcelona, 1923-2012)
L’esperit català (El espíritu catalán), 1971 Óleo, polvo de mármol, aglutinante y pigmentos sobre tabla. 200 x 275,3 x 4,5 cm Museo Universidad de Navarra. Desde los comienzos de su carrera, las obras de Antoni Tàpies están vinculadas a «los graffiti de la calle y todo un mundo de protesta reprimida, clandestina, pero llena de vida que circulaba por los muros de mi país», según escribe él mismo en su Comunicación sobre el muro, de 1969. Los muros urbanos aparecen como lugares de expresión política y personal, semejantes a los que fotografió Brassaï en los años treinta, que el artista traslada directamente al cuadro. «Todos los muros de una ciudad que por tradición familiar me parecía tan mía, fueron testigos de todos los martirios y de todos los retrasos inhumanos que eran infligidos a nuestro pueblo».
Tàpies realiza en 1971 L’esperit català, un muro que refleja la vida catalana en los últimos años del franquismo. Surcado por las cuatro barras verticales de la señera, el cuadro está lleno de inscripciones, algunas en gran tamaño, como «llibertat», «Catalunya viu» o «Visca Catalunya». En general, se trata de mensajes abiertos, de renovación espiritual y política: diálogo, igualdad social, democracia, verdad, cultura… El cuadro es, así, un manifiesto político y estético: un «verdadero Guernica de la resistencia», en expresión de Josep Melià.
Frente a los que entienden las vanguardias como un movimiento internacionalista y, por tanto, apolítico, Tàpies reivindica el enraizamiento del artista en su patria, tal como escribe en otro artículo de la época (El arte de vanguardia y el espíritu catalán, 1971): «El sentimiento patriótico – digámoslo claramente–, por lo menos en nuestro país y pese a lo que puedan creer los impacientes, sigue siendo también esencialmente progresista». Y esto, para él, no es localismo, sino un intento de «mantener vivo el embate esencial, tanto de amor como de guerra, en pro del humanismo, la democracia y la libertad».
La función primordial del artista –piensa Tàpies– no es hablar de sí mismo, sino aparecer como una voz «colectiva» y «casi anónima». Y así ocurre en L’esperit català, que se presenta como un muro urbano en el que tienen cabida las reivindicaciones anónimas de un pueblo. Esta obra formó parte de la colección de María Josefa Huarte, quien lo legó al Museo Universidad de Navarra en 2008.
PROGRAMA LA OBRA INVITADA
Patrocina Fundación Banco Santander
09/04/2014-30/06/2014
ANTONI TÀPIES (Barcelona, 1923-2012)
L’esperit català (El espíritu catalán), 1971
Óleo, polvo de mármol, aglutinante y pigmentos sobre tabla,
200 x 275,3 x 4,5 cm
Museo Universidad de Navarra