Poco a poco, el ruido o la música se fue acercando. Ahora estaba seguro, eran tambores, como el que él tenía en casa, pero un poco más grandes. Y los llevaban hombres vestidos de negro, también con el rostro serio, como todos los mayores. Y detrás iban otros hombres también negros y con la cabeza cubierta con un raro cucurucho y con unos hachones con fuego en las manos. Y aún más detrás venía una estatua, no, dos, que otros hombres llevaban a hombros.
El niño miró las figuras de barro o madera de potentes colores y se estremeció. Una mujer lloraba, las lágrimas parecían auténticas, aunque la figura no lo era. Pero peor era lo que iba detrás, una figura casi desnuda y cubierta de sangre. En las manos tenía clavados unos clavos enormes como los que a veces había visto en el taller del herrero, y también en los pies. Y había sangre o pintura roja, no estaba seguro, en la cabeza, en el costado… por todas partes. Ahora comprendía los rostros serios de los que estaban a su lado. Serios era poco, a él le daban ganas de llorar y, lentamente, se fue escabullendo de la primera fila y se puso detrás de todos, allí no veía casi nada. No entendía que los mayores dijeran que eso era una fiesta, él prefería simplemente jugar con sus amigos y correr por el campo…
Estamos, claro, en Alcalá de Henares, es la Semana Santa de 1.551 y el nombre completo del chaval es Miguel de Cervantes Saavedra. Y todo lo contado es inventado, algo que seguramente no molestará nada al autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Pero aunque el argumento sea fabulado, como uno más de los que el propio Miguel haría unos años más tarde, el escenario es real, estamos a mediados del siglo XVI y por entonces se celebraban las primeras procesiones de Semana Santa en Alcalá de Henares. Aún no tiene el título de ciudad pero su carácter noble no hay quien se lo quite. Algunos aún la llaman Complutum, el nombre que le pusieron los romanos siglos atrás y en esos días se está rematando la fachada de su imponente Universidad, fundada por el cardenal Cisneros. En alguna de sus casas y palacios había nacido la reina de Inglaterra, Catalina de Aragón y el emperador de Alemania, Fernando I de Habsburgo, hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso. Su abuela, la reina Isabel la Católica también había habitado uno de los palacios, donde recibió tiempo atrás a Cristóbal Colón que andaba convenciéndola de llegar a las Indias a través del Atlántico. Una locura…
Quinientos años después
Han pasado casi quinientos años desde entonces y la Semana Santa sigue puntual a su cita en Alcalá de Henares. Ha cambiado mucho, naturalmente, ahora exhiben sus atributos y sus imágenes once cofradías con veinte pasos y más de 5.000 cofrades, pero el escenario sigue siendo casi el mismo. Ahí están esas casas centenarias de recias paredes y techos de teja, ahí esas decenas de iglesias, cada una con sus torres y campanarios y con sus decenas de nidos habitados por cigüeñas durante todo el año, ahí palacetes, plazas y rincones que guardan historias y leyendas. Y entre medias de todas ellas circulan las procesiones como pueden, porque más de 100.000 personas se agolpan en las calles y marcan su camino.
Cada cofradía y cada paso tiene su peculiaridad. La del Santísimo Cristo Yacente y Nuestra Señora de los Dolores, con sus tres pasos, transcurre casi a oscuras, ya que a su paso se apagan las farolas y solo se ilumina con los cirios de los nazarenos y los candelabros de los pasos. Varias de ellas son muy antiguas, como la del Cristo de los Doctrinos, fundada en 1660, la Cofradía del Santísimo Cristo de la Agonía, de mediados del siglo XVII, la Hermandad de María Santísima de la Soledad Coronada –creada en 1508– o la cofradía del Santo Entierro, también en el siglo XVI, que cuentan con imágenes de gran valor histórico, como la del Cristo Universitario de los Doctrinos –talla muy sobria del siglo XVI–, o artístico, como la de la Soledad Coronada, obra del imaginero sevillano Antonio Castillo Lastrucci.
Una característica de toda Semana Santa es la música… o la ausencia de ella. En efecto, hay procesiones que transcurren en completo silencio, un silencio respetuoso que crea un ambiente de recogimiento y de respeto, de tristeza y luto, solo ligeramente roto por el sonido de las cadenas arrastradas por penitentes, los golpes secos y metálicos de los llamadores o los rezos de los fieles. Y otras donde la escenificación de la pasión, muerte y resurrección se manifiesta mediante la música, bajo los sones de imponentes marchas de palio, música fúnebre y cantos saeteros encarnados en lo más profundo del sentimiento cofrade. Alcalá ofrece estos dos tipos de vivir el paso de los pasos.
Patrimonio de la Humanidad
Ciudad sabia y abierta, urbe intelectual que posibilitó la convivencia de tres culturas y tres religiones y, sobre todo, la perfecta Ciudad del Saber y Ciudad de Dios que, diseñada por la sabia mano del Cardenal Cisneros, permite disfrutar hoy de un conjunto único de soberbias construcciones del Renacimiento y el Barroco, entre las que destaca la gran obra de su Universidad. Esta excepcional riqueza proyecta a Alcalá de Henares en el siglo XXI, convertida en un referente turístico y cultural.
Se puede comenzar el recorrido por el Museo Arqueológico Regional que ofrece visitas guiadas o, trasladarnos a la época romana, en la Casa Hippolytus o las ruinas de Complutum, que forman parte del Plan de Yacimientos Arqueológicos Visitables de la Comunidad de Madrid. Imprescindibles son el Museo Casa Natal de Cervantes, donde se recrea la dimensión más humana de este genio de las letras, la Universidad de Alcalá con su patio trilingüe y el Corral de Comedias que ofrece visitas guiadas además de una cuidada oferta teatral, sin olvidar el Centro de Interpretación Los Universos de Cervantes y el Palacio Laredo. En el ámbito religioso, destacan impresionantes edificios como la Catedral Magistral y el Monasterio de San Bernardo. Por último, para los amantes de la naturaleza, “Los Cerros de Alcalá” conforman un espacio protegido, situado en la margen izquierda del río Henares.
Reponer fuerzas
Como no podía ser de otra manera, en la gastronomía de Alcalá de Henares, se encuentran platos típicos de la cocina castellano manchega que traen al recuerdo las alusiones culinarias del Quijote. Platos como las sopas de ajo, migas manchegas con chorizo o huevos fritos, y una variedad de platos preparados con verduras frescas de la vega del Henares, además de los más sabrosos asados de cordero y cabritillo, o pescados al horno como el besugo o la lubina. Algunas de sus especialidades más elaboradas y con aire cervantino son ‘el cabrito de la ínsula’, ‘la carne estofada a la Dorotea’, ‘las codornices al vino viejo’ o ‘el conejo pastoril’.
Los golosos no se conformarán con ellas y podrán disfrutar de otras “tentaciones”, como la costrada, un delicioso milhojas de hojaldre, crema y merengue cubierto de almendra picada y gratinada, las tejas y las rosquillas de Alcalá, y en esta época, claro, las torrijas, uno de los grandes –y baratos– manjares de la gastronomía española.
Enrique Sancho
Más información: www.ayto-alcaladehenares.es
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