Esta exposición descubre una faceta poco conocida del viajero hispanista Richard Ford. Los dibujos de Ford constituyen un extraordinario complemento visual de su conocida obra Manual para viajeros por España y lectores en casa, un libro de referencia ineludible de la literatura de viajes en el siglo XIX. La mayoría de los 203 dibujos seleccionados en la exposición son obras inéditas hasta ahora, lo que la convierte en una ocasión única para descubrir la imagen de España que embriagó a los viajeros románticos.
Con motivo de la exposición se ha publicado un catálogo de alto valor científico y gráfico, con más de trescientas ilustraciones, en el que han participado el comisario de la exposición Javier Rodríguez Barberán, el hispanista inglés Ian Robertson y el profesor de la Universidad de Sevilla, Antonio Gámiz Gordo.
Aunque Ford realizó numerosos dibujos en sus rutas durante los tres años de su estancia en España, de 1830 a 1833, las sucesivas ediciones de su Manual se publicaron sin ilustraciones. Los dibujos, muy apreciados por Ford, fueron pegados en álbumes que se han mantenido en el patrimonio familiar.
Ford nos ha legado un conjunto de dibujos a lápiz y tinta, así como acuarelas, que permiten reconstruir la imagen de España, tal como era en los años posteriores a la guerra contra Napoleón y al inicio de la moderna ciudad decimonónica. La mayoría de los doscientos tres dibujos seleccionados en la exposición son obras inéditas hasta ahora, lo que la convierte en una ocasión única para descubrir la imagen de España que embriagó a los viajeros románticos.
Richard Ford, viajes por España
El fragmento del más conocido libro de viajes anglosajón por España hace alusión a los dos principales temas de esta exposición: la construcción de una mirada y la forma de registrarla. Ford advierte que el lápiz y el papel son la mejor manera de aproximarse a ese “Oriente cercano y confortable” que España representaba en el imaginario colectivo de la Europa de la época. Cuando el libro se edita, la fotografía acaba de nacer, y quedaba mucho tiempo por delante para que se convirtiera en una herramienta útil y accesible para fijar la realidad. Viajando por España a principios de la década de los treinta, Ford utilizó pequeños cuadernos para las anotaciones y papeles de muy diversa calidad y formato para sus dibujos y acuarelas.
La exposición es el resultado de un largo proceso de estudio y selección de ese riquísimo material. Su comisario, Francisco Javier Rodríguez Barberán, ha centrado el proyecto en hacer visible la figura de Richard Ford en su dimensión de viajero y dibujante por la España del primer tercio del siglo XIX, buscando ofrecer un nuevo perfil que enriquezca el que ya goza de reconocimiento a través de sus textos.
A pesar de que fueron –entre obras elaboradas y bocetos- más de quinientos los dibujos que Ford realizó en esos años, han sido conocidos sólo de modo indirecto hasta hace muy poco tiempo: de hecho, se los llevó consigo a Inglaterra tras su marcha definitiva en 1833 y han permanecido hasta hoy en poder de la familia, que ha conservado ese maravilloso legado en su integridad. El prestigio del viajero inglés se ha apoyado sobre todo en su Manual, pero la faceta gráfica de Ford sólo fue valorada por los especialistas en la época o por la aportación hecha en publicaciones sobre la iconografía de las dos ciudades en las que vivió de un modo continuado, Granada y Sevilla.
Richard Ford no es, sin embargo, un artista profesional, como tampoco lo era su esposa Harriet, de quien también se expone una pequeña pero interesante serie de dibujos. Sí lo eran contemporáneos y amigos suyos como John F. Lewis y David Roberts, quienes también visitan España por esos años. Éstos aprovecharon su viaje para profundizar en su técnica y para adquirir el reconocimiento que les llevaría, años después, a ser autores de prestigio. Para ellos, lo más importante era la imagen de los lugares pintorescos, los grandes monumentos o las costumbres y fiestas populares. Ford, sin embargo, tiene la mente puesta en un objetivo distinto: probablemente piense escribir más adelante sus impresiones sobre “las cosas de España”, como a él le gustaba decir, pero sobre todo lo que quiere llevarse consigo es una memoria objetiva de lo que ve.
Las limitaciones de su técnica quedan suplidas por algo mucho más importante: al no depender de la obra, ni tener que llevarla a cabo pensando en una clientela potencial, Ford tiene un perfil singular. Así, le atraen lugares a priori poco relevantes, y cuando se acerca al ámbito de lo urbano prefiere las vistas generales, e incluso disfruta retratando el entorno de las ciudades, su periferia; frente a los edificios singulares, opta por representar las calles y plazas con su actividad cotidiana. Sus dibujos y acuarelas sirven por tanto como memoria fiel de un tiempo y de un país que amaba, pese a tantas cosas en él que le producían rechazo.
Estas características conceden a la obra de Ford un carácter muy especial: no sólo es un fotógrafo antes de la fotografía –con el interés que ello conlleva, al haberse adelantado en el tiempo a los primeros registros sistemáticos de la España del XIX-, sino que aporta algunas cosas más que el valor que se le concede a un dibujo sobre la reproducción mecánica. Al no estar atado por ninguno de los condicionantes comerciales de los álbumes y colecciones fotográficas, Ford ofrece con su obra la exploración de temas que la fotografía no empezará a registrar hasta mucho tiempo después. Podría decirse, de modo gráfico, que Ford suele ampliar el plano más allá del monumento, o que abre su objetivo ante lugares y situaciones que tardarán en ser fijados en el negativo.
Pero estos itinerarios no se ofrecen aislados, sino que se contextualizan a través de los temas presentes en su obra: el interés por registrar los paisajes de España, tan escasos de representaciones hasta esa época, previa a la eclosión del género que tendrá lugar poco tiempo después; la importancia que en esos paisajes concede a las ciudades, retratadas desde la distancia y a veces mostradas con el detalle y la precisión propia de un “curioso impertinente” –como denominó Ian Robertson a los viajeros de la época-; la atracción que siente por los monumentos heredados del pasado, lo que convierte sus dibujos en una fuente extraordinaria para la iconografía de estas obras antes de que apareciera el fenómeno de la restauración; la ineludible presencia del orientalismo, una corriente estética que estará presente en la cultura europea del siglo XIX a partir del triunfo y difusión del Romanticismo.
DATOS DE INTERÉS
Lugar: Sala de exposiciones temporales, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Fechas: 25 de noviembre de 2014 a 1 de febrero de 2015
Horario
Martes a sábado: 10.00 a 14.00 y 17.00 a 20.00 horas
Domingo y festivos: 10.00 a 14.00 horas
Cerrado: lunes, 24, 25 y 31 de diciembre de 2014, 1 y 6 de enero de 2015
Visitas guiadas: gratuitas (no grupos) a partir del 2 de diciembre, excepto del 23 de diciembre al 7 de enero.
Máximo 15 personas
Martes no festivos: 11.30 y 17.30 horas
Miércoles no festivos: 11.30 horas
Visitas para grupos: Previa solicitud: museo.visitas@rabasf.org
El libro, editado por el Museo Reina Sofía, es el catálogo que acompañó a la…
«En el aire conmovido…» es una exposición concebida por el filósofo e historiador del arte,…
"Árboles" es un exquisito libro que, a modo de arboreto de papel, nos presenta una…
El Museo Nacional del Prado ha recibido en depósito dos lienzos cuatrocentistas dedicados a la…
Dos libros de bolsillo sobre Wassily Kandinsky "Los años de Múnich" y "Forma, composición y…
El artista Pedro Torres, nacido en Brasil (Gloria de Dourados, Mato Grosso, 1982) y afincado…