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Auschwitz, visita al horror que no debe repetirse, en el 70 aniversario de su liberación

En estos días (concretamente el 27 de enero) se cumplen 70 años de la liberación del mayor campo de exterminio creado por los nazis. Un horroroso lugar que, sin embargo, ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad. Representantes de más de 40 países y supervivientes celebran el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz. En España, el Rey asiste en el Senado el Acto de Estado por el Día Oficial de la Memoria del Holocausto

En uno de los viejos barracones de prisioneros de Auschwitz, el mayor de los campos de exterminio construido por los nazis, convertido hoy en museo impresionante, se puede leer la conocida frase: «Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla», original de George de Santayana, aunque repetida por muchos. Puede que esta frase resuma perfectamente el por qué se conserva casi intacto un lugar que fue escenario de tanto sufrimiento y cómo se decidió que este terrible espacio fuera declarado Patrimonio la Humanidad por la Unesco.

Otra frase, ésta en alemán, «Arbeit macht frei» (El trabajo te hace libre), grabada en un arco metálico a la entrada del campo de concentración, exhibe, ya desde el comienzo, el cinismo y la mentira que presidía en aquel momento. La tercera frase que viene a la memoria para recordar Auschwitz no está escrita en ningún pared. Aparece en la puerta del Infierno y es leída por Dante en compañía de Virgilio, en la Divina Comedia: «Abandonad toda esperanza». Esa es la frase que debería presidir la puerta de Auschwitz.

El paseo por el campo –hoy centro de peregrinación más que atracción turística y visitado por un millón y medio de personas al año–, como el que Dante hace a través del infierno, se va haciendo cada vez más intenso hasta llegar al máximo horror. En los primeros de los antiguos barracones de presos convertidos en museo, se muestran fotografías de los presos y mapas que ilustran cómo se llevó a cabo la elección y construcción del campo y su situación «privilegiada» en el centro de la Europa dominada por los nazis.

Luego vienen las vitrinas con algunos restos encontrados en el campo tras la liberación por el ejército soviético: toneladas de cabello humano que se utilizaban para hacer mantas, miles de gafas y prótesis dentales, cientos de maletas, zapatos y ropa. Hay incluso vitrinas con ropa, juguetes, chupetes y otros accesorios para los bebés…

El final de visita es el llamado «Bloque de la Muerte», que conserva intactas las celdas de castigo, donde apenas se cabía de pie y la habitación de los «Juicios», el lugar donde las ejecuciones eran «ejemplares», los crematorios y la cámara gas. Un espectáculo del horror y la degradación humana.

Pero entre tanta tristeza y dolor, hay historias que levantan el ánimo. En una situación extrema como la que se vivió en Auschwitz (el nombre de la ciudad polaca es en realidad Oswiecim), hubo muchas manifestaciones y heroísmo; incluso de santidad. La mayoría de ellas, sin embargo, se mantienen en el anonimato.

Pero una de las historias que sí se conocen es la del sacerdote franciscano polaco Maksymilian Kolbe. Durante uno de los muchos castigos indiscriminados llevados a cabo por los nazis, fueron seleccionados varios presos al azar para ser ejecutados. Uno de los elegidos fue un compañero de Kolbe, quien sabía que tenía varios hijos.

El sacerdote franciscano se ofreció voluntariamente para morir en su lugar. Sus carceleros lo condenaron a una de las peores agonías: morir de hambre. Como al cabo de más de una semana aún no había muerto, se le dio una inyección venenosa en el corazón. En el Pabellón de la Muerte se puede ver la celda en la que fue encarcelado. Su compatriota, el Papa Juan Pablo II canonizó a Maksymilian hace años. El hombre al que salvó de la muerte fue un testigo clave en su proceso de canonización.

Aunque no hay cifras oficiales, se cree que en Auschwitz, murieron en cinco años entre un millón y medio y tres millones de personas; en algunos días se batía el triste récord de 5.000 ejecuciones. Los primeros en llegar al campo fueron los prisioneros políticos del ejército polaco, pero no tardaron en seguirles miembros de la resistencia, intelectuales, homosexuales, gitanos y judíos.

Y, muy cerca, Cracovia

Auschwitz merece en sí mismo una visita, pero, claro, estando a pocos kilómetros de Cracovia, seguramente la más bella ciudad polaca, es imprescindible disfrutar de la que tiene el merecido título de Capital Cultural de Polonia. La capital de la región de Malopolska (Pequeña Polonia), es una ciudad dinámica y universal. Casi 800.000 habitantes viven en la antigua capital de Polonia, cuna y panteón de reyes, ciudad del Papa y de la bohemia. Fue elegida capital cultural en el año 2000 y desde siempre ha sido la sede de la cultura polaca y punto de encuentro cultural entre la Europa oriental y la occidental.

Cuenta con una de las universidades más antiguas de Europa, la Universidad Jagiellonski de 1364, escuela de ilustres personajes como Copérnico, el mítico doctor Fausto y el joven Karol Wojtyla. Sus cien mil estudiantes aportan una identidad científica y juvenil a Cracovia, y la convierten en un escenario intercultural del que son buena muestra la treintena de museos y los numerosos teatros y clubs de jazz de la ciudad. Destacan el Museo Nacional, que junto con el de Varsovia, reúne la mayor riqueza del país.

A diferencia de otras ciudades polacas, Cracovia, quedó intacta durante la Segunda Guerra Mundial, porque allí estaba el cuartel general nazi y nos les dio tiempo a destruirla como hicieron con otras ciudades del país. Toda ella es un gran monumento y aún conserva la antigua estructura urbana que se trazó hace siglos. Su impresionante casco antiguo, Patrimonio de la Humanidad, atesora numerosos monumentos históricos, decenas de museos y más de 30 iglesias y sinagogas, ya que en Cracovia han convivido ortodoxos, católicos, luteranos y judíos.

Una curiosidad que el visitante no puede perder es cómo cada hora en punto y desde el siglo XIII, suena la misma melodía de una trompeta, la hejnat mariacki, desde lo alto de la iglesia de Santa María, en la espectacular Plaza del Mercado (Rynek Glowny). Cuenta la leyenda que una flecha atravesó la garganta del vigía que alertaba a la población de los ataques tártaros cuando estaba en mitad del toque. Siglos después, la ciudad sigue rindiendo homenaje cada hora a aquel vigía y la melodía queda interumpida.

La plaza es un interesante conjunto arquitectónico de fachadas neoclásicas, portadas renacentistas y patios porticados del siglo XIV y XV. Destaca la Torre del Ayuntamiento, antigua prisión, hoy un animado café donde disfrutar de un hidromiel, licor tradicional; en el lado opuesto de la plaza se ubica la iglesia de San Adalberto, cuyo sótano alberga el Museo de Historia de la Plaza del Mercado; diversos palacios como el de Potocki, históricas casas y el monumento a Adam Mickiewicz, el poeta polaco romántico más relevante.

La Colina Wawel, representa otro lugar de especial interés por los numerosos edificios, entre los que destacan la catedral y el castillo cargado de muestras artísticas. El imponente reflejo del conjunto sobre las aguas del Vístula es una de las imágenes más representativas de Polonia. La capital del país hasta el siglo XVII cuenta con numerosas murallas y edificios medievales que alimentan las leyendas de la cultura polaca y obras maestras como los Soportales de Sukiennice, la iglesia de los Padres Franciscanos y el antiguo barrio judío de Kazimierz, que conserva bellas sinagogas, un viejo cementerio y decenas de iglesias.

Queda mucho por ver en Cracovia. Sí hay que hacer, al menos, una breve mención al barrio de Kazimierz, antigua ciudad independiente, e integrada en Cracovia desde 1801. Aquí comenzó a formarse una pujante comunidad hebrea a partir de finales del siglo XV. Judíos procedentes de Bohemia, Moravia, Alemania, Italia y España se fueron congregando en sucesivas oleadas en distintos lugares de Polonia. El país fue denominado “Tierra sin hogueras” y en él encontraron refugio no sólo los judíos, también católicos, protestantes, ortodoxos y cristianos. La comunidad judía en Cracovia siempre fue importante.

Aunque durante la Segunda Guerra Mundial, Kazimierz fue convertido en ghetto y finalmente sus casi 70.000 habitantes fueron deportados al campo de concentración de Plaszow o exterminados, el barrio, a diferencia del de Varsovia, apenas sufrió daños. Hoy pueden contemplarse numerosas sinagogas, plazas y mercados que conservan su ambiente original. También hay un espectacular cementerio hebraico, con bellos sepulcros renacentistas. En Kazimierz se rodó buena parte de la película de Steven Spielberg, “La lista de Schindler”.

Información práctica. El buscador Jetcost (www.jetcost.es) ha encontrado vuelos a Cracovia desde Madrid y otras ciudades, con una escala, a partir de 125 euros por trayecto. Una combinación muy atractiva es la que propone la compañía Wizz Air (www.wizzair.com/es) desde Barcelona a Katowice (a pocos kilómetros de Cracovia) en vuelo directo a partir de 60 euros. Información turística sobre Cracovia y Auschwitz, Oficina Nacional de Turismo de Polonia, tel. 91 541 48 08 www.polonia.travel

Enrique Sancho

Logopress - Editor

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