En uno de los viejos barracones de prisioneros de Auschwitz, el mayor de los campos de exterminio construido por los nazis, convertido hoy en museo impresionante, se puede leer la conocida frase: «Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla», original de George de Santayana, aunque repetida por muchos. Puede que esta frase resuma perfectamente el por qué se conserva casi intacto un lugar que fue escenario de tanto sufrimiento y cómo se decidió que este terrible espacio fuera declarado Patrimonio la Humanidad por la Unesco.
El paseo por el campo hoy centro de peregrinación más que atracción turística y visitado por un millón y medio de personas al año, como el que Dante hace a través del infierno, se va haciendo cada vez más intenso hasta llegar al máximo horror. En los primeros de los antiguos barracones de presos convertidos en museo, se muestran fotografías de los presos y mapas que ilustran cómo se llevó a cabo la elección y construcción del campo y su situación «privilegiada» en el centro de la Europa dominada por los nazis.
El final de visita es el llamado «Bloque de la Muerte», que conserva intactas las celdas de castigo, donde apenas se cabía de pie y la habitación de los «Juicios», el lugar donde las ejecuciones eran «ejemplares», los crematorios y la cámara gas. Un espectáculo del horror y la degradación humana.
Pero entre tanta tristeza y dolor, hay historias que levantan el ánimo. En una situación extrema como la que se vivió en Auschwitz (el nombre de la ciudad polaca es en realidad Oswiecim), hubo muchas manifestaciones y heroísmo; incluso de santidad. La mayoría de ellas, sin embargo, se mantienen en el anonimato.
El sacerdote franciscano se ofreció voluntariamente para morir en su lugar. Sus carceleros lo condenaron a una de las peores agonías: morir de hambre. Como al cabo de más de una semana aún no había muerto, se le dio una inyección venenosa en el corazón. En el Pabellón de la Muerte se puede ver la celda en la que fue encarcelado. Su compatriota, el Papa Juan Pablo II canonizó a Maksymilian hace años. El hombre al que salvó de la muerte fue un testigo clave en su proceso de canonización.
Y, muy cerca, Cracovia
Auschwitz merece en sí mismo una visita, pero, claro, estando a pocos kilómetros de Cracovia, seguramente la más bella ciudad polaca, es imprescindible disfrutar de la que tiene el merecido título de Capital Cultural de Polonia. La capital de la región de Malopolska (Pequeña Polonia), es una ciudad dinámica y universal. Casi 800.000 habitantes viven en la antigua capital de Polonia, cuna y panteón de reyes, ciudad del Papa y de la bohemia. Fue elegida capital cultural en el año 2000 y desde siempre ha sido la sede de la cultura polaca y punto de encuentro cultural entre la Europa oriental y la occidental.
A diferencia de otras ciudades polacas, Cracovia, quedó intacta durante la Segunda Guerra Mundial, porque allí estaba el cuartel general nazi y nos les dio tiempo a destruirla como hicieron con otras ciudades del país. Toda ella es un gran monumento y aún conserva la antigua estructura urbana que se trazó hace siglos. Su impresionante casco antiguo, Patrimonio de la Humanidad, atesora numerosos monumentos históricos, decenas de museos y más de 30 iglesias y sinagogas, ya que en Cracovia han convivido ortodoxos, católicos, luteranos y judíos.
La plaza es un interesante conjunto arquitectónico de fachadas neoclásicas, portadas renacentistas y patios porticados del siglo XIV y XV. Destaca la Torre del Ayuntamiento, antigua prisión, hoy un animado café donde disfrutar de un hidromiel, licor tradicional; en el lado opuesto de la plaza se ubica la iglesia de San Adalberto, cuyo sótano alberga el Museo de Historia de la Plaza del Mercado; diversos palacios como el de Potocki, históricas casas y el monumento a Adam Mickiewicz, el poeta polaco romántico más relevante.
Queda mucho por ver en Cracovia. Sí hay que hacer, al menos, una breve mención al barrio de Kazimierz, antigua ciudad independiente, e integrada en Cracovia desde 1801. Aquí comenzó a formarse una pujante comunidad hebrea a partir de finales del siglo XV. Judíos procedentes de Bohemia, Moravia, Alemania, Italia y España se fueron congregando en sucesivas oleadas en distintos lugares de Polonia. El país fue denominado Tierra sin hogueras y en él encontraron refugio no sólo los judíos, también católicos, protestantes, ortodoxos y cristianos. La comunidad judía en Cracovia siempre fue importante.
Información práctica. El buscador Jetcost (www.jetcost.es) ha encontrado vuelos a Cracovia desde Madrid y otras ciudades, con una escala, a partir de 125 euros por trayecto. Una combinación muy atractiva es la que propone la compañía Wizz Air (www.wizzair.com/es) desde Barcelona a Katowice (a pocos kilómetros de Cracovia) en vuelo directo a partir de 60 euros. Información turística sobre Cracovia y Auschwitz, Oficina Nacional de Turismo de Polonia, tel. 91 541 48 08 www.polonia.travel
Enrique Sancho
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