Del 27 de marzo al 31 de mayo de 2015 la sala de exposiciones de la Fundación Botín en Santander acogerá la XXI edición de la muestra Itinerarios, un escaparate anual que expone los trabajos de los beneficiarios de las Becas de Artes Plásticas de la Fundación, funcionando, año tras año, como termómetro del estado actual de las artes.
Este año la exposición presenta trabajos de nueve artistas, cinco de ellos españoles y otros cuatro procedentes de Cuba, Portugal, Estados Unidos y Venezuela. Se trata de Carles Congost (Olot, 1970), Albert Corbí (Alcoi, 1976), Patricia Esquivias (Caracas, 1979), Jon Mikel Euba (Amorebieta, 1967), Rodrigo Oliveira (Sintra, 1978), Wilfredo Prieto (Sancti Spiritus, 1978); Julia Spínola (Madrid, 1979), Justin Randolph Thompson (Peekskill, EE.UU) y Jorge Yeregui (Santander, 1975).
Una muestra colectiva que resume el trabajo producido por estos creadores en el periodo 2013-2014 de duración de esta beca y que aspira, ante todo, a promover ambiciosos proyectos de investigación, funcionando como instantánea de las tendencias predominantes. De ahí el carácter experimental y ese cierto grado de libertad formal de muchos de los proyectos que se exponen.
La presente edición de Itinerarios explora la idea del objeto artístico como ‘interfaz’ o medio que facilita al usuario la visualización de un proceso. Un concepto que impregna la investigación formal de estos artistas y que conforma su interés en producir obras de arte «abiertas», que pueden ir evolucionando con el transcurso del tiempo. Pero, además, les permite embarcarse en una investigación conceptual iniciada hace ya décadas, que tiende a cuestionar la idea de la obra de arte como producto, poniendo de manifiesto que la forma acabada esconde, de algún modo, el proceso intelectual y físico de su producción.
Nuestro entorno vital responde cada vez más a nuestra presencia, exigiendo de nosotros una aportación cada vez más activa debido al uso, en nuestra rutina diaria, de un elevado número de dispositivos que nos conducen a una constante interacción. Hace dos décadas se acuñó el término estética relacional para describir una práctica artística que contemplaba la participación del espectador como un elemento clave para crear significado. Pensada para implicar al visitante, la obra se concebía como entorno, como instalación, un enfoque en el que los artistas de hoy profundizan, reflexionando sobre el efecto de la interactividad como elemento clave en la cultura contemporánea.
Pero esas formas artísticas más fluidas pueden asimismo reflejar la compresión del tiempo, un producto que se vuelve cada vez más precioso conforme se intensifica nuestra exposición al flujo constante de información al que nos vemos sometidos y que exige de nosotros mayores capacidades de procesamiento para asimilar la complejidad de nuestro entorno.
Se trata de un fenómeno que ha afectado al proceso creativo en la misma medida que al resto de las actividades humanas. Hasta hace poco la gestión informática de flujos de datos grandes y complejos (cálculos o documentos de vídeo) precisaba de enormes tiempos de procesamiento. Poco a poco, la mayor potencia de las máquinas ha hecho desaparecer ese momento de latencia. Se diría que es ahora la mente humana la que necesita ajustarse a esas nuevas condiciones, con el enorme reto que ello supone.
Y aunque la exposición artística podría ser uno de los pocos espacios que quedan para la reflexión y la contemplación, los artistas continúan reflexionando frente al nuevo estado de la cultura con trabajos que pueden adoptar la forma de documentos —textos, imágenes o reliquias—, convirtiendo al visitante en una suerte de investigador que extrae sus propias conclusiones al procesar los elementos expuestos. Ese formato ‘documental/instalativo’ refleja las reflexiones y las huellas de un proceso continuado de pensamiento que se nos antoja difícil de plasmar en algo fijo: una forma que sugiere un cambio constante muy parecido al del mundo que habitamos.
Como afirma Benjamin Weil, comisario de la muestra, y Director Artístico del Centro Botín, el concepto formal de ‘ensamblaje’ podría definir gran parte de la obra expuesta en esta última entrega de Itinerarios, ‘en la que los artistas combinan libremente elementos procedentes de diversos medios —pintura, escultura, fotografía, vídeo y performance— para crear unas estructuras narrativas híbridas o de múltiples capas’.
Esa combinación de elementos es precisamente la responsable de generar en la exposición una estructura abierta que el visitante activa al asociar mentalmente sus componentes, poniéndolos en relación con el espacio que ocupan. De esta forma, la arquitectura del espacio se constituye en parte integrante de la propuesta artística y la condición formal de la obra puede, asimismo, evolucionar con el paso del tiempo, por ejemplo, al «activarse» mediante la performance.
Las similitudes en las preocupaciones expresadas por los artistas participantes en la edición número veintiuno de Itinerarios tienen como contrapunto la diferencia de aproximaciones y tácticas empleadas por cada uno de ellos. Juntos ofrecen una perspectiva rica y variada de la práctica artística contemporánea de una nueva generación.