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La pintura académica francesa del Musée D´Orsay, en Madrid

La exposición “El Canto del Cisne. Pinturas académicas del Salón de París. Colecciones Musée D´Orsay”, reúne una selección de la mejor pintura académica francesa de la segunda mitad del siglo XIX.

La muestra, que ha contado con el generoso apoyo del Musée D´Orsay, reúne 80 obras de grandes pintores como Renoir, Cabanel Gérôme e Ingres, artistas que han marcado una de las páginas más brillantes de la historia del arte y que gozaron de un extraordinario éxito en el siglo XIX.

La muestra, la primera de estas características que se acoge en España, está compuesta por más de 80 obras de los principales artistas académicos como Ingres, Gérôme, Cabanel, Bouguereau, Laurens, Henner, Meissonier o Baudry, pero también otros pintores que, si bien no se suelen clasificar como académicos, se integraron dentro del sistema expositivo del Salón parisino del siglo XIX, y partieron de la tradición para explorar nuevos horizontes, como Alma-Tadema, Gustave Moreau, Puvis de Chavannes o Courbet.

La exposición brinda una magnífica oportunidad para comprender el estilo artístico de estos pintores académicos que legaron una pintura que tiene su origen en la exposición que se celebró en 1763 en el Salón Carré del Museo del Louvre, de donde toman su nombre y que reflejaron en sus obras, espléndidas y refinadas, su malestar hacia el mundo moderno y la industrialización, así como su descontento por un mundo lleno de cambios, que a su juicio iba acabando con las grandes convicciones inamovibles de la tradición. A todas estas cuestiones respondieron con una vuelta al pasado, a lo exótico y a lo lejano.

La pintura académica se rige por unos principios estéticos claros y tradicionales: la primacía del dibujo sobre el color, la corrección en la composición y la importancia de los temas que se tratan, que recogen grandes momentos de la historia, la mitología o la religión.

Por primera vez se presenta una exposición de estas características, que supone una gran novedad en el panorama internacional. En esta ocasión, se reúnen las grandes obras de los pintores considerados académicos en los salones parisinos del siglo XIX. Tradicionalmente, la historia parece haberles concedido sólo el papel de contrapunto necesario para la reacción del impresionismo y del resto de tendencias que parecen conducir directamente a las vanguardias y el arte del siglo veinte. Sin embargo, este tipo de pintura, espléndida y refinada, marca una de las páginas más brillantes de la Historia del arte como última heredera de la tradición de la gran pintura.

Lo que podemos entender como pintura académica engloba a una serie de artistas que buscaron distintas maneras de modernizar una tradición que se basaba en la creencia en un ideal de belleza eterno, compartido por todos, que encontraba su perfecta expresión en la escultura griega. Todo ello en unos tiempos en los que el mundo había sufrido profundas transformaciones a causa de las sucesivas revoluciones políticas, económicas y sociales del siglo XIX, en los que el desarrollo de la arqueología había mostrado una Antigüedad heterogénea y cambiante y en los que las fórmulas estéticas y morales impuestas desde el neoclasicismo se estaban agotando. Así pues, estos artistas se enfrentaron al reto de crear un equilibrio entre la tradición y la necesidad de nuevos modelos, capaces de evolucionar en una sociedad en continuo cambio.

Esta pintura no es por tanto un conjunto homogéneo con unas mismas normas y modelos, sino el intento de readecuar unos principios –fundamentalmente el de una belleza eterna y universal- a una sociedad en plena evolución. Estos pintores, además, no siempre gozaron del favor del público, de la Academia ni de la crítica, sino que intentaron adaptar a su manera la tradición de la gran pintura a un mundo que parecía descubrir la volatilidad del gusto y de la moda.

A mediados del siglo XIX la Academia de Bellas Artes francesa pasó paulatinamente a convertirse en una institución pública, dependiente de unos poderes eminentemente burgueses. El Salón, que de ella dependía y cuyo origen se encuentra en la exposición celebrada en 1763 en el Salón Carré del Louvre, de donde toma su nombre, es una institución cada vez más abierta, que comenzó a difundir el gusto y también la moda, adquiriendo gran influencia en la cultura francesa y en el resto de Europa. A partir de este momento, en el Salón se unirían las distintas fuerzas que iban a configurar el gusto: el jurado, que representaba a la agonizante Academia, los poderes públicos, principales compradores de las obras expuestas, y, por primera vez, el público y la naciente crítica de arte, principales protagonistas de la democratización del arte, en el sentido que le damos actualmente.

Los artistas e intelectuales de la época fueron muy sensibles al malestar que creaba el mundo moderno, el positivismo y la industrialización (el spleen de Baudelaire) y a ese mundo desconcertante y lleno de cambios que iba perdiendo las grandes convicciones inamovibles de la tradición. A todas estas cuestiones respondieron con una huida al pasado, pero también a lo exótico y lejano.

No se puede decir que negaron el mundo mo-derno, sino más bien que ayudaron a configurarlo, sustituyendo un modelo perfecto, armónico y estable, propio de la tradición y de la Academia, por otro inestable, convulso y a veces hasta violento y delirante a través de una pintura que refleja una sociedad y un mundo que desaparecerán en el S.XX con la llegada de la Primera Guerra Mundial. Pero también una pintura, que en su apego al desnudo, a lo narrativo y en su dependencia de las grandes compras por parte del estado se mantendrá de alguna manera viva durante todo el S. XX.

Así y por ejemplo, últimamente encontramos una vuelta al gusto por el desnudo clásico y un afán narrativo en las actividades artísticas, a un lenguaje como el que utilizan a menudo el cine y la fotografía o artistas como Jeff Koons, que nos devuelven al discurso de la pintura académica “y a la defensa de un kitsch sin complejos”. Por todo ello, parece un momento oportuno para revisitar esta pintura y poder contemplarla en su complejidad y su riqueza, en su voluntad de expresar y sobreponerse a un mundo como el moderno, en continuo cambio.

Las obras más importantes de la tradición académica en París fueron adquiridas por el Estado, pasando a las colecciones públicas francesas y, desde su creación en 1986, al Musée d´Orsay, lo que casi obliga a la realización de ésta exposición con sus fondos. Este museo ha prestado generosamente y de manera excepcional más de 80 obras de los principales artistas académicos que expusieron en el Salón como Ingres, Gérôme, Cabanel, Bouguereau, Laurens, Henner, Meissonier o Baudry, pero también otros pintores que, si bien no se suelen clasificar como académicos, se integraron dentro del sistema expositivo del Salón, y partieron de la tradición para explorar nuevos horizontes, como Alma-Tadema, Gustave Moreau, Puvis de Chavannes o Courbet.

FUNDACIÓN MAPFRE
Fechas: Hasta el 3 de mayo de 2015
Lugar: Paseo de Recoletos, 23 (MADRID)

Logopress - Editor

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