La muestra comenzó sin uno de sus invitados más insignes, el autorretrato de Velázquez, que se encontraba en una exposición monográfica sobre el artista en el Grand Palais de París. Es habitual en las grandes exposiciones temporales que algunas obras se incorporen una vez inaugurada, ya que las peticiones de préstamo aumentan en función de la importancia de las obras.
El lunes 27 el Museo recibió al último melancólico, Diego de Velázquez (1599- 1660), en forma de autorretrato de un creador. Una pintura de grandísima importancia, no solo por su cuantía económica (es la pieza con mayor valoración de toda la exposición), sino por ser una obra reconocida tanto por los tratadistas de su época, como Pacheco, que menciona este lienzo dentro de su Tratado de Pintura, y en la actualidad por grandes estudiosos de su obra, como Jonathan Brown.
De sobra es conocida la importancia de Diego Velázquez en la historia del Arte Universal. Con él, el concepto de pintura entendida como tal cambia, dada su peculiar técnica, donde la luz se convierte en el elemento esencial, unida a una temática que va más allá de la tradicional y coetánea religiosa, introduciendo referencias alegóricas llevadas al plano mundano. Sin ser la protagonista principal, deja siempre un espacio para reflejar la España del Siglo de Oro en sus lienzos. Esta obra se une en el mismo espacio a la segunda parte de El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, debido a su gusto por reflejar la sociedad hispana en sus creaciones.
Si la escritura es un momento clave en el progresivo descubrimiento del yo, el autorretrato independiente —no «contextual», como era habitual en siglos anteriores— es igualmente un acto de consciencia que reafirma la identidad del pintor. Y ninguno mejor para comprenderlo que este de Velázquez, en el que el artista se presenta a sí mismo, sin pretextos, como centro exclusivo de su tela, sin símbolos, ni inscripciones ni apoyos escenográficos. Decía Maravall que Velázquez concibe la pintura como una indagación en «primera persona»; que su pintura responde a la obsesión por capturar la individualidad de las cosas, su cara más singular. Y en la cumbre de esta búsqueda está el autorretrato, entendido no con un propósito de gloria, sino como conocimiento de sí mismo. Con Velázquez la pintura se instituye como una forma plena de sabiduría, una ocupación superior, de naturaleza intelectual, que «inventa lo que aún no ha sido hallado», que funda el mundo, en una tarea equivalente al gesto divino de hacer las cosas. Hoy llamamos a eso creación. Es decir, cumplir el ambicioso plan de la «melancolía generosa» propuesto por Durero.
Museo Nacional de Escultura
INFORMACIÓN PRÁCTICA
Exposición Tiempos de melancolía. Creación y desengaño en la España del Siglo de Oro abierta al público del 2 de julio de 2015 al 12 de octubre de 2015 en,
Museo Nacional de Escultura
Palacio de Villena
Calle Cadenas de San Gregorio, 1
47011 Valladolid
http://museoescultura.mcu.es / +34 983 250 375
Horario: Abierto de martes a sábado de 11 h a 14 h; 16.30 h a 19.30 h; domingo de 11 h a 14 h. Domingos de agosto de 19 a 22 h
Lunes cerrado
Entrada gratuita
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