En un montaje tan sorprendente y excepcional como la propia exposición, “El Bosco. La exposición del V centenario” reúne más de medio centenar de obras, entre ellas veintiuna pinturas y ocho dibujos originales del Bosco, que constituyen más del setenta y cinco por ciento de su producción conservada, así como grabados, relieves, miniaturas y pinturas de otros autores que contextualizan el ambiente en que estas se concibieron.
El Museo del Prado presenta hasta el 11 septiembre de 2016, la exposición que conmemora el V centenario de la muerte del Bosco, una ocasión irrepetible para disfrutar del extraordinario grupo de las ocho pinturas de su mano que se conservan en España junto a excelentes obras procedentes de colecciones y museos de todo el mundo. Se trata del repertorio más completo del Bosco, uno de los artistas más enigmáticos e influyentes del Renacimiento, que invita al público a adentrarse en su personal visión del mundo a través de un montaje expositivo espectacular que presenta exentos sus trípticos más relevantes para que se puedan contemplar tanto el anverso como el reverso.
“El Bosco. La exposición del V centenario” se centra en las obras originales de este artista y se articula en siete secciones. La primera: El Bosco y ‘s-Hertogenbosch, nos sitúa en la ciudad donde transcurrió su vida. Dado el carácter monográfico de la muestra, y ante la dificultad que plantea fijar su cronología, se ha distribuido su producción en seis secciones temáticas: Infancia y vida pública de Cristo, Los santos, Del Paraíso al Infierno, El jardín de las delicias, El mundo y el hombre: Pecados Capitales y obras profanas, y La Pasión de Cristo.
Gracias al interés que mostró por el Bosco Felipe II, España conserva el mayor conjunto de originales suyos y todos ellos figuran en la exposición. El Prado, heredero de la Colección Real junto con Patrimonio Nacional, custodia seis obras entre las que destacan los trípticos de El jardín de las delicias, la Adoración de los magos y el Carro de heno. A ellas se suman el Camino del Calvario de El Escorial -una obra que, gracias a la generosidad de Patrimonio Nacional, se traslada desde la muestra “El Bosco en El Escorial” para unirse la magna exposición del Museo del Prado- y San Juan Bautista de la Fundación Lázaro Galdiano, uno de los mejores frutos del afán coleccionista de don José Lázaro. Junto a estas obras, los préstamos procedentes de Lisboa, Londres, Berlín, Viena, Venecia, Rotterdam, París, Nueva York, Filadelfia o Washington, entre otras ciudades, hacen de esta muestra un acontecimiento único para sumergirse en el imaginario de uno de los pintores más fascinantes del arte universal.
Por otra parte, en el completo y extenso programa de actividades organizado en torno a la exposición (ver relación al final de la nota y en www.museodelprado.es) a partir del 4 de julio se abrirá en la Sala C un espacio audiovisual titulado Jardín especialmente por el artista Álvaro Perdices y el cineasta Andrés Sanz.
En previsión del extraordinario interés que puede despertar este gran acontecimiento expositivo, el Museo ha establecido una prolongación del horario de apertura de la exposición (dos horas más de viernes a domingo) y recomienda la compra anticipada de entradas. La compra anticipada de entradas puede efectuarse por internet (www.museodelprado.es) o por teléfono (902 10 70 77), con reserva de fecha y hora de acceso en ambos casos.
La exposición
Jheronimus van Aken (h. 1450-1516), conocido en España como “el Bosco”, nació y vivió ‘s-Hertogenbosch (Bois-le-Duc), una ciudad al norte del ducado de Brabante, en la actual Holanda, a la que vinculó su fama al firmar sus obras como “Jheronimus Bosch”. Su inmensa capacidad de invención queda patente en la renovación que experimenta en sus manos la técnica pictórica, con su personal tratamiento de la superficie, que se suma a la que muestran sus contenidos, en ocasiones difíciles –o casi imposibles- de descifrar, al haberse perdido en nuestro días muchas de las claves para interpretarlas.
Secciones
I. El Bosco y ‘s-Hertogenbosch
Incorpora obras de artistas que, o bien trabajaron para la ciudad en tiempos del Bosco como los dos relieves del escultor de Utrecht Adriaen van Wessel para el retablo de la capilla de la Cofradía de Nuestra Señora en la iglesia de San Juan (1475-1477), o bien desarrollaron su labor en ella en esos años, como los tres grabados del arquitecto y grabador Alart du Hameel.
A ellos se suma un grabado de Cornelis Cort con el retrato del pintor, la pintura anónima del mercado de paños en la plaza de ‘s-Hertogenbosch del Noordsbrabant Museum, en la que se puede ver la casa en la que vivió el Bosco, y el manuscrito de los Comentarios de la pintura de Felipe de Guevara de la Biblioteca del Museo del Prado.
En la época del Bosco, ‘s-Hertogenbosch era una ciudad próspera. La plaza del mercado, en la que el artista residió entre 1462 y 1516, era punto de encuentro de todas clases sociales y escenario de toda suerte de acontecimientos –cotidianos y festivos, religiosos o profanos-, fundamentales en el mundo visual del pintor, que asistió a ellos como espectador privilegiado, desde cas o fuera de ella.
II. Infancia y vida pública de Cristo
En torno al tríptico de la Adoración de los Magos del Prado se disponen las Adoraciones de los Magos de Nueva York y Filadelfia y el dibujo de las Bodas de Caná del Louvre, obra de un seguidor, además de un buril de Alart du Hameel. En ellas la atención recae en Cristo, de acuerdo con la corriente espiritual de la devotio moderna, que trataba de transmitir a los creyentes el mensaje de la imitación de Cristo. El tema más repetido del Bosco es el de la Adoración de los Magos, con el que se expresa la universalidad de la Redención. Los paganos –los Magos- hacen un largo viaje para adorar al Mesías, mientras que los judíos le rechazan.
Como muestran los temas presentes en las ofrendas y la indumentaria de los Reyes de la Adoración del Prado, el Bosco aboga por un regreso a las fuentes del Antiguo Testamento, que prefiguran el Nuevo, para revitalizar la fe y la piedad cristianas. Pese a que en estas obras el artista se encuentra más cerca de la tradición, no duda en reelaborarlas con su personal estilo, incorporando elementos simbólicos en sus fondos y edificios, o la figura del Anticristo en el tríptico del Prado.
III. Los santos
El culto a los santos experimentó un gran auge en los tiempos del Bosco, como lo prueba la amplia presencia que tienen en sus obras y en las de su taller, ya sea como protectores o con carácter autónomo. Entre ellos incluyó a Job y a alguno de los apóstoles, honrados entonces como tales. No faltan imágenes de las santas protectoras como santa Inés, santa Catalina o María Magdalena, o titulares como santa Wilgefortis, la virgen barbuda venerada en los Países Bajos.
Entre los santos –los más numerosos-, algunos gozaban de una gran devoción, como san Cristóbal que defendía de la muerte súbita. Especial protagonismo tienen los ermitaños, cuya vida transcurre al margen de la sociedad, en el desierto, que en esa época era sinónimo de soledad, no de ausencia de vida.
San Jerónimo, y sobre todo san Antonio Abad –su santo patrón y el de su padre-, son ejemplos para el fiel. Exhortan al autocontrol –especialmente sobre las pasiones de la carne-, a la paciencia y a la constancia frente a las tentaciones del Demonio. En el san Antonio de Lisboa los fondos no tienen relación directa con la vida del santo. El Bosco los inventa, se deja llevar por su fantasía, como cuando representa a los demonios.
IV. Del Paraíso al Infierno
En el Carro de heno, por primera vez en una pintura y de manera totalmente original, el Bosco dispuso en el centro del tríptico, entre el paraíso y el infierno, un carro de heno para mostrar cómo el hombre de cualquier clase social, en su afán por dejarse llevar por el goce de los sentidos y el deseo de adquirir bienes materiales, se deja engañar por los demonios que lo conducen al infierno. El carro se convierte en un espejo en el que quien lo contempla ve reflejada su imagen y propone al hombre como lección que, para no condenarse eternamente, no tiene tanto que hacer el bien, como evitar el mal a lo largo de la vida. Se ilustran aquí los exempla contraria, los ejemplos a evitar.
Junto a ellos, dos dibujos de Berlín, uno con una cabeza andante grotesca y un pequeño monstruo sapo, y el otro, de taller, con una escena infernal que se une al dibujo de Viena, Barco infernal, también de taller.
V. El jardín de las delicias
La sección se completa con el retrato de su comitente, Engelbert II de Nassau del Rijkmusum de Amsterdam, obra del Maestro de los retratos de príncipes, y El Libro de Horas de Engelbert de Nassau del Maestro de Viena de Maria de Borgoña de la Bodleian Library de Oxford, así como el manuscrito de Las visiones del caballero Tondal de Simon Marmion del Museo Getty de Los Angeles.
Radiografía
La radiografía revela detalles internos del soporte y de la pintura que no se aprecian a simple vista. Al atravesar todas las capas, las escenas del anverso y del reverso de las tablas laterales aparecen superpuestas. Durante el proceso pictórico se produjeron cambios y pequeñas rectificaciones. En el Jardín se eliminaron elementos como fruta –quizás una granada- del extremo inferior izquierdo, y se modificaron aspectos del paisaje, como el plano diagonal que emergía por la derecha.
Sorprendente es también la precisión de los contornos y cómo el Bosco presta especial atención a algunas figuras, como la mujer coronada con cerezas, cuyo rostro repasa insistentemente. En el Infierno se suprimieron objetos y animales fantásticos de gran tamaño, como el anfibio de cuyo cuerpo surge una gran esfera con un hombre en su interior.
Reflectografía infrarroja
VI. El mundo y el hombre: Pecados Capitales y obras profanaEsta sección discurre en torno a la Mesa de los pecados capitales del Prado y el tríptico incompleto del Camino de la vida, compuesto por El vendedor ambulante de Rotterdam, La muerte y el avaro de Washington, La nave de los necios del Louvre y la Alegoría de la intemperancia de New Haven Se suman a ellos el dibujo con La escena burlesca con un hombre en un canasto de la Albertina de Viena, así como El prestidigitador del Museo de Saint-Germain-en-Laye, el Concierto en el huevo del Museo de Lille, y el Combate entre Carnaval y Cuaresma del Noordsbrabant Museum de ‘s-Hertogenbosch, estos tres últimos obras de la mano de seguidores del Bosco.
VII. La Pasión de Cristo
Completan la exposición obras relativas a la pasión de Cristo: el Ecce Homo de Frankfurt, la Coronación de espinas de la National Gallery de Londres; los Caminos del Calvario de El Escorial y de Viena, el Tríptico de la pasión del Museo de Valencia, obra de un seguidor, y tres dibujos, el Entierro de Cristo del British Museum, dos orientales en un paisaje de Berlín y dos figuras masculinas de una colección privada de Nueva York. Además de la representación de pasajes de la Pasión en grisalla en los reversos de la Adoración de los Magos, San Juan Evangelista en Patmos y en las Tentaciones de san Antonio, el Bosco también representó estas escenas de forma autónoma, en pinturas en las que reduce el número de figuras y Cristo dirige su mirada al creyente, interpelándole y despertando en él sentimientos de angustia y compasión, influido por la corriente espiritual que propugnaba la vida ascética y la oración.
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