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Ming. El imperio dorado en CaixaForum Barcelona

Por primera vez en España, la muestra nos introduce en el arte y la cultura de este fascinante periodo de la historia de China a partir de los objetos procedentes del Museo de Nankín.

‘Gran resplandor’, este es el significado de la expresión china Da Ming, que da nombre a la dinastía que dominó China durante cerca de tres siglos.

Entre 1368 y 1644, dieciséis emperadores Ming gobernaron sobre una población que pasó de 65 millones a casi 175, y que vivió el desarrollo de un complejo sistema imperial, la ampliación de las estructuras sociales y el impulso de la economía y la cultura del consumo. Este mandato tan prolongado y estable proporcionó una sólida base para la creatividad y el progreso social, lo que condujo a las excepcionales transformaciones artísticas, sociales y económicas que se analizan en esta gran exposición. Ming.

El imperio dorado realiza un recorrido por la sociedad, la cultura y el arte chino de esta época a partir de 126 extraordinarias piezas entre cerámicas, textiles, orfebrería, pinturas y obras sobre papel. Los objetos provienen del Museo de Nankín, que posee una de las mejores colecciones de arte de este periodo que, por primera vez, pueden verse en nuestro país.

La exposición presenta un total de 126 objetos de las impresionantes colecciones del Museo de Nankín, como singulares cerámicas Ming, pinturas y obras de los artistas más prestigiosos de la época, exquisitas joyas, y textiles y obras de esmalte, dorado y porcelana que nunca antes se habían visto en España.

El Museo de Nankín es el primer gran museo nacional de China, con más de 400.000 piezas que datan desde el Paleolítico hasta la época contemporánea. Entre estas, acumula una de las mejores colecciones de obras de una de las dinastías más importantes y que más han influido en la admiración del resto del mundo por China.

En un momento de apertura de China al mundo, la Obra Social ”la Caixa” y el Museo de Nankín se alían para presentar esta nueva muestra, que quiere dar a conocer las costumbres y tradiciones de esta sociedad milenaria a partir de la historia de una de sus dinastías más conocidas.

La directora general adjunta de la Fundación Bancaria ”la Caixa”, Elisa Durán; el subdirector del Museo de Nankín, Qizhi Wang; y el director de Nomad Exhibitions, Tim Pethick, han presentado en CaixaForum Barcelona Ming. El imperio dorado, exposición que ofrece la oportunidad de conocer el arte y la cultura de uno de los periodos más emblemáticos de la historia de China, conocida por sus avances artísticos, sociales y económicos.

Una dinastía que cambió el país para siempre
La dinastía Ming dominó China durante 276 años. De 1368 a 1644, dieciséis emperadores de la familia Zhu gobernaron una población que pasó de 65 a unos 175 millones de personas. A lo largo de ese periodo, China acumuló grandes riquezas y se dio a conocer en Europa como proveedora de artículos de lujo y como un lugar lleno de extraordinarios misterios. La combinación de opulencia e influencia extranjera generó unas tensiones en el seno de la sociedad Ming que cambiaron el país para siempre.

El nombre chino de la dinastía, Da Ming, significa ‘gran resplandor’. El reinado de cada uno de los emperadores se conocía también con un nombre especial, que se elegía para que describiese su personalidad.

El periodo del primer emperador, Zhu Yuanzhang (1368-1398), se denominó Hongwu, es decir, ‘sumamente marcial’, un nombre que da fe de los orígenes militares de los Ming, que derrocaron a la dinastía Yuan instaurada por los mongoles en 1279.

La defensa contra el retorno de la dominación extranjera, especialmente de los vecinos del norte, los mongoles, determinó la forma de actuar de la dinastía Ming. Consideraban esencial contar con un gobierno central fuerte, unas comunicaciones eficientes y grandes ejércitos. También opinaban que era necesario recuperar los valores tradicionales chinos de la familia, la educación y la cultura, basados en la jerarquía y la estabilidad social.

Pero también intervinieron otros factores. El aumento del comercio, incentivado por la llegada de plata extranjera procedente de Japón y de América del Sur, impuso un desafío al orden establecido. La población aumentó, las ciudades crecieron y se desarrolló una nueva «cultura del consumo» entre una clase comerciante al alza. Las viejas certezas empezaron a tambalearse.

Ámbitos de la exposición
Palacios y Murallas
El poder imperial y la vida en la corte
En el mismo centro de la dinastía Ming se encontraba el emperador. Considerado como un ser semidivino, el Hijo del Cielo vivía aislado de la mayor parte de la sociedad en enormes complejos palaciegos. Lo rodeaba una corte inmensa de funcionarios, guardias y criados, y llevaba una existencia dominada por los rituales, el protocolo y una rígida jerarquía. Aunque el emperador Ming poseía un gran poder, a menudo su capacidad para ejercerlo quedaba limitada por las exigencias e intrigas de la corte.

A principios de la dinastía Ming, el emperador Hongwu ejerció un control muy estricto sobre los asuntos del gobierno. Estableció la capital en Nankín y construyó un nuevo palacio y unas imponentes murallas. Reunir los recursos y la mano de obra necesarios para llevar a cabo estos proyectos exigía una férrea voluntad y una burocracia increíblemente eficiente.

En 1402, el tercer soberano Ming, conocido como el emperador Yongle (‘felicidad eterna’), trasladó su capital al norte, en Pekín. También levantó un nuevo complejo palaciego basado en el de Nankín. Debido a la grandiosidad de esas construcciones, el grado de ornamentación que presentaban y su uso continuado, la corte imperial generó una extraordinaria demanda de obras de arte decorativas de alta calidad.

Objetos rituales

Los rituales eran parte integral de la vida cortesana. Se consideraba que el emperador era un intermediario entre el cielo y la Tierra, y periódicamente se llevaban a cabo ceremonias para reafirmar esa atribución del soberano.

Las ofrendas eran un elemento clave de dichos rituales. En función de la época del año o de la ocasión, los rituales se realizaban en distintos templos o altares. Se efectuaban ceremonias dedicadas al cielo, a la tierra, al sol y a la luna, así como a numerosas figuras ancestrales. Los recipientes relacionados con estas prácticas solían ser de porcelana o de cobre esmaltado.

La decoración en la dinastía Ming
El periodo Ming se caracterizó por un lujo extraordinario. Muchas formas de arte decorativo se perfeccionaron o desarrollaron a raíz del mecenazgo imperial y la regulación oficial. Las técnicas existentes, como la confección de brocados, el uso del dorado y la manufactura de esmaltes vidriados de intrincados diseños, alcanzaron nuevos niveles de destreza. También se inventaron procedimientos completamente nuevos, especialmente en la producción de porcelana.

Los hornos oficiales creaban obras de incomparable esplendor, con barnices vítreos nuevos y muy vistosos, y la corte refinó aún más su buen gusto. Tanto lisos como con dibujos, estos objetos exquisitos fueron usados para crear un ambiente de gran sofisticación estética.

La vida en la corte
Los complejos palaciegos construidos en Nankín y en Pekín eran, de hecho, ciudades autónomas. Aparte de constituir la residencia del emperador y de sus parientes más próximos, los palacios estaban pensados para ser el centro administrativo y espiritual del imperio.

Vivían en él miles de personas, que trabajaban en organismos públicos, templos, talleres y archivos. A partir del reinado Yongle (1402-1424), la mayor parte de la gestión de la vida palaciega quedó en manos de los eunucos, que gozaban de un estatus privilegiado que les confería un acceso y una influencia sin parangón en la residencia imperial.

La vida en la corte estaba sujeta a una estricta jerarquía, lo que queda demostrado, entre otros aspectos, por el riguroso uso del simbolismo en los objetos cotidianos.

El palacio imperial de Nankín
El primer emperador Ming, Zhu Yuanzhang (Hongwu, 1368-1398), instaló su capital en Nankín. Además de fortificar la ciudad, construyó un nuevo complejo palaciego que ocupaba, aproximadamente, 5 kilómetros cuadrados. Con el traslado de la capital a Pekín («la capital del Norte») durante el reinado Yongle (1402-1424), el palacio de Nankín («la capital del Sur») pasó a ser la capital de reserva, conservando una función ceremonial en la vida imperial. Tras la caída de la dinastía Ming, el palacio de Nankín fue abandonado y acabó en ruinas.

La sociedad ideal
Clase, arte y cultura
En consonancia con su filosofía fundacional, la dinastía Ming subrayó la importancia de los papeles tradicionales en una sociedad ordenada basada en una jerarquía de cuatro clases: funcionarios, hombres con una educación reglada, campesinos, y artesanos y comerciantes.

Los intereses, gustos y valores de los funcionarios eruditos, la clase más alta, se consideraban el paradigma de la cultura china.

Con la dinastía Ming se recuperó el sistema de educación reglada y de exámenes imperiales para acceder a la función pública. Basado en las enseñanzas del filósofo de la Antigüedad Confucio (551-479 a. C.), este sistema reforzaba el estatus social de estos funcionarios eruditos. El hecho de reflejarse en periodos anteriores de la civilización china reafirmó las ideas de obligación familiar, autosuficiencia rural y deber cívico.

Estos principios confucionistas, combinados con conceptos budistas y taoístas, quedaron perfectamente reflejados en el arte que privilegiaban estas élites tan cultivadas. El verdadero triunfo del gentilhombre Ming era poseer talento para las artes de la caligrafía, la poesía y la pintura, y tener la capacidad de apreciar las cualidades de esas artes.

Las tres obediencias
Como en muchos otros periodos de la historia china, la vida de las mujeres de la dinastía Ming era muy distinta de la de los hombres. Aunque variaba notablemente en función de las clases sociales, o entre la ciudad y el campo y entre las distintas zonas del imperio, la vida de las mujeres se regía por estrictas convenciones morales y sociales basadas en las «tres obediencias».

Este era un antiguo concepto confucionista por el que las mujeres debían vivir primero obedeciendo al padre, después al marido y, por último, al hijo. Además de establecer la sumisión de la mujer al hombre, este ideal subrayaba la importancia de la familia en el seno de la sociedad china. Era dentro de la familia, y especialmente en su continuación y prosperidad, donde se reconocían el papel y la influencia de las mujeres castas y virtuosas. Se consideraba que, desde el mundo aislado del hogar, la mujer era quien sostenía la moral en una sociedad cambiante.

La buena vida
Mercancías, dinero y comerciantes

A pesar de la ambición de los primeros emperadores Ming de crear una sociedad ideal, China empezó a cambiar. A mediados del siglo xv, el excedente agrícola ya se transformaba en dinero y el comercio se extendía con mucha rapidez. Crecían los pueblos y las ciudades, al igual que las fortunas personales.

Los Ming se adaptaron a la nueva realidad. En lugar de cobrar impuestos en forma de producto agrícola (especialmente grano), o a través de trabajos forzados para obras públicas, ahora el imperio quería plata. Posteriormente, esta plata le servía para pagar los servicios que necesitaba, lo que supuso la acumulación de inmensas riquezas privadas.

Los granjeros dejaron atrás la autosuficiencia para dedicarse a la producción de mercancías como la seda y el algodón, que vendían a cambio de dinero. Después, estas materias primas se convertían en productos que los comerciantes vendían por todo el imperio. Los mercaderes que llegaban a las costas de China con grandes cantidades de plata extranjera estimulaban aún más la demanda.

La creación de estas nuevas fortunas impuso un reto al orden establecido. Los comerciantes querían presumir de su posición social, mientras que las élites eruditas estaban decididas a conservar la suya. El arte, la cultura y las cosas más bellas de la vida se convirtieron en bienes de consumo, en unos testimonios de la riqueza que era necesario disputarse en busca de respetabilidad.

El mundo del artista erudito

En paralelo al esplendor ritual de la corte imperial, existía el mundo refinado de los artistas eruditos o letrados. Instruidos en los clásicos del pensamiento confucionista, eran ellos quienes superaban todo el proceso de los exámenes imperiales y constituían la élite de la sociedad Ming. Más allá de los rigores del deber oficial, su ideal era una vida de estudio tranquilo y de creatividad. Para ellos, era fundamental saber entender y apreciar los objetos culturales, pero no todos, sino que la variedad quedaba claramente definida: por ejemplo, la caligrafía, la poesía y la pintura paisajística de un estilo concreto. Igualmente importante era la creación del ambiente adecuado para estimular los sentidos, liberar la creatividad y lograr la satisfacción.

Los cuatro maestros de la Escuela de Wu
De todas las artes tradicionales que practicaron los artistas eruditos del periodo Ming, la pintura es quizá la más representativa. La poesía era a menudo una fuente de inspiración, o bien se integraba en la composición pictórica gracias a la caligrafía. La pintura se consideraba un medio serio de expresión personal, y el paisaje era el tema pictórico preferido. El grupo de pintores más famoso surgió en torno a la ciudad meridional de Suzhou, no muy lejos de Shanghái, en los años centrales del periodo Ming. La obra de la denominada Escuela de Wu se reconocía como la expresión casi perfecta del mundo del artista letrado. Los cuatro representantes principales de esta escuela (Shen Zhou, Wen Zhengming, Qiu Ying y Tang Yin) fueron conocidos como «los cuatro maestros de Wu».

Las tres perfecciones
Durante la dinastía Ming, los artistas letrados alcanzaron nuevos niveles de complejidad en la práctica de las «tres perfecciones»: la poesía, la caligrafía y la pintura. En un clima de cambio económico y social, también supieron crear un producto muy atractivo. Al principio, este tipo de rollos ornamentaban las casas de la élite erudita. Al ser objetos frágiles y valiosos, no estaban pensados para ser mostrados diariamente, sino que se guardaban con sumo cuidado y solo se exponían en ocasiones especiales para ser contemplados en privado o ser mostrados a invitados honorables.

Originariamente, estos aficionados talentosos no trabajaban a cambio de dinero, sino que los rollos se intercambiaban según las convenciones sociales; podían ser, por ejemplo, regalos de despedida. En general, el valor monetario de una obra solo se conocía si su receptor decidía venderla. Aun así, la demanda de obras de arte entre la creciente clase comerciante debilitó estas convenciones. Muchos artistas aumentaron su producción, y su obra empezó a ser considerada cada vez más como una mercancía. Adquiriendo estos objetos, los ricos pretendían aparentar ser tan entendidos como los coleccionistas eruditos. En consecuencia, se publicaron muchos manuales para guiar a los nuevos compradores por el terreno plagado de trampas del buen gusto y el estilo.

La economía Ming
El paso de una economía de trueque, basada en el intercambio de materias primas y mano de obra, a otra fundamentada en el dinero y los productos manufacturados constituyó un acontecimiento trascendental en el periodo Ming. Aunque el dinero ya existía, porque circulaban monedas de cobre y billetes, su valor fluctuaba mucho y a menudo no había bastante. Mucha gente prefería utilizar plata en barras.

Una de las primeras reformas que acometió el emperador Hongwu (1368-1398) fue frenar el uso de la plata y volver a introducir el papel moneda. Cuando nuevamente no se logró mantener su valor, el Gobierno acabó aceptando el uso de la plata como medio de pago preferente. Los comerciantes la usaban para comprar materias primas a los agricultores y productos acabados a los artesanos. A partir de 1436, la gente empezó a utilizarla para pagar distintos impuestos. Además, también se pagaban con plata las exportaciones que salían de China, en cantidades cada vez más elevadas, con destino a Japón, el Sudeste Asiático, el Próximo Oriente, América y Europa.

Más allá del Imperio
Tributos, comercio y amenazas
La dinastía Ming administraba un imperio vastísimo que dominaba Asia meridional y oriental, y esperaba que los demás estados reconociesen ese poder mediante el intercambio de tributos, una forma de comercio. No obstante, el imperio era difícil de gobernar y vulnerable a la interferencia extranjera. A mediados del siglo XVI, los comerciantes europeos se convirtieron en una nueva amenaza. Si bien es cierto que sus planteamientos agresivos procuraron riqueza a mucha gente, a la larga acabaron minando la autoridad de los emperadores Ming.

A principios del periodo Ming, se llevaron a cabo ambiciosas expediciones navales para recaudar tributos en lugares tan alejados como la costa de África oriental. Estas misiones daban fe de la creciente confianza de la dinastía en sus capacidades, pero los objetivos eran más políticos que comerciales. Para los Ming, el comercio de ultramar llevaba implícito el riesgo de sufrir interferencias extranjeras. También podía aumentar la fortuna de la clase de los mercaderes, lo que supondría una amenaza para la estabilidad social y para el poder imperial.

Las nuevas rutas marítimas desde Europa llevaron hasta China a comerciantes de Portugal, de España, de los Países Bajos y de Inglaterra que, con una concepción despiadada de la competencia, pronto lograron hacerse con su parcela. Se desarrolló un comercio muy lucrativo a partir de la plata que se extraía en América del Sur y que se transportaba por las aguas del Pacífico. La característica porcelana china blanca y azul se convirtió en una mercancía muy valiosa en este intercambio, especialmente para Europa, donde adquirió gran popularidad.

El influjo de la plata extranjera estimuló el auge económico que se vivió a partir de mediados del periodo Ming y hasta su final. Sin embargo, fue un proceso que el Gobierno centralizado de los Ming no supo controlar. Se pusieron en evidencia las limitaciones del poder imperial y surgieron las primeras fisuras en el barnizado vítreo inmaculado del poder de la dinastía, el Gran Esplendor del país.

Mapa de los numerosos países del mundo
Versión dibujada a mano del mapa impreso confeccionado por Matteo Ricci en 1602, durante el reinado Wanli (1572-1620), finales del periodo Ming.

Se cree que este mapa es una de las aproximadamente 25 copias en color del original de Matteo Ricci (1552-1610) producidas por orden del emperador Wanli entre 1605 y 1608. Representa una síntesis extraordinaria del conocimiento europeo y chino sobre el mundo. A los chinos les reveló la concepción que tenían los europeos de una Tierra esférica, con continentes aquí y allá. Para Ricci, fue una oportunidad de dejar constancia de la gran cantidad de conocimientos sobre el cosmos que había ido recopilando de los eruditos chinos.

Matteo Ricci fue un sacerdote jesuita italiano que llegó al puerto comercial portugués de Macao en 1582. Al año siguiente se dirigió hacia el interior de China para fundar la primera misión jesuita. La China Ming le fascinó y fue uno de los primeros europeos en aprender chino. Al haber viajado mucho, usó sus conocimientos de ciencia y cartografía para relacionarse con numerosos funcionarios chinos. En 1601 viajó a Pekín y fue nombrado asesor oficial del emperador Wanli. Se cree que fue el primer europeo que entró en la Ciudad Prohibida.

Su mapa es un documento formidable de una época en la que el conocimiento, el comercio y la exploración iban dando forma al mundo moderno. Con el imperio Ming en el centro, este mapa evidencia la conexión creciente de China con el mundo.

Datos de interés:
Ming. El imperio dorado
CaixaForum Barcelona (Av. de Francesc Ferrer i Guàrdia, 6, 8 – 08038 Barcelona)
Fecha: Del 15 de junio al 2 de octubre de 2016
Horario: De lunes a domingo, de 10 a 20 h
Precios:
Entrada gratuita para clientes de ”la Caixa”
Entrada para no clientes de ”la Caixa”: 4 € (incluye el acceso a todas las exposiciones)
Entrada gratuita para menores de 16 años

Organización y producción: Exposición producida por la Obra Social ”la Caixa” y organizada por Nomad Exhibitions, en asociación con el Museo de Nankín.

Redacción

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