En forma de coloquio con el historiador del arte Fernando Checa y en presencia del Director del Museo del Prado Miguel Zugaza y de los embajadores de los Países Bajos y de Holanda, se ha presentado en el Museo del Prado el libro «El Bosco al desnudo», obra del periodista holandés Henk Boom, corresponsal de la TV de su país, enamorado del Prado, y que lleva viviendo en España casi treinta años.
Desde su doble visión como holandés y casi español, el libro de Boom enfrenta la pintura visionaria del Bosco con sus demonios familiares, con la realidad histórica de la época en la que se chocaron los poderes del Papa y los del Emperador, de la Reforma luterana y de la Contrarreforma católica. En este tiempo cobra especial importancia como coleccionistas de la obra del Bosco la dinastía de los Augsburgo y, especialmente, el rey Felipe II, que desde el Escorial, convertido en la nueva Arca de Noé -según Fernando Checa- fue depósito privilegiado de la obra del Bosco, quizá por su visión ejemplarizante del mundo, del que la joya fue «El jardín de las delicias», que ocupó el denominado pabellón de la Infanta.
Para Henk Boom, que repasa los aspectos más polémicos de la obra del Bosco, entre ellos el de las atribuciones de sus obras más famosas, Jheronimus Bosch es un pintor con plena vigencia en la actualidad, ya que plantea de una forma muy original y moderna algunos de los eternos dilemas de la humanidad como el placer, la falta de entendimiento o el odio, origen de tantos conflictos.
¿Vidente o alquimista, surrealista o moralista, católico o hereje, holandés o flamenco? Quinientos años después de la muerte de El Bosco en 1516 seguimos sin saber quién era Jheronimus Bosch, ni siquiera estamos seguros de su nombre. Y pese a ello, la obra de este mítico pintor sigue despertando admiración y asombro, al tiempo que se suceden las publicaciones de historiadores del arte, novelistas, teólogos, filólogos, psicólogos y filósofos que intentan explicarla.
Durante la larga andadura previa a la exposición del V Centenario de Bosch en el Museo del Prado de Madrid, Henk Boom nos descubre una extraña historia sobre mística y misterio. Una historia que rodea a El Bosco desde hace ya cinco siglos.
La visión de El Bosco de Henk Boom
¿Cuantas veces he estado en la sala 56A del Museo del Prado? ¿Cuarenta veces? ¿Sesenta? Sea como sea, desde 1987, cuando empecé a trabajar en Madrid como corresponsal para algunos periódicos en Holanda y Flandes he considerado la sala 56A en la pinacoteca casi como mi segunda casa. Cada vez estuve con la boca lleno de estupor y incredulidad. ¿Qué quería contarme El Bosco -Bosch para los holandeses- con su iconografía misteriosa, con sus desnudos en el tríptico El jardín de las delicias, con El carro de heno, que por mas de 500 años va rumbo el infierno, seguido por el papa y el rey de Francia?
Y por encima de todo que impulsó a Felipe II, el rey que ya conocí como niño cuando tenía qué cantar en días festivos el himno nacional de Holanda con un texto en qué honramos todavía a este rey, entonces que le impulsó a coleccionar tantas obras de El Bosco. ¿Era para recalentarse en los duros días de invierno con las imágenes no exentas de erotismo estival de El jardín de las delicias? ¿Acaso el rey, gracias a su fervor religioso, había descifrado mensajes secretos que habían escapado a la atención de otros? ¿Encontraba placer espiritual en el lenguaje figurativo moralizante de Bosch porque, como dijo el padre Sigüenza, la pintura debe incitar a la oración?
Pues, siempre hay, había y habrá preguntas cuando se habla o escribe sobre El Bosco. Y cada pregunta tiene un múltiplo de contestaciones. Se diría que en Bosch todo es puro simbolismo.
Pero ¿qué metáforas quiso evocar con su pincel? Ese es el enigma sobre el que los especialistas pueden discrepar hasta el fin de los tiempos. Son los expertos que tratan los anillos de crecimiento como auténticos talismanes, historiadores del arte que tienen estanterías llenas de publicaciones sobre pintura de los siglos XV y XVI, filólogos que pueden recitar de memoria veinte textos completos en neerlandés medieval, teólogos que se acuestan con el Antiguo Testamento y se levantan con el Nuevo, filósofos que se han abalanzado con pasión sobre uno de los nichos de la ciencia del simbolismo, y, por supuesto, también el grupo que padece una sobredosis de genio: todos ellos han delimitado cada milímetro cuadrado de las obras atribuidas a El Bosco y lo han analizado a conciencia, con mayor pasión y precisión si cabe que la que puso el biólogo norteamericano Edward Osborne Wilson en sus investigaciones sobre las hormigas.
Con la diferencia de que Wilson descubrió cuatrocientas nuevas especies de hormigas, mientras que los especialistas bosquianos han ido eliminando cada vez más cuadros de la obra de Bosch porque resultó que había que atribuirlos a un seguidor, imitador, discípulo o aprendiz de su taller. El resultado es una confusión general, un misterio que en su magnitud e intensidad casi alcanza las dimensiones de la supuesta virginidad de María.
Todas estas preguntas me llevaban a la convicción que tenía que buscar respuestas. Así nació la idea de escribir un libro, que ha resultado ser «El Bosco al desnudo». A partir de este momento me daba cuenta que no soy creyente, ni católico, ni protestante. Tal vez la única manera para encontrar un cierto equilibrio entre diablos, monstruos y cristos coronados.
Menos mal que no vivo en el siglo diecisiete cuando El Bosco se convirtió en objeto del debate literario sobre si Francisco de Quevedo en su libro Sueños – publicado en el año 1627 -se habría basado en la extraña imaginería del pintor para recrear sus visiones cargadas de burla y sátira.
Poco después de la publicación de Sueños, la discusión subió tanto de tono que los enemigos de Quevedo –y los tenía en abundancia– llegaron a creer que al autor le había llegado la hora de responder ante la Inquisición. En 1635, su oponente más acérrimo, Luis Pacheco de Narváez, no dudó en publicar un libelo difamatorio en forma de libro con el provocativo título de «El Tribunal de la justa venganza», destinado fundamentalmente a ponerse en contra de «los escritos de D. Francisco de Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y proto-diablo entre los hombres». Pacheco acusó a Quevedo de haber representado en sus Sueños calumnias contra Iglesia y nación siguiendo las «imposturas diabólicas» de Bosch.
En mi libro parece que he seguido también una impostura diabólica. Por lo menos para el alcalde de ’s-Hertogenbosch, la ciudad natal del pintor. Ya en 2007 el pensaba que podía obtener el tríptico «El jardín de las delicias» para la exposición en 2016 en su ciudad. A través de la Fundación Carlos de Amberes quería entrar en el Museo del Prado pero sin éxito. Para mi fue un reto magnífico para añadir un frase, demasiado larga para un periodista, pero muy ajustada para el libro, escribiendo sobre el alcalde y el director del Museo del Prado y la colaboración fracasada entre ciudad y pinacoteca que ha terminado en una guerra abierta sobre la autenticidad de tres obras de El Bosco en la sala 56A:
‘Para el público, la colaboración se parecía más a un eterno noviazgo, que acabó rompiéndose ante la incomprensión y la incapacidad de ambas partes, cada una con diferente sello, cultura y acento, pero unidas amorosamente por una visión -algunos llegaron a hablar incluso de la Divina Providencia–, cuando no pudieron librarse de las fantasías de padre del novio, excesivamente temperamental a veces, que, después de un largo día de trabajo, volvía a tener sueños descabellados sobre las joyas de la dote que esperaba recibir del padre de la novia, un hombre afable, armado con una sonrisa benevolente, algo propensa a la compasión, con la consecuencia de que el matrimonio proyectado se posponía una y otra vez hasta que al final acabó consumiéndose como la vela que habían encendido en la capilla de la catedral de San Juan, con la súplica jamás atendida a la Virgen María para que ambas partes entrasen en razón.’
Las preguntas siguen. Las respuestas también.
Henk Boom es el autor del libro ‘El Bosco al desnudo’ (Machado Libros)
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