Un sector del arte despunta en España: la obra multimedia que integra y anima al espectador a formar parte de ella. Hace unas semanas acudimos, acompañados por Pablo Corrales, al espectáculo de eSports más impresionante de España, Gamergy, organizado por Liga de Videojuegos Profesional. Hoy, Pablo, gamer y al tiempo experto jurista en Abanlex especializado en la industria del videojuego, publica en Revista de Arte una explicación visual y con ejemplos de los motivos por los que el videojuego cuenta con un régimen de protección similar al del resto de obras objeto de propiedad intelectual, lo que hace que su valor en el mercado ascienda sin cesar desde hace décadas.
Columna escrita por Pablo Corrales, gamer y abogado especializado en eSport y videojuegos
Un videojuego engloba muchos elementos que individualmente son considerados arte, como también lo puede ser el conjunto de todos ellos en la obra multimedia. Veamos algunos de estos elementos:
Mientras que en una película o un libro la interacción es de mero espectador, un videojuego coloca al jugador en la historia como parte activa. Esto es a la vez una ventaja y un reto.
Cualquier aficionado a los videojuegos puede citar sin inmutarse multitud de ocasiones en las que jugando ha tenido que contener la respiración. Es difícil no emocionarse al llegar al final de experiencias como las que ofrece Bioshock Infinite al tener que enfrentarse a decisiones imposibles en Mass Effect o al presenciar el destino de Aeris en Final Fantasy VII. Sobre todo, cuando ha sido el propio jugador el que ha llevado la situación a ese momento. Esto se consigue a través de historias escritas con cuidado e imaginación y por medio de la interacción con una serie de personajes con los que el jugador desarrolla conexión y empatía que hacen que lo que les ocurra al final del juego le afecte y en muchos casos le haga soltar mas de una lágrima, de forma muy similar a lo que ocurre al pasar por un capítulo en concreto o al llegar al final de un libro.
Otro elemento indispensable para calificar un videojuego como obra de arte es la banda sonora. Inseparable de los videojuegos desde el inicio, no solo mediante melodías pegadizas como las que acompañan a Mario o Sonic, sino con piezas que acompañen al jugador y que permiten que sus emociones fluyan en la dirección deseada por los creadores del juego. Ejemplos clásicos como el ya mencionado Final Fantasy VII, o el primer Metal Gear Solid de PlayStation, pero también obras modernas con grandes despliegues orquestales como The Witcher o Uncharted.
Para que un jugador detenga a su personaje en un momento dado solamente para girar la cámara y poder extasiarse con aquello que le rodea, hace falta un trabajo exhaustivo del apartado gráfico y artístico del juego. En una primera fase, los desarrolladores deben imaginar como es aquello que quieren que se vea en el juego. A diferencia de una película, el estudio deberá crear todo de la nada. El agua, la luz, la naturaleza o los edificios deben traspasar el papel para entrar en la pantalla. Hoy en día no es suficiente con una foto fija de fondo por la que movernos. Los juegos deben ofrecer un entorno vivo que haga que el jugador sienta como real. Una vez el equipo artístico ha plasmado esto sobre el papel, los desarrolladores deben pasar las obras del lienzo a la pantalla, construyendo escenarios espectaculares gracias a motores gráficos específicos.
Por ultimo, tendríamos que hablar del llamado gameplay. Este es un concepto que hemos de considerar como exclusivo de los videojuegos. Es el nexo de unión final entre juego y jugador. El gameplay permite que, al ponerse a los mandos, la experiencia se sienta como algo disfrutable. El jugador debe sentir que el juego es una prolongación de su vida misma, de alguna manera.
La combinación de todos estos elementos, ejecutados de forma excepcional por los creadores del juego, es la que nos lleva clasificar algunos videojuegos, que no todos, como auténticas obras de arte.
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