En este 2016, en el que se cumple el centenario de su nacimiento, la Biblioteca Nacional de España descubre la otra cara del escritor, exponiendo algunos de sus dibujos y retratos (los de Ramón y Cajal, el médico húngaro Goryan y el comandante republicano Narciso Julián), sus esquemas sobre los movimientos de tropas durante la Guerra Civil y las ilustraciones, publicados en los periódicos de campaña La voz de la sanidad de la XV División y La voz de la sanidad del ejército de Levante, durante los años de la contienda.
En el primero, creado por Goryan en el frente del Jarama, y que tan solo vio la luz entre 1937 y 1938, aparecen doce dibujos de Buero firmados, y otros 135 sin firmar, pero que se adjudican al dramaturgo.
Algunos acompañan poemas (Blinder Genosse y Lied der Granden de L. Detsiny, Entrañas, de J. Pastor…), artículos de T. Meabe y otros textos calificados por los críticos como “demagogia convencional, propia de la situación”. Más aspiración artística parece tener El Jardín de los Molinos, aguada de tintes románticos que aparece el 17 de noviembre del 37, y el ensayo de contraluz que ilustra un romance de corte lorquiano, de M. A. Calvo.
En La voz de la sanidad del ejército de Levante, se cifran en 55 los dibujos seguros de su autoría. Otra vez gráficos, croquis, esquemas, viñetas de divulgación sanitaria, posiblemente copiadas de obras técnicas, y otras, por la historia que acompañan, del escenario de la vida diaria, afrontada, en la medida de lo posible, con buen humor.
En este sentido, se encuentra un “cuento sanitario” publicado el 30 de abril del 38, en el que aparece el mismo Buero entre los protagonistas, y con una ilustración en la que unos insectos asisten a una función teatral.
En el número 10 de noviembre de ese año, figura un retrato de Ramón y Cajal y otro de Oscar Goryan. El mismo Buero llegó a reconocer que uno de sus dibujos más emotivos de aquella etapa es el del brigadista Peter, muerto en combate.
A decir de los expertos, los dibujos del escritor presentan un firme trazo, un dominio del rayado, y están realizados casi siempre a pluma. Buero abordaba la pintura como una exploración visual objetiva.
Al acabar la guerra, Antonio Buero Vallejo pasa por distintas cárceles. En una de ellas, el penal de El Dueso (Cantabria), dibuja el retrato de un compañero de presidio, el comandante republicano Narciso Julián, que se conserva en la BNE, tras ser donado por su yerno, y que es un dibujo a grafito sobre papel amarillo. En su periplo por diferentes prisiones, escribió sobre pintura e hizo cientos de retratos de reclusos.
Según indica el periodista Luis Alemany, “cualquier noticia sobre el Buero dibujante remite al retrato de Miguel Hernández que el escritor teatral hizo del poeta en la cárcel de Torrijos, en la Calle del Conde de Peñalver de Madrid. La historia es más o menos conocida: Hernández temía que su hijo olvidara su cara, de modo que le pidió a Buero que le dibujara. Cuando terminó, envió el boceto a Josefina con una nota: «ya que no puedo ir de carne y hueso, iré de lápiz, o sea, dibujado por un compañero de fatigas, como verás, bastante bien». La carta estaba fechada el 4 de marzo de 1940. Para Hernández, Buero no era más que un compañero más, aún lejano del impacto que supuso la publicación y el estreno de Historia de una escalera, en 1948, dos años después de que el entonces dibujante y escritor recobrara la libertad. De ahí en adelante, prima la labor de dramaturgo.
Pie de foto de la imagen:
Ilustración de Buero Vallejo en La voz de la sanidad (1937-1938)
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