La Semana Santa en Andalucía es una mezcla de incienso y azahar, del canto de una saeta solitaria o el silencio de una multitud, de las luces de los cirios, el colorido de las túnicas de los nazarenos y la música de las bandas de tambores y cornetas.

Semana Santa en Andalucía es sentir la emoción de la tradicional «madrugá» de Sevilla; vivir la pasión con el «El Cautivo» de Málaga; ir tras el paso del Cristo de los Gitanos en las colinas del Sacromonte de Granada; ser testigo de la solemnidad del Viernes Santo con el «Santo Encierro» en Huelva; presenciar la salida de «El Abuelo» la madrugada del Viernes Santo desde la Catedral de Jaén; sentir la pasión y entrega de los cofrades y hermandades de Cádiz; recorrer las calles de Córdoba entre sus silencios, el canto de una saeta, el sonar de las campanillas del capataz… o ser testigos de excepción de los encuentros de las hermandades de Almería.

Todo eso es Andalucía. Todo eso es Semana Santa. Pero en esta tierra hay también otras Semanas Santas menos conocidas, pero no menos emocionantes, más recogidas, menos multitudinarias, más humildes, más íntimas… tal vez más auténticas.

Vélez-Málaga

Como la de Vélez-Málaga, con algunas peculiaridades que la hacen distinta. Aquí las procesiones son lentas, los tronos se mecen de forma pausada, paso corto, paso lateral veleño, exportado a otros lugares de la provincia e incluso a la capital por la elegancia y la sobriedad que imprime al trono esta forma de andar; preside la apertura de los desfiles procesionales una bandera, no siempre la cruz de guía y los pasos reanudan su andar con cuatro toques de campana que se dan para que el trono inicie de nuevo su andadura; primero se llama a los portadores, después, dos toques para que metan el hombro bajo los varales, otro para levantar y el último para iniciar el paso. Es entonces cuando los «horquilleros» inician el camino y los «penitentes» nazarenos, los mandas y promesas acompañan a sus santos titulares, mientras por el camino reparten peladillas a los niños.

Vélez-Málaga tiene una peculiar Semana Santa en la que se conjugan grandezas de capital con encantos propios de un pueblo. De esa conjunción que hace no saber si estamos ante una ciudad pequeña o un pueblo grande, nace la magnificencia de unos desfiles procesionales que sorprenden, calan y consiguen emocionar al espectador. Estrechas calles por las que transitan tronos de hasta ocho varales entre edificios de popular arquitectura.

Refundada y reformulada en tiempos de posguerra por la práctica desaparición de su patrimonio en la contienda civil, la Semana Santa de Vélez-Málaga alcanza hoy su punto álgido, pues no hay otra forma de entender que se aglutinen en la ciudad diecinueve cofradías de Pasión que procesionan veintisiete tronos en sus desfiles oficiales. Obras de Duarte, de Domingo Sánchez Mesa, de Guzmán Bejarano y Pérez Hidalgo o de los hermanos Caballero.

Aunque cada día y cada cofradía ofrece alguna sorpresa en el adorno de las flores, en las velas, en la música, una singularidad propia de la tradición cofrade sucede el Sábado de Pasión con el Desfile de Tronillos: una procesión de miles de niños y niñas portando pequeños tronos realizados por ellos mismos en los que no faltan cortejos, enseres o desfiles, haciendo de las vísperas de la Semana Santa un día de ilusión para los más pequeños, y la emoción para mayores y visitantes.

Mención aparte merece el Museo de la Semana Santa de Vélez-Málaga, en la iglesia de Santa María de la Encarnación, un equipamiento cultural municipal que ha logrado un admirable equilibrio entre el tradicional mundo de la Semana Santa y la museografía actual, convirtiéndolo en un centro de referencia de la interpretación de Vélez-Málaga. Su principal objetivo es acercar al público de todas las edades los aspectos más espectaculares y llamativos de esta celebración cristiana, llena de matices, sensaciones y sentimientos.

Conocer la Semana Santa de Vélez-Málaga es recomendable y además el visitante agradecerá descubrir una ciudad que pone todo su interés en configurar una impresionante puesta en escena de su tradición mas singular.

Naturalmente hay que encontrar tiempo de disfrutar el típico ajobacalao, un delicioso plato que se elabora fundamentalmente en Cuaresma y Semana Santa y que solo se realiza en esta ciudad. Pero también hay otros platos típicos de esta época como las tortas de bacalao con miel; los maimones, hechos con ajo frito y pan remojado; las migas; la sopa cachorreña…

Antequera

No muy lejos, y también en la provincia de Málaga, la Semana Santa de Antequera tiene una serie de elementos diferenciadores que hacen de ella un bello y armonioso conjunto donde se entremezclan arte, historia, tradición y fe. Quizá el gran mérito de esta ciudad haya sido el haber conservado mucho de lo antiguo sin caer, como ocurrió en otros municipios andaluces, en el mimetismo de lo sevillano renovado.

Las hermandades y cofradías poseen un rico y monumental ajuar procesional. Desde sus imágenes, en su mayoría esculturas de gran valor artístico realizadas por talladores asentados en la ciudad entre los siglos XVI y XVIII, hasta los bordados de sus mantos y palios, pasando por elementos de platería y entalladura, que están considerados piezas capitales del patrimonio artístico de la Semana Santa en la provincia.

Los desfiles procesionales de Antequera, que realizan sus nueve cofradías, cuentan con una serie de peculiaridades que los hacen únicos en el conjunto de la Semana Santa andaluza. Por una parte, los pasos son portados al hombro, a diferencia de los costaleros, por los «hermanacos», caracterizados por su indumentaria y por el uso de “horquillas” para sostener el trono cuando está parado. Al frente de ellos va el Hermano Mayor de Insignia que, situándose delante del paso, guía a los «hermanacos» durante el recorrido de la procesión.

También hay que mencionar otra figura central de la Semana Santa de Antequera como es el campanillero de lujo: niño o niña de no más de ocho años, perteneciente habitualmente a una familia de la cofradía, que luce una túnica de terciopelo bordada en hilo de oro con larga cola. Los campanilleros van junto al Hermano Mayor y su misión es tocar unas campanitas avisando de que el trono va a comenzar a andar o de que ya lo está haciendo.

Pero sin duda lo que hace única esta Semana Santa y es uno de los momentos inolvidables es lo que se conoce como «correr la vega», que consiste en subir corriendo los tronos de algunas cofradías por las empinadas cuestas que, al final del recorrido procesional, llevan a los templos-sede.

Tradición muy esperada tanto por sus vecinos como por los numerosos turistas que se acercan en esas fechas hasta la localidad y cuyo origen, al parecer, se debe a una antigua tradición que consistía en llevar a las imágenes hasta lo más alto de la ciudad para bendecir las tierras de La Vega de Antequera, que en su día fueron la primera fuente de riqueza de la población.

La noche del Jueves y del Viernes Santo, al final del recorrido procesional, los «hermanacos» de las cofradías que procesionan esos días, a excepción de La Soledad, llevan los tronos con paso ligero hasta el al inicio de una pendiente o cuesta y, con el aviso de campana, inician una carrera muy emotiva portando a los tronos hasta donde se atisban los campos de la vega para bendecirlos. Y otro momento especial que se puede contemplar en las procesiones de la ciudad es el encuentro, cuando los tronos de la misma o de distinta cofradía se encaran como símbolo de unión y de felicitación por el recorrido procesional.

La espectacular arquitectura de Antequera crea el marco adecuado para estos desfiles procesionales. La ciudad, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, por su conjunto de dólmenes, fue seleccionada en 2016 por The New York Times como uno de los 52 destinos del mundo que había que visitar este año. Y entre procesión y procesión, entre visita y visita, hay tiempo para disfrutar de su rica gastronomía que viene determinada por la geografía, por los productos que se cosechan en la Vega y por la idiosincrasia de la gente. Uno de los platos más conocidos de la gastronomía antequerana es la porra, que se elabora fundamentalmente con pan, aceite, ajos, tomates y pimientos.

Otros primeros platos típicos son el ajoblanco, el pimentón, el gazpachuelo, las migas y algunas ensaladas, como la de cardos. También son habituales los platos de caza, como el conejo a la cortijera y el chivo pastoril, y las recetas de pescado en escabeche, una forma de conservar los alimentos que se remonta a la época romana.

En el apartado de los postres, sobresale el bienmesabe, un dulce realizado a base de almendra molida, bizcochos de soletilla y cabello de ángel, que se pueden adquirir en confiterías y conventos de clausura. Sin olvidarnos tampoco de los pestiños, torrijas y roscos, propios de la Semana Santa. Y no podemos cerrar este apartado sin hablar del mollete, que pronto gozará de Indicación Geográfica Protegida, y que es un tipo de pan árabe, de miga blanca y poco cocido, que se elabora de forma artesanal. El mollete se presta a múltiples acompañamientos: mantequilla, aceite, chicharrones, zurrapas de lomo, paté, embutido, etc., y sienta bien consumirlo a cualquier hora del día.

Baena

Cambiando de provincia, en la de Córdoba, la Semana Santa de Baena, declarada de Interés Turística Nacional y que aspira a conseguir el de Internacional, es un placer para los sentidos donde tiene un papel protagonista la figura del cofrade Judío, probablemente única entre los cientos de Semanas Santas diferentes que hay en España y del que llama especial atención su indumentaria, con chaqueta roja bordada, pantalón negro, camisa blanca, pañuelo anudado al cuello, una máscara colorista y casco de metal con impresionantes labrados, sobre el que luce un colorido plumero.

La particularidad de sus cofradías y la riqueza de sus tradiciones convierten esta Semana Santa en un acontecimiento de indudable atractivo para el visitante y hacen a la localidad cordobesa poseedora de una de las celebraciones más peculiares.

Pero hablar de la Semana Mayor de Baena es además embriagarse con los colores y los sonidos, aprender un vocabulario cofrade propio, disfrutar de la artesanía y descubrir sus costumbres de primera mano. Y nada mejor para conseguirlo que la ayuda de los mismos vecinos de la localidad, personas que viven con intensidad su Semana Santa y están orgullosos de compartirla.

Su carácter alegre, sociable y generoso es otro de los regalos que no se pueden desperdiciar. Uno de los rasgos distintivos de la Semana Santa de Baena es la estructura de sus cofradías. Cada una está formada por varias hermandades y cuadrillas. Así mismo, las hermandades pueden estar divididas en varias cuadrillas.

Además de las originales vestiduras y, sobre todo, de las artesanas máscaras que llevan casi todos los participantes, llaman la atenbción y los distingue, los estrambóticos cascos. De la parte trasera cuelgan crines de caballo, blancas o negras, que dan lugar a la distinción de este peculiar personaje en Judío Coliblanco o Judío Colinegro.

Tal es su relevancia, que ha marcado a las distintas cofradías con un sello, dando lugar a la existencia de Cofradías Blancas o de Cola Blanca y Cofradías Negras o de Cola Negra.

Las turbas, que son el conjunto de cuadrillas de judíos, también están divididas en función del color de sus colas, existiendo ocho cuadrillas de colinegros e igual número en la cola blanca. Pero no hay que olvidar el elemento más importante y característico del Judío: el artesanal tambor, compuesto por fondo de metal, aros de madera, cordel de cáñamo, parches o pellejos de piel de cabra, chillones o bordones de tripa y baquetas de madera. Para colgarse el tambor se utiliza el tahalí, una pieza de cuero tipo cinturón o arnés rematado con un gancho.

Aunque de carácter religioso, esta Semana Santa, también ofrece un cierto tono festivo, motivado por el modo de celebrar estos pasajes bíblicos, a través de personajes singulares en esta ciudad. Son numerosos los actos, protocolos y desfiles de la Semana de Pasión. El tambor es el lazo de unión del populismo de la Semana Grande baenense y simboliza el clamor de la devoción a la Pasión de Cristo. Otra de las joyas de esta festividad es la presencia de ricas imágenes religiosas durante los pasos, como la del Cristo gótico del Perdón y el Cristo de la Expiración, declarada Bien de Interés Cultural.

Baena, casi en mitad del camino entre Granada y Córdoba, deslizándose en las laderas de un cerro, formando un conjunto urbano de calles sinuosas y estrechas, salpicado de viviendas tradicionales y casas señoriales, posee un rico patrimonio histórico y religioso. Aquí hay castillos y leones, tumbas iberas y exvotos, templos romanos, iglesias cristianas, caminos sin fin y cuevas misteriosas, y olivos, y poesía. Y las voces de personas que un día fueron y otras que ahora son.

Mucho de todo ello se encuentra en el Museo Histórico y Arqueológico Municipal. Entre sus joyas destacan los leones iberos, los exvotos de Torreparedones, el cercano yacimiento arqueológico que cuenta paulatinamente su historia desde el siglo II a.C. las esculturas romanas, la colección numismática ibera y romana, formada por más de 2.000 monedas, y la sala de autores y artistas locales.

Hay mucho más que ver y disfrutar en Baena, desde la bellísima trama medieval del Barrio de la Almedina a su castillo ahora sometido a un ambicioso proceso de restauración y sus diferentes iglesias, especialmente la de Santa María la Mayor (siglo XVI), declarada Monumento Histórico-Artístico Nacional; desde los lagos de la Cueva del Yeso al Embalse de Vadomojón que da cuenta de modernos regadíos y facilita la actividad recreativa y deportiva. Y por supuesto, algunas de sus almazaras donde se elaboran varios de los mejores aceites del mundo y el atractivo Museo del Olivar y el Aceite de Baena.

Como platos típicos de la gastronomía baenense destacan, entre otros muchos, el salmorejo, que puede degustarse solo o acompañando a otros platos como la tortilla de patatas, berenjenas fritas, melón, jamón o huevo duro picado; el gazpacho, que también se puede elaborar con habas y almendras, ajo blanco y acompañarlo con manzana pepino o pasas; el delicioso revoltillo baenense (a partir de verduras variadas, como espárragos, habas, ajetes… huevo y jamón).

También hay que destacar la sopa de pescada (ajo, cebolla, tomate, cáscara de naranja amarga, laurel, tomillo, hierbabuena, vinagre, limón, aceite, sal y agua); el empedraíllo (plato que se hace con arroz, garbanzos, tomate, pimiento, cebolla, habichuelas, laurel, ajos, aceite, azafrán, sal y agua).

Enrique Sancho