Tras varios años de trabajo de investigación, el Museo ha realizado una meticulosa selección de cerca de 180 obras que resultan fundamentales para articular y entender el discurso de la exposición y que proceden tanto de los fondos del Reina Sofía como de unas 30 instituciones y colecciones privadas de todo el mundo: el Musée Picasso y el Centre Georges Pompidou, de París; la Tate Modern, de Londres; o el MoMA y el Metropolitan Museum, de Nueva York, entre las primeras; o Nahmad y Menil, entre las segundas- que han efectuado para la ocasión préstamos excepcionales.
Destacan obras como Las tres bailarinas (1925), de la Tate de Londres, o la escultura Mujer en el jardín (1930), del Museo Picasso de París. Venidas desde Nueva York, pueden contemplarse Mujer peinándose (1940), del MoMA; Desnudo de pie junto al mar (1929), del MET; o Mandolina y guitarra (1924), del Museo Salomon R. Guggenheim, y Monumento: cabeza de mujer (1929) de una colección particular.
La metamorfosis de Picasso
A través de estas y de otras muchas piezas claves de la época comprendida entre finales de los 20 y mediados de los 40, se muestra la metamorfosis que experimentó el arte de Picasso desde el inicial optimismo e intimismo del cubismo hasta la búsqueda de una nueva imagen del mundo -entre la belleza y la monstruosidad- en un momento de gran convulsión como fueron los años 30, marcados por acontecimientos como la irrupción de movimientos como el fascismo o la Guerra Civil española y con la II Guerra Mundial en ciernes.
Se trata de un periodo en el que Picasso, un hombre maduro y ya una figura consagrada internacionalmente, sufre diversas crisis artísticas al mismo tiempo que ve surgir nuevas corrientes en las que no participa, como el surrealismo de Dalí, Buñuel o Miró, donde se muestra el mundo del inconsciente, de los espacios imposibles y cuerpos violentados y en el que abundan paisajes abiertos, contrapuestos a los espacios cerrados de los bodegones cubistas. Hasta entonces, el mundo de su arte había sido fundamentalmente íntimo y personal, estaba limitado por las paredes y las ventanas de un cuarto.
Sin embargo, dieciocho meses antes de pintar Guernica, Picasso entra en una fase de dudas e, incluso, de cierto bloqueo artístico. En este período apenas hace grandes pinturas, lo que contrasta con la vitalidad de otros momentos. Da la impresión de que el artista busca realizar una obra en la que confluyan los diversos caminos que había iniciado a mediados de los años veinte, cuando intenta expresar a través de su pintura la violencia de la sociedad moderna, que parece ajena a los lenguajes plásticos que él había manejado hasta entonces.
En esta exposición, distribuida en diez salas, el Guernica es el epicentro alrededor del cual orbitan otras piezas anteriores y posteriores de Picasso que nos dan las claves precisas para analizar las transiciones artísticas y vitales del artista y para alcanzar la conclusión de que no habría existido esta obra sin los singulares experimentos anteriores. Piedad y terror
La muestra trata también de esbozar los motivos por los que el Guernica se ha erigido en una de las piezas más icónicas de la historia del arte. Un lienzo que, desde 1937 y para varias generaciones de todo el mundo, se ha convertido “en la escena trágica de nuestra cultura”, según T.J. Clark, uno de sus dos comisarios.
La ausencia de alusiones concretas, el protagonismo de las víctimas anónimas, la contundencia expresiva de sus formas y la fuerza que da la incertidumbre espacial del cuadro, lo han convertido en el mayor alegato moral contra el terror de las guerras modernas que no solo destruyen la vida, sino también la identidad del ser humano. Además, en la obra, como sugiere T.J.Clark, lo que hace el artista es afrontar el momento de la existencia en que un individuo o un grupo reconocen, demasiado tarde ya, la muerte y la vulnerabilidad. Y el subsiguiente derrumbamiento que experimentan hacia una mortalidad desguarnecida no sólo despierta horror en quienes lo contemplan, sino piedad y terror, en una mezcla que asusta pero fortalece. A pesar del dolor inapelable, la imagen es un revulsivo. Guernica es, fundamentalmente, la defensa universal del humanismo.
Los años 20 y 30
El cubismo era un himno a la proximidad y la familiaridad, con su pequeño mundo de objetos (guitaras, botellas de licor, fruteros, etc.), pero en estas obras -algunas eléctricas y teatrales, con colores llamativos y espacios sincopados y otras sombrías e inestables- el interior ha dejado de ser un recipiente firme, un lugar de seguridad. En el caso de Instrumentos de música sobre una mesa (1924), del Museo Reina Sofía, el cuarto parece diluirse y desvanecerse, difuminarse para dejar un espacio vacío.
En la siguiente sala, denominada Belleza y terror, figura la obra Las tres bailarinas, que más adelante el artista proclamaría su mejor cuadro (mejor que Guernica, aseguraría). La fecha de su realización, 1925, supuso un punto de inflexión en el arte de Picasso, marcado por la irrupción de la extravagancia, la oscuridad y el desmembramiento en el mundo del cuarto.
Con frecuencia, el pánico y el horror parecen coexistir en Picasso en una especie de práctica artística desesperada: los colores son deliberadamente estridentes, los cuerpos y las caras se reducen a garabatos imposibles, las paredes y el papel pintado quedan hechos trizas. Pero, del mismo modo, el terror puede cohabitar con la complejidad y el orden.
Cuando, tras Las tres bailarinas, lo terrible se adueñó del arte de Picasso, sus cuadros no tardaron en poblarse de caras acechantes y amenazadoras. Figura (1927), del Centre Pompidou, que aparece en la sala Caras y fantasmas, es uno de los primeros ejemplos y de los más austeros. Esos rostros pueden ser malévolos, afables o infinitamente tristes. Sin embargo, la mujer de Mujer en un sillón, del Museu Coleção Berardo, parece ajena a los estragos del tiempo: la edad no la marchita, ni siquiera perturba su implacable equilibrio pétreo.
Las caras y los fantasmas de finales de los años veinte seguían teniendo el cuarto como hábitat natural. Sin embargo, a medida que se acercaba 1930, las criaturas de Picasso pasaron a ser más gigantescas y autosuficientes, y salieron a un mundo más extenso. En líneas generales, ese espacio exterior estaba vacío, con la playa, el cielo y tal vez una caseta de baño como única escenografía.
La próxima sección, ¿Qué sucede con la tragedia?, refleja cómo, a veces, en la obra de Picasso, una brutalidad horripilante domina el espacio del cuarto. Durante gran parte de 1934, año de la noche de los cuchillos largos – la purga de rivales que afianzó a Hitler en el poderel asesinato y el horror envuelven sus cuadernos de bocetos donde aparecen pedazos corporales colocados encima de una cama que se reorganizan en esculturas monstruosas, mortíferas golondrinas negras, una Charlotte Corday rajando la garganta de Marat o una crucifixión, el único episodio de la historia cristiana que decidió ilustrar el artista. Para Picasso la crueldad era una característica humana básica.
Tras el bombardeo
En su texto del catálogo, la comisaria Anne M. Wagner se interroga y contesta: “¿cómo puede hacerse que el cuerpo maternal, ya sea embarazado con la promesa de la vida o como fuente continuada de sustento para el niño, lleve las marcas de la muerte?, ¿cómo podía encontrar el pintor la forma de reflejar esas amenazas mortales?, ¿cómo empezar a imaginarlas? En el bombardeo de Guernica, ese fue el problema que Picasso hizo suyo”.
En la sala Mater dolorosa es donde precisamente se muestra como Picasso empezó a imaginar que el cuerpo femenino adoptaba su propia rebeldía ”militarizada” y desesperada. Las lágrimas de las mujeres les apuñalan los ojos, las lenguas centellean como cuchillos o llamas, los pechos son proyectiles, los cuerpos se transforman en munición blindada. Son imágenes de indignación y resistencia, pero también de desesperación.
En los primeros estudios de Guernica, así como en las fases iniciales del trabajo en el lienzo en sí, como se recoge en las fotografías de Dora Maar, el drama parece suceder en el exterior, a las afueras de la ciudad. Poco a poco fueron aparecieron en el cuadro los límites y el carácter del nuevo espacio bélico, con la “guerra total” como condición en la que se confundían el cuarto y la calle, lo privado y lo público, el hogar y el desamparo. El espectador de Guernica en su forma definitiva se sitúa al mismo tiempo “dentro” y “fuera”, contempla el techo de un cuarto y también el panorama de los tejados en llamas, con la habitación hecha pedazos por la bombilla / el estallido de la bomba /el sol.
Es igualmente fundamental el hecho de que Picasso se esforzara por dar con una nueva encarnación del terror. Tuvo que recurrir a todas sus concepciones anteriores de la monstruosidad y en cierto sentido volver a afinarlas según la clave de la compasión. Tuvo que apartar el dolor y el sufrimiento del territorio del sueño. Tuvo que mostrar toda la fuerza aislante y desconcertante de “la muerte caída del cielo”, pero también la capacidad del ser humano para, incluso en el momento de la muerte, tender lazos a sus semejantes y buscar un último instante de comprensión. El horror y la crueldad son sin duda aspectos indelebles de la condición humana, pero también lo son las respuestas que suscitan: camaradería, conmiseración trágica y fe en “la inmortalidad potencial del grupo”.
Producción en los año 40
La cabeza de la muerte se convierte en una presencia insistente en el arte de Picasso en 1939. Persiste como motivo durante toda la Segunda Guerra Mundial y en los primeros años de la posguerra. Es posible que uno o dos cuadros fueran homenajes concretos (Naturaleza muerta con cráneo de buey, de 1942, que se encuentra en Düsseldorf, la pintó a los pocos días de enterarse de la muerte de su amigo Julio González), pero en general lo que parece importar es la matanza de millones de personas a su alrededor, y el cuarto como refugio donde uno “se cobija en un lugar” a la espera del fin.
Quizá el mejor, y sin duda el más serio, de los “retratos” de Dora Maar sea el realizado en la primavera y el principio del verano de 1940: Mujer peinándose, del MoMA, que puede contemplarse en la sala Medianoche en el siglo y en el que Picasso se remonta a una auténtica angustia trágica mientras las tropas de Hitler se acercan a Paris. Picasso lo pintó en Royan, una pequeña localidad costera a la que había huido en septiembre de 1939. La fecha de finalización del cuadro, que el artista escribió en el bastidor, es el 19 de junio de 1940. Las tropas nazis habían entrado en Paris el 14.
Catálogo
Piedad y terror en Picasso
El camino a Guernica
FECHAS: 4 de abril de 2017 – 4 de septiembre de 2017
LUGAR: Museo Reina Sofía. Edificio Sabatini, 2ª Planta
ORGANIZACIÓN: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
COMISARIOS: Timothy James Clark y Anne M. Wagner
DIRECCIÓN DEL PROYECTO: Manuel Borja-Villel y Rosario Peiró
COORDINACIÓN: Carolina Bustamante y Almudena Díez
Con el apoyo excepcional del Musée national Picasso-Paris
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