Tras una breve ceremonia en la cámara acorazada, acompañado por el director de la institución, Juan Manuel Bonet, y por el secretario de Estado de Cultura, Fernando Benzo, el premio Cervantes mantuvo con Bonet una charla distendida y a ratos hilarante sobre su vida y su obra literaria ante más de un centenar de asistentes.
El 21 de abril de 2037: esa es la fecha elegida por Eduardo Mendoza para que se abra la caja de seguridad número 1484. En contra de la costumbre de casi todos los invitados de informar sobre los objetos que depositan, Mendoza prefirió mantener la intriga “con la esperanza –dijo– de alargar un poco la desaparición de mi recuerdo”.
Confesó cuando recibió la propuesta de dejar un legado “me dio un poco de mal fario, como si fuera un entierro anticipado”. “Pero ya no tengo una actitud negativa”, puntualizó, para agradecer la invitación del Instituto Cervantes a seguir la estela de todos los ganadores del Premio Cervantes desde 2007. Mendoza evocó la idea de los clásicos griegos de que “lo único que pervive es la memoria” y por eso quiere que su recuerdo se prolongue envuelto en el misterio durante dos décadas más.
El director del Instituto Cervantes elogió las novelas de Mendoza, que constituyen “un fresco monumental” y “todo un universo” sobre las ciudades de las que escribió: Londres, Nueva York, Venecia, Madrid (con Riña de gatos) y Barcelona (con La ciudad de los prodigios y muchas más). Juan Manuel Bonet afirmó que el discurso de ayer al recoger el Cervantes de manos del Rey fue “uno de los más cervantinos de la toda la historia del Premio”, hasta el punto de que “nos emocionó”.
También recordó la estrecha vinculación que el autor ha mantenido con el Instituto, en especial con los centros de Londres, donde ofreció su primera comparecencia al ser informado de la concesión del galardón, y de Cracovia, cuya biblioteca lleva su nombre.
Una charla relajada
Lecturas. Su padre le inició en la lectura de muy pequeño: le leía cuentos (sobre todo de Tarzán) al acostarse, lo que le marcó para siempre. Después él mantuvo la costumbre con sus hijos, y entonces se dio cuenta de que su padre “había sido un santo”.
Libro electrónico. “No soy ni apocalíptico ni integrado, sino mediopensionista”. Todavía no se ha inventado el libro electrónico eficaz, pero “ya saldrá”. Abandonaremos los libros en papel como dejamos el pergamino y no pasará nada.
Cine. “Cuando yo era joven el cine era mejor. Hoy se hacen buenas películas pero demasiado comerciales, para un público con capacidad intelectual difícil de calibrar”. Aunque añora el cine de los años cuarenta y cincuenta, “practico la cinefilia pero moderadamente, como casi todo”.
Poesía. Nunca ha escrito un verso, aunque sí ha traducido algunos poemas. “La poesía es una cosa muy difícil y ajena a mí”.
Barcelona, su ciudad natal. “La recuerdo como fascinante, aunque sé que me falla la memoria”. Había mucha más libertad que en Madrid (las escapadas a la ciudad francesa de Perpignan…) y era amigo de grandes escritores como Vázquez Montalbán, Juan Benet o Gimferrer (pero no sabía que eran o llegarían a ser importantes).
Primeros viajes. Su primer viaje al Londres de los años sesenta le hizo sentirse muy feliz. Optó a un puesto de traductor en la ONU creyendo que iría a Ginebra, y solo un mes antes supo que le destinarían a Nueva York. “Encontré un Nueva York terrorífico, sucio, violento y pobre, pero me enamoré de él”. Cuando volvió y lo encontró más limpio, ya no le gustó.
Trabajo. Su temprano empleo en Barcelona en una empresa de electricidad le puso en contacto con todo tipo de archivos y documentos que sentaron las bases de su célebre La verdad sobre el caso Savolta. Disfruta con los preparativos de sus novelas: recopilar información, indagar, buscar, viajar…
Catalán. Es plenamente bilingüe. Escribe todas sus novelas en castellano (“es mi lengua literaria”) pero el catalán (que ha usado para teatro y artículos) “no es una lengua aprendida, viví con ella desde niño”. “El bilingüismo no es un problema, es un hecho”.
Imagen: Eduardo Mendoza sostiene el legado, junto a Juan Manuel Bonet, antes de guardarlo en la Caja de las Letras. Foto: Instituto Cervantes (Juanjo del Río).
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