El programa La Obra Invitada –que dio comienzo en 2001 con la escultura Bilbao (1982) de Richard Serra– acerca al público obras singulares temporalmente cedidas por otros museos y colecciones que en el museo adquieren nuevo significado al ser presentadas en el contexto de su colección permanente como una exposición de una sola obra.
El propósito fundamental de esta serie de exposiciones monográficas es, en unos casos, enriquecer la visión de determinados artistas y, en otros, mostrar autores no representados en el museo. Con este fin se han convocado en estos años 57 ediciones del programa en las que se han expuesto 66 obras (incluidas las dos pinturas del Greco que ahora se presentan).
En 2004 la Fundación Banco Santander que, entre otros proyectos, impulsa el mecenazgo cultural, se sumó a esta iniciativa como patrocinador, dando así estabilidad al programa y haciendo posible la organización de varias convocatorias anuales. En doce ocasiones, además, las obras han procedido de la propia Colección Banco Santander.
Tras más de una década patrocinando el programa, la Fundación Banco Santander refuerza ahora su compromiso con el museo al incorporarse como Patrono de la Fundación, que es el máximo órgano de gobierno del museo en el que se integran representantes institucionales – Ayuntamiento de Bilbao, Diputación Foral de Bizkaia y Gobierno Vasco– junto a otras personas físicas o jurídicas que, por sus relevantes aportaciones o por su experto conocimiento sobre la actividad museística, pueden favorecer la adecuada consecución del fin fundacional. En representación de Fundación Banco Santander se incorporará al Patronato de la Fundación Museo Bellas Artes de Bilbao la Directora del Banco Santander en el País Vasco, Patricia Arias.
La presentación de dos obras destacadas de la colección del Museo del Greco (Toledo) –Retrato de Antonio de Covarrubias y Leiva y Retrato de Diego de Covarrubias y Leiva, dos óleos de iguales dimensiones (68 x 57 cm) pintados por El Greco hacia 1600– da inicio ahora a este nuevo compromiso que, además, se va a ver reforzado por la organización de conferencias o encuentros con expertos o artistas que va a permitir que el programa profundice en la mediación con el público. En esta ocasión será el profesor Fernando Marías, uno de los mayores expertos en la obra del Greco, quien dicte una conferencia mañana jueves 11 de mayo a las 19.00 horas en el auditorio del museo (entrada gratuita hasta completar el aforo, disponible en la taquilla del museo).
Las obras del Greco se presentan en la sala 7 del museo dedicada al retrato de corte del siglo XVI y principios del XVII, concebido como una representación del poder al servicio de la idea de majestad y de los intereses dinásticos. Los retratos de Felipe II, su hermana doña Juana de Austria y su nieto Felipe Manuel de Saboya forman una secuencia pictórica que abrió Moro en la corte española de los Habsburgo y que continuaron Sánchez Coello y Pantoja de la Cruz, hasta culminar con Velázquez. Buen conocedor de esta tradición, Pourbus la aplica en el retrato de María de Médicis, reina de Francia. Estos retratos de la colección del museo proporcionan un contexto a los dos del Greco que se presentan ahora como exponentes destacados de la contribución del Greco al retrato civil de la época. Por otra parte, en la sala 8 se presentan dos pinturas del Greco, también de la colección del museo, de tema religioso: San Francisco en oración ante el Crucificado (c.1587-1596) y La Anunciación (c. 1596-1600).
El Greco (Creta, 1541-Toledo, 1614)
Retrato de Antonio de Covarrubias y Leiva y Retrato de Diego de Covarrubias y Leiva. Museo del Greco (Toledo)
En la Corte de Madrid el retrato se había generado en torno a las necesidades de representación del rey y su familia; sin embargo, fue en Toledo, y gracias a la figura del Greco, donde se desarrolló de manera brillante el retrato civil, protagonizado por caballeros ilustres de la vida local.
En la Ciudad Imperial hubo algunos artistas excepcionalmente dotados para el género del retrato como Blas de Prado, a quien se le recuerda por su estancia en Marruecos para retratar a la familia del sultán, por especial encargo de Felipe II en 1593; el desconocido Antón Pizarro, quien pintó un soberbio retrato de un Caballero de la casa Solís con su hijo, conservado en colección privada, en la línea de los retratos tardíos de su maestro cretense, por su tipo y representación inmediata e intensa del modelo o el pintor Juan Sánchez Cotán, famoso por sus bodegones y por su retrato de Brígida del Río, la barbuda de Peñaranda, que perteneció a la colección artística de Pedro Salazar de Mendoza, administrador del Hospital de Tavera. Precisamente en este Inventario de Bienes, redactado el 13 de junio de 1629, aparecen “dos retratos de los Covarrubias” que podemos identificar con los que hoy en día se exponen en el Museo del Greco.
La aportación del Greco a la historia española del retrato es fundamental. Sus retratos, generalmente figuras de busto sobre fondo neutro, con rostros de tres cuartos de perfil y profunda penetración psicológica, nos proporcionan una magnífica galería de efigies de la sociedad de entonces. El artista se adaptó al ambiente ciudadano y gozó de la confianza de las familias más importantes de Toledo, que recurrieron a él para sus retratos. En ellos se acerca con notable realismo a la personalidad del retratado, lo que sumado a la gama cromática empleada y la influencia de los modelos venecianos los ha convertido en precedente de los retratos de Velázquez. El Greco como retratista ha dejado imágenes de marcada intensidad de los personajes que le rodearon y confiaron en él, desde humanistas como los hermanos Antonio y Diego de Covarrubias hasta caballeros anónimos que se han fijado en nuestra memoria como arquetipos de la España grandiosa y sombría de su tiempo.
Antonio de Covarrubias fue un jurista de prestigio y uno de los grandes amigos del Greco al que ayudó a introducirse en los círculos eclesiásticos e intelectuales de Toledo a la muerte, en 1584, de don Diego de Castilla. El pintor le representó de edad avanzada y con un cierto movimiento propio de su vitalidad o, tal vez, de su desasosiego interior, reflejo de la sordera que padeció durante su vida. Viste una toga o ropa de jurista de color negro abotonada a la altura del pecho bajo la que sobresale en el cuello otra prenda de color blanco.
El Greco le representó al menos en dos ocasiones más: una de ellas en El entierro del señor de Orgaz a la derecha, de perfil, con barba cana y ropa de eclesiástico. Otra versión de esta pintura se conserva en el Museo del Louvre desde 1941, adonde llegó como parte del intercambio entre los Gobiernos español y francés para la recuperación de varias obras salidas irregularmente de nuestro país.
Doménico lo elogió en una nota suya al tratado de Vitruvio: «aquel Antonio de Covarrubias (se diría un milagro de la naturaleza) en el cual se albergan no sólo elocuencia y elegancia cicerioniana y un perfecto conocimiento de la lengua griega, sino también una bondad y una paciencia infinitas y esto lo hace resplandecer de tal modo que turba la vista y me impide proseguir».
Destaca la expresión de vivacidad y serenidad contenida de Diego de Covarrubias que, al igual que su hermano Antonio, poseía una sólida formación y ocupó altos cargos en la jerarquía eclesiástica. El Greco no le conoció en vida, ya que murió meses antes de su llegada a Toledo en 1577, pero probablemente se inspiró en el retrato mucho más frío que había hecho antes Alonso Sánchez Coello. Hermano de Antonio, ambos eran hijos de uno de los más celebres arquitectos del Renacimiento español, Alonso de Covarrubias. Además, acudieron juntos al Concilio de Trento como jurisconsultos, y su asombrosa erudición fue ensalzada por muchos críticos extranjeros. Prototipo de humanista del Renacimiento fue teólogo, jurista, catedrático de la Universidad de Salamanca y obispo de Segovia. Con el cabello y la barba grises y la mirada al frente, aparece recortado sobre un fondo neutro y viste con sotana, sobrepelliz blanca y bonete negro. Alrededor del cuello tiene una cinta blanca que sujeta, a la altura del pecho, una cruz pectoral verde de oro y esmeraldas, propia de los obispos.
Estas pinturas realizadas hacia 1600 son un excelente ejemplo de la aportación del Greco a la historia española del retrato, consagrándose como introductor en nuestro país del retrato psicológico, es decir, de aquel que muestra algo tan sutil y difícil de captar como es la vida interior de la persona. (Luis Alberto Pérez Velarde. Conservador del Museo del Greco -Toledo-)
Foto: Bingen Zupiria, consejero de Cultura del Gobierno Vasco y presidente del Patronato de la Fundación Museo de Bellas Artes de Bilbao; Borja Baselga, director gerente de la Fundación Banco Santander; Patricia Arias, directora territorial País Vasco, Banco Santander; y Miguel Zugaza, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao.