Las obras reunidas en esta exposición tienen al sonido como referencia ineludible. En algunos casos, ocupando el espacio, midiéndolo incluso. O evocándolo desde unos silencios que tanto sirven para acotar como para sugerir.
El espacio, pues, como contenedor de sonido. Y el silencio abriendo un mundo de sonidos en espacios diversos.
Las obras expuestas pretenden responder a algunos de esos planteamientos, dialogando entre sí o haciéndolo con lugares escogidos del museo. Para ello, materiales de variada naturaleza –soportes, esculturas, obra gráfica, objetos- visibilizan tanto el silencio como el sonido latente o congelado, mientras otros trabajos muestran de qué modo medios y soportes de audio se ponen al servicio del discurso del arte sonoro, bien en forma de instalaciones, de piezas sonoras y visuales, o como puras propuestas de escucha. Los conciertos programados complementan y refuerzan esos contenidos.
Tres grandes apartados (Silencios habitados, El sonido y sus soportes y Exploración de espacios) articulan la exposición. Pero muchas de las obras se sitúan en un terreno de intersección entre esas categorías, rasgo que también define la selección de temas y contenidos.
Silencios habitados tiene como obra de referencia la partitura 4’33» (1952), de John Cage. Obra silenciosa desde su formulación, es sin embargo recipiente de todo tipo de sonidos ambientales cuando se interpreta. En torno a ella se agrupan la Definición de silencio (1981) de Concha Jerez, un dibujo-partitura dedicado a Cage y a Juan Hidalgo, y Quoting Cage 4’33» (2012), de María de Alvear y Miguel Ángel Tolosa, un ready-made ideado como mecanismo de una caja de música «silenciosa» basada en la obra cageana.
Con estrecha vinculación al tema está la «instalación para llevar» MRP nº 4 (Silencio Metareferencial) (2002), de Oscar Abril Ascaso, conformada por distintos soportes de audio ocupados por silencio (Sliencio vinílico, Silencio magnético, Silencio digital), una selección de los dibujos que integran las Variations du silence (1990-1991), de Baudouin Oosterlinck, desarrolladas en torno a espacios naturales recorridos por el autor, y El ojo del silencio (1999), de José Antonio Sarmiento. Esta última es sin embargo una obra inicialmente muy ruidosa, en la que 150 receptores de radio suenan hasta que se agotan sus baterías y el silencio se impone. Un proceso en el que, como decía Cage, «cuanto más ensordecedor es el ruido, más próximo y vecino parece el silencio. La saturación es para el oido/ojo otra forma de silencio».
Bajo el epígrafe El sonido y sus soportes se reúnen obras como los Cuatro poemas sonoros (1992) de Isidoro Valcárcel Medina, cuádruple partitura que traslada otros tantos textos literarios en imágenes o insinuaciones gráficas que componen un cuadro plástico evocador del sonido. El encarte de un disco de vinilo nunca publicado es el soporte visual para las fotos e inscripciones que integran El jinete solitario (1981), de Nacho Criado, dedicada a Juan Hidalgo. Las Paleofonografías (2015-2016) de Javier Ariza Pomareta, de las que se ofrece una selección, remiten a cintas y mecanismos de casete impresos en pequeñas piedras, como fósiles de una obsolescencia tecnológica programada. Por su parte, las partituras gráficas elegidas de la colección Imaginary Music (1973) de Tom Johnson nos proyectan hacia una música silenciosa, apenas sugerida.
Como transferencias entre lo plástico y lo sonoro, se incluyen dos obras relacionadas con el radioarte: las Pieces of Reality, de Philip Corner, páginas originales asociadas a sus Piezas de Realidad Musical (1994), y Ludus Ecuatorialis (1990-2010), de Ricardo Bellés y José Iges, en la que el dibujo de Bellés interpreta la partitura original de Iges para la obra homónima firmada por ambos.
En Exploración de espacios se integran cuatro instalaciones, desplegadas en distintos espacios del Museo. Walking the line (2017), de José Maldonado, emplea una cinta magnetofónica desde la cual se escuchan instrucciones grabadas por el autor, definiendo los volúmenes y planos que aquella recorre. Vincenzo Succo Marconi (2010-2017), de Vacca, genera un clima rítmico sonoro contínuo a partir de radios y reproductores de audio colgados de un fragmento de marco barroco. Por su parte, José Antonio Orts compone en Territorio rítmico (2017) una instalación interactiva con el visitante. formada por dos tipos de circuitos sonoros fotosensibles que generan sonidos percusivos de muy diferentes texturas según la luz que captan. Bosch & Simons emplean en su Último esfuerzo Rural III (2017) viejos objetos metálicos procedentes del entorno rural, a los que se les han acoplado vibradores y se les inyecta aire comprimido a distintas presiones, para generar imprevisibles sonoridades.
Por último, en el Claustro se ofrece en audición contínua una selección de piezas sonoras breves, realizadas en los años 80 y 90 del pasado siglo XX por autores españoles procedentes de campos como el arte visual, el video, la electroacústica, el radioarte o la improvisación; una buena muestra de la variedad de disciplinas que han venido concurriendo en el llamado «arte sonoro».
La dimensión temporal está presente en la experiencia del visitante, en la evolución de los objetos sonoros que se le ofrecen, incluso en los dibujos y en las partituras exhibidos. Pero es más relevante si cabe en los conciertos que se han programado. Alesandra Rombolá construye un sutil discurso espacio-temporal desde el silencio, Ramón González-Arroyo propone una evolución octofónica de sonidos electrónicos previamente elaborados, mientras Edith Alonso y Antony Maubert construyen a dúo una narrativa basada en temáticas sociales y políticas.
espacio. sonido. silencios busca incidir en algunas líneas de trabajo y argumentales empleadas por autores que utilizan el sonido con criterios artísticos, para construir un relato que parte de obras históricas y llega hasta nuestros días. (Jose Iges, Comisario de la exposición).
MUSEO PATIO HERRERIANO
Sala 9, Claustros, Patio de los Reyes, Patio de Novicios
Calle Jorge Guillén, 6. 47003 Valladolid-España
Del 8 de junio al 27 de agosto de 2017