Kenna es mundialmente reconocido por sus fotografías en condiciones extremas de iluminación, lo que le permite un peculiar manejo de la luz a través de larguísimas exposiciones. El resultado son unas imágenes bellísimas, etéreas, oníricas, en las que nunca aparece directamente el hombre.
Con más de 400 exposiciones individuales en todo el mundo, obra en las colecciones permanentes de casi un centenar de museos y una veintena de libros publicados, la obra de Michael Kenna es reconocida internacionalmente por sus serenas cualidades meditativas, su templada y minimalista composición y una exquisita técnica de laboratorio. Kenna lleva treinta años fotografiando el mundo natural, elementos arquitectónicos, parques, fábricas, espacios industriales, ruinas, confesionarios… Evita las tecnologías digitales, optando por el cuarto oscuro tradicional, imprimiendo él mismo cada copia de gelatina de plata y reducido tamaño, 20 x 20 cm.
Nacido en 1953 en Lancashire, Inglaterra, en el seno de una familia profundamente católica, Kenna inició sus estudios en el seminario con la intención de entrar en el sacerdocio. Al cabo de unos años descubrió que la vida religiosa no era para él y se matriculó en el Banbury School of Art, donde fue expuesto a un amplio universo de técnicas artísticas. Allí descubrió su pasión por la fotografía, ingresando después en el London College of Printing, para posteriormente lanzarse al que sería el primero de sus muchos viajes por el mundo. En Nueva York descubrió galerías donde se exhibían fotografías y por primera vez se percató de la posibilidad de ganarse la vida haciendo lo que más le apasionaba.
De vuelta en los EE.UU., se dirigió hacia el oeste, pero los indomables paisajes americanos carecían de esa presencia humana que buscaba y acabó en California. En San Francisco conoció a Ruth Bernhard (Berlín, 1905 – San Francisco, 2006), la célebre fotógrafa germano-americana del desnudo femenino, que lo contrató para ampliar sus fotografías. “Positivé para ella durante muchos años. En ese entonces comencé a hacer mi propio trabajo porque ella me enseño muchísimo sobre el positivado”, recuerda el artista.
“Mi obra se aproxima más a la poesía haiku que a la prosa” observa, y es la precisa destilación de cada elemento de la imagen lo que da a sus fotografías su simple luminosidad. El resultado es una obra que encarna una esencia atemporal y silenciosa, evocando otro mundo, paisajes domesticados, donde la presencia del hombre se nota por su ausencia. Le interesan los espacios donde el hombre ha cohabitado con la naturaleza durante siglos, y esta interacción con el entorno ha dejado su huella. Sitios como la vieja Europa o Asia le permiten desarrollar ese ingrediente esencial en su trabajo que es “el sentimiento de recuerdos e historias y ambientes que residen en el paisaje”.
Un viejo y solitario árbol encorvado a la orilla del lago Kussharo en invierno aparece en varias de las series de Hokkaido. Kenna describe al árbol como “una gran y anciana dama” y lo ha visitado una docena de veces. “No soy un fotógrafo paparazzi. No corro a un paisaje para sacarle una foto y luego huir de nuevo. Muchas veces paso mucho tiempo dando vueltas al árbol, conociéndolo, en el sentido de que hablo con el árbol. Intento ser muy respetuoso y me gusta volver a ese mismo árbol, dos años más tarde, cinco años más tarde, o tan a menudo como pueda». Se considera un retratista de la naturaleza y, como en el caso del retrato de personas, cuanto más tiempo pase el fotógrafo con su sujeto, más profunda será la comunicación y el entendimiento entre los dos y más profundo y sutil será el resultado. En las vistas solitarias de nieve barrida de Hokkaido, Kenna captura el alma del paisaje y de las gentes que allí viven o a veces mueren. Habla del paisaje en términos del pueblo japonés, “La quietud es una parte del carácter japonés. Ellos pueden ser unos salvajes en la ciudad, haciendo karaoke a las cuatro de la madrugada, pero el paisaje es un lugar silencioso, tranquilo y muy hermoso. Hay un tipo de disciplina, casi exigente, en el pueblo japonés y eso se refleja en su paisaje”.
La exposición podrá visitarse del 2 de julio al 3 de septiembre de 2017 y, en el marco de la misma, se realizarán una conferencia, visitas guiadas, un encuentro con el autor y un concierto de música antigua japonesa.
Fundación Museo Evaristo Valle
Camino de Cabueñes, 261 · 33203 Somió/Gijón
Tel. 985 33 40 00 · e-mail: museo@evaristovalle.com
www.evaristovalle.com
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