Coincidiendo con la celebración de 23 de abril, del Día del Libro, el Ayuntamiento de Madrid rinde homenaje a la célebre librera Felipa Polo Asenjo, ‘La Felipa’, con la colocación de una placa del Plan Memoria de Madrid en la calle Libreros, 16, donde vivió y tuvo abierta su librería durante 64 años. Este Plan municipal tiene como objetivo reconocer a las personas ilustres, destacas, famosas y populares que han contribuido a la historia de la ciudad.

En el acto participaron el concejal del distrito Centro, Jorge García Castaño; Luis Regino Mateo del Peral, miembro numerario del Instituto de Estudios Madrileños, y Juan José Asensio Hita, sobrino nieto de Felipa y heredero del negocio que ahora está situado en el barrio de Prosperidad.

“Felipa Polo Asenjo, ‘La Felipa’ (1911-2002). Amiga de los estudiantes y los amantes del libro”. Así reza el texto de la placa con la que Madrid recuerda a la propietaria de la librería posiblemente más frecuentada por los universitarios madrileños de la segunda mitad del siglo XX.

Felipa nació en Loranca de Tajuña, Guadalajara, donde pasó sus primeros años. Llegó a Madrid con 9 después de quedarse huérfana y a los 12 comenzó a trabajar en la librería de Doña Pepita, otra mujer excepcional de su tiempo que además de amante de los libros fue maestra de sordomudos y radiotelegrafista. De su mano Felipa aprendió un oficio que en esa época no solo consistía en comprar y vender volúmenes sino que precisaba también saber encuadernar y restaurar los libros si era preciso.

Número 16 de la calle Libreros

En 1944, cuando falleció su benefactora, Felipa abrió su propio negocio en la calle Libreros, uno de los lugares de la ciudad donde se concentraban numerosas librerías debido a su cercanía a la entonces sede de la Universidad Central situada en la calle San Bernardo. En el mismo edificio donde estaba su establecimiento, en el número 16 de esta calle, fijó su hogar en la primera planta.

Allí desarrolló su trabajo durante 64 años. En principio, se dedicó a comprar libros usados que restauraba para luego venderlos. Posteriormente empezó a comprar también libros nuevos y con los años su negocio adquirió tanta fama que atrajo no sólo a los estudiantes madrileños sino a otros provenientes de todo el país. Las colas para acceder a la librería se convirtieron en el paisaje habitual de cada comienzo de curso académico.

Felipa no se limitaba a vender volúmenes, también aconsejaba a sus clientes y ayudaba a los que se encontraban en dificultades económicas, prestándoles los libros que necesitaban para preparar sus exámenes.

En este trabajo que fue la pasión de su vida permaneció hasta el año 2000, cuando decidió cerrar el establecimiento. Falleció dos años después.