Fundación MAPFRE ha presentado en Madrid la exposición Rodin-Giacometti, que trata de explorar por primera vez en España tanto los paralelismos como las disparidades entre la obra de ambos artistas, generando así un diálogo que nos muestra las conexiones de sus respectivos trabajos.
Rodin-Giacometti muestra algunas de las preocupaciones que los dos artistas tuvieron en común durante sus procesos creativos, como fueron la importancia del modelado y la materia, el trabajo en serie o el cuestionamiento constante del pedestal.
Las más de 200 piezas que forman la exposición muestran cómo ambos creadores hallaron, en sus respectivas épocas, modos de aproximarse a la figura de manera totalmente nueva, a la vez que arraigada en su tiempo: en Rodin el mundo anterior a la Gran Guerra; en Giacometti, el inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Los Burgueses de Calais, una de las obras más importantes del maestro francés, abre el recorrido expositivo. En esta pieza Rodin trabajó cada una de las figuras como si fueran independientes entre sí, generando así una experiencia con el espectador, que podía recorrer la obra y mezclarse con las figuras libremente. A finales de la década de los cuarenta, Giacometti, tomándole el relevo, se interesó por los grupos escultóricos. Piezas como El claro hablan del interés del artista a lo largo de toda su trayectoria por comprender la paradoja que supone la soledad del individuo, aunque se encuentre entre la multitud.
Gusto por el fragmento
El gusto por el fragmento es otra de las características que ambos artistas comparten. Rodin, en una fecha tan temprana como 1878, se atrevió a exponer en el Salón su obra El hombre con la nariz rota (1864) como si fuera un trabajo terminado. Esta pieza actuaría como un prólogo de muchas de las piezas de Giacometti que parecen haber sufrido un accidente, como Cabeza de hombre (1936).
Junto al accidente, la búsqueda de la expresividad hace que muchas de las esculturas de Rodin rocen la caricatura en una suerte de deformación, que no es menos evidente que en otras de Alberto Giacometti, como es el caso deLa nariz.
El pequeño busto de Silvio, las diversas figuras de pie o las cabezas de Diego son un buen ejemplo del uso que hace el artista suizo de la materia, en la que deja la impresión de sus dedos al modelar e incluso la incisión de sus uñas. Rodin ya había dejado percibir el barro bajo el bronce en algunas de sus piezas y, por ejemplo, en el busto de su Balzac, se pueden ver las estrías del bronce en el cuello.
Continúa la muestra con las obras Torso del Estudio para San Juan Bautista, llamado Torso del hombre que camina (1878-1879) y Mujer (plana V) (1929), en las que se observa cómo desde sus inicios, tanto Rodin como Giacometti se interesan por el arte del pasado, realizando numerosas copias de esculturas antiguas, griegas o romanas, -que en muchas ocasiones deriva en un trabajo en series, práctica habitual para ambos-, pero también cicládicas, sumerias o egipcias.
Finaliza el recorrido expositivo El hombre que camina. Tanto el ejemplar de uno, como el de otro reflejan la fusión de las culturas y el interés por el arte del Renacimiento. Aunque comparado con el de Rodin, el Hombre que camina de Giacometti parece desgastado y frágil, el del maestro francés también muestra una gran expresividad y con ello todo el sentimiento de la fragilidad humana.
Presentación de la muestra
En la presentación de la muestra han participado Nadia Arroyo Arce, directora de Cultura de Fundación MAPFRE, junto con las comisarias de la exposición Catherine Chevillot, directora del Musée Rodin, y Catherine Grenier, directora de la Fondation Giacometti.
Hasta el 10 de mayo en la Sala de Exposiciones Recoletos (Paseo de Recoletos, 23) en Madrid.