«El humor es libertad» por Rafael Fraguas a propósito de la visita a la exposición “La Constitución por Forges».

«El humor gráfico en la España constitucional no puede explicarse sin la larga vigilia que, bajo el franquismo, precedió a su posterior despliegue. En aquella prolongada víspera, un puñado de humoristas gráficos comprometidos con la sociedad, afinó el lenguaje y el trazo para eludir la represión y la mediocridad del Régimen; destellando chispazos de ingenio, consiguió hacer aflorar la crítica social contra la asfixia moral e intelectual impuesta por el franquismo durante la posguerra. Y se granjeó, así, una legitimidad que posteriormente le acreditaría como potente fuelle para borrar de la escena española tanta dolorosa tristeza: movilizó un criticismo democrático hasta entonces en obligada letargia, que dio paso a una nueva forma de gozar con la sonrisa, juzgar desde la reflexión y percibir la vida desde un saber versado hacia la alegría, como es el que el humor encarna.

De tal manera, mediante un esfuerzo evidente de reflexión y autocrítica, aquellos humoristas gráficos -Chumy Chúmez, Jaume Perich, Dodot, Martín Morales, Julio Cebrián, Dátile, Serafín, Manuel Summers, Arturo, Nuria Pompeia, OPS, Saltés, Cabañas, Peridis, Forges, entre muchos otros-, lograron en un primer momento erradicar las malas yerbas, cosechadas por el humor oral de los llamados cómicos a costa de ridiculizar al paleto, al campesino, a la mujer, al obrero, al hortera, a las personas débiles en general y a los animales –eso sí-, siempre a voces y discriminándolos desde el primer fotograma de cualquier filme, programa de radio o sala de teatro. Aquel humor añejo y chabacano, tan vinculado a las demandas del señoritismo y de la agresividad clasista, comenzó a abandonar su presencia pública para asistir al surgimiento de un nuevo tipo de humor, ahora gráfico, cultivado desde las revistas y los diarios.

En uno de estos medios (Informaciones) comenzaría el nuevo proceso, cuando el periodista Jesús de la Serna encomendó a un ilustrador, Antonio Fraguas Forges, la hechura diaria del “editorial gráfico”. Aquel reto, cargado de responsabilidad, entrañaría consecuencias de gran alcance no solo para el Periodismo, sino también para el conjunto de la sociedad. Hasta aquella fecha, el supuesto sentido común sobre el que el humor oral pivotaba no había sido otra cosa que expresión de mensajes necesarios para mantener el poder y el dominio de quienes dominaban. La censura arrinconaba cualquier intento de sortear el cerco, aderezado con la moralina de institutos religiosos que acostumbran arrogarse el monopolio interpretativo del Derecho Natural, tan endiabladamente difícil de desenraizar.

Pero, a partir de entonces, albores de la Transición, la necesidad de democratizar la vida española, demanda anhelada por lo mejor de la población y manifiesta en la lucha en calles, aulas y fábricas, movilizó enormes contingentes de ingenio popular: costumbres, inercias y tópicos comenzaron a saltar por los aires; aquel puñado de activistas del humor gráfico, tras haber peleado por abrir paso a la libertad creativa, se propuso dar expresión nueva a tan caudaloso fluir de deseos colectivos. Y entre todos lo consiguieron gracias a que la herramienta que desplegaron, mixtura perfecta de dibujo y lenguaje, poseía un potencial emancipador inusitado: el humor es libertad.

Ellos supieron aplicarlo a sus dibujos recurriendo a lo que Pierre Bourdieu definiría como sociología espontánea que, sin ser disciplina de validez científica, se convierte en indicador del ánimo social, de los propósitos e ideales que infiltran la vida cotidiana a las gentes de a pie y amueblan su fuero interno. Con la paulatina conquista de las libertades y, sobre todo, con el despliegue de su ejercicio,el humor gráfico quedó inserto en la vida cotidiana de una manera natural,desprovisto ya de aquel ropaje discriminante que le alejaba de su función liberadora. Ya era posible dar rienda suelta a las torsiones entre sonido y sentido, entre significantes y significados, entre dibujo y palabra, que presiden el artificio del humor, que se ve sancionado siempre por el éxito, según subrayara Manuel Junco, teórico del humorismo gráfico, para el cual, su cometido primordial es el de hacer evidente los aspectos más ridículos y grotescos del poder y de su impostura, así como los de cuantos formalismos atenazan el discurrir de nuestros días.

El humor gráfico, a partir de entonces, no solo esgrime la añorada libertad de expresión sino que, como un torrente vivaz e irrefrenable, incorpora como suya la reivindicación del derecho de la ciudadanía a la información, derecho éste que da sentido a aquella libertad. Porque el humor es, asimismo, información. Por ende, la desbordante creatividad, sazonada de ingenio, de los humoristas gráficos, logra cada día romper lanzas por un léxico juguetón, innovador y eficaz, bañado por la realidad cotidiana de las gentes, para ampliar así ese horizonte de nuestro universo cuyos límites el lenguaje define.

Todo ello se conjugó en un género periodístico propio, el humor gráfico, inseparable ya del día a día, pese a los embates que el bastidor espacio-tiempo de nuestras vidas recibe con el despliegue incontrolado de las tecnologías. En medio de la soledad de las ciudades, de los frenéticos ritmos productivos, de la precariedad salarial y dela abducción que nos impone el vidrioso mundo de lo virtual, el humor gráfico se yergue todavía como un poderoso faro de realidad, erguido sobre ingenio,reflexión y sonrisa, que nos salen al paso para refrescarnos con la brisa tenue de la libertad.»

Rafael Fraguas es Doctor en Sociología por la Universidad Complutense, escritor y periodista, miembro fundador de la redacción del diario El País.

(*) Este texto procede del artículo del mismo título de Rafael Fraguas, coautor con Fernando Jaúregui del libro “Los periodistas estábamos allí” en el 40º aniversario de la Constitución Española de 1978.

Foto: Rafael Fraguas, periodista y Doctor en Sociología, hermano de Forges.

Del 12 de noviembre de 2019 al 23 de febrero de 2020