Con un discurso expositivo más internacional, con mayor presencia de mujeres y más peso de la pintura social
El Museo Nacional del Prado presenta la reordenación de las salas dedicadas al siglo XIX
La nueva museografía de las salas del siglo XIX, con 275 obras, frente a las 170 del montaje anterior, plantea una exploración más profunda de esta colección, dotándola de una mayor continuidad con el arte predecesor, para finalizar en las primeras décadas del siglo XX. Además, esta nueva revisión, realizada doce años después de la inauguración de estas salas en 2009, contextualiza más ampliamente el arte español dentro del arte europeo ofreciendo una perspectiva más global de las manifestaciones artísticas decimonónicas.
De los más de 130 autores diferentes, 57 de ellos hasta ahora no habían estado representados en las salas, 13 son mujeres y 37 extranjeros, frente a los 10 de la instalación anterior. Por primera vez se incluye una muestra de autores filipinos en la colección permanente y se incorporan nuevas disciplinas artísticas como la miniatura, con un importante conjunto de 40 obras, el grabado y la medallística.
Se dispone también una mayor presencia de la pintura social, la más importante en la última década del siglo, y se presenta una sala dedicada a los retratos y autorretratos de artistas, a modo de parnaso pictórico y escultórico español. La gran galería abovedada, la sala 75, alberga ahora la pintura de historia con obras de gran formato y diversas esculturas, prestando atención a los procesos creativos a través de la incorporación de una docena de bocetos de algunas de las obras más relevantes.
El Museo Nacional del Prado vuelve a abrir al público las salas dedicadas a la colección del siglo XIX con la visión más profunda, audaz e integradora desde que se inauguraron en 2009 como parte del Plan de Colecciones denominado La colección: La otra ampliación.
Desde Las pinturas negras de Goya en la sala 67, pasando por el gusto por la mirada al pasado nacional en la sala 75, para terminar en la apertura al siglo XX con la renovación artística e intelectual en España, el recorrido por las 15 salas de esta ala sur del edificio Villanueva, unos 1.600 metros cuadrados, plantea diálogos entre autores, pinturas y esculturas, y asociaciones que hablan de influencias y admiraciones. Nuevas narrativas que procuran mayor espacio a la pintura social, a nuevas geografías, al mundo en femenino y a las artes decorativas.
Tras un recorrido por las pinturas murales al óleo que ocuparon dos habitaciones de la llamada Quinta del Sordo, que Goya había comprado en 1819, las Pinturas negras, y por otras obras de sus años finales, el visitante se adentra en la sala 64 con obras realizadas durante las dos primeras décadas del siglo XIX, una época marcada en España por la crisis política y bélica derivada de la expansión napoleónica, que enfrenta el 2 y 3 de mayo de Goya a La muerte de Viriato, jefe de los lusitanos de José de Madrazo, junto a su boceto, obra marcada por el canon neoclasicista.
El movimiento neoclásico supuso, durante las últimas décadas del siglo XVIII y primeras del XIX, la revitalización del arte europeo y, aunque las colecciones del Prado de este periodo cuentan principalmente con obras españolas, se incluyen ejemplos de artistas europeos destacados como Thomas Lawrence, británico, Pierre Guérin, francés, o Gottlieb Schick, alemán, en la sala 63.
El triunfo del Neoclasicismo en España abarca el primer tercio del siglo XIX y se puede contemplar en la sala 62 a través de obras de algunos de los autores más destacados de su tiempo como José Aparicio, Juan Antonio Ribera o José de Madrazo. En esta misma sala hay una vitrina con 40 miniaturas, cinco de ellas obra de mujer, entre las que destaca La amabilidad, una aguada sobre marfil de Marcela de Valencia adquirida por el Museo Nacional del Prado en abril de este mismo año.
Tras la sala dedicada al Romanticismo en la que se incluyen ejemplos de la recuperación de la tradición pictórica del Siglo de Oro, con Esquivel y Federico de Madrazo, y del influjo de Goya, en Alenza y Lucas, y la escultura romántica San Jerónimo en bronce de José Piquer, se avanza hacia la sala dedicada a Eduardo Rosales, uno de los más grandes nombres del arte español de todo el siglo XIX, que volvió su mirada desde el purismo académico hacia la lección realista del arte de Velázquez.
El paso hacia la sala 75, gran galería abovedada, sumerge al visitante en un conjunto de acontecimientos y personajes históricos al servicio de los valores nacionales entonces emergentes a través de obras de gran formato que, en ocasiones, pueden contemplarse junto a su boceto. Aquí se puede contemplar la evolución estilística, igual que en la escultura, desde el purismo académico inicial al realismo y al naturalismo. Una obra en material no habitual, la cera policromada, el modelo del sepulcro de Colón en la Catedral de Sevilla, realizado por Arturo Mélida, amplia la visión finisecular.
En la sala 62 B, Paul Baudry, Jean-Louis Ernest Meissonier, Rosa Bonheur y Franz von Lenbach representan el arte cosmopolita europeo. Junto a ellos, Martín Rico y Raimundo de Madrazo se desarrollaron profesionalmente en París, el centro artístico más importante de Europa, el primero a través del paisaje, y el segundo del retrato.
Entrando en el tercer cuarto del siglo XIX, el visitante encuentra a Fortuny en la sala 63 B, pintor reconocido internacionalmente por su extraordinaria habilidad y relacionado aquí, a través de una de sus mejores copias, la del San Andrés de Ribera, y una de sus obras más destacadas, el Viejo desnudo al sol, con la tradición pictórica española.
La evolución del paisaje del Romanticismo al Realismo llega de la mano de Carlos de Haes, Martín Rico, Luis Rigalt y Muñoz Degrain, entre otros, en la sala 63 A.
Y si hay una sala especialmente impactante en este recorrido se trata de las sala 62 A. En ella se reúnen 54 retratos y autorretratos, imágenes de los principales artistas y, entre ellos, todos los que fueron directores del Prado en el siglo XIX, a modo de parnaso pictórico y escultórico español.
Tras el agotamiento de la pintura de historia y con el auge del naturalismo, la pintura social se convirtió en la manifestación más difundida del arte de la última década del siglo XIX. A la obra de Sorolla, ¡Aún dicen que el pescado es caro!, se une ahora en la sala 61 A, entre otras reivindicaciones sociales, Una huelga de obreros en Vizcaya de Cutanda, que interpreta las revueltas del sector de la siderurgia, con una reproducción del marco original de la obra. En esta misma sala, dos mujeres que se incorporaron públicamente a la práctica de la pintura, María Luisa de la Riva y Fernanda Francés, y una representación pintores nacidos en las islas filipinas. Y se completa con la sutileza del grupo escultórico de Miguel Blay, titulado Eclosión.
En la última sala del recorrido, a las obras de Joaquín Sorolla, el artista español con mayor proyección en los años del cambio de siglo, al igual que Mariano Benlliure que lo fue en escultura, y de Aureliano de Beruete, se suma ahora una mayor presencia de la obra realizada en las primeras décadas del siglo participante de las corrientes simbolistas e impresionistas, con Regoyos, y modernistas con Hermen Anglada-Camarasa y una de sus discípulas, María Blanchard, que se incorpora así a la colección permanente del Prado.