Crucero fluvial por el Ródano: naturaleza, cultura y gastronomía

El Ródano tal vez no tenga la grandiosidad del Danubio o el Volga, el romanticismo del Rin o el glamour del Sena, pero, a su modo, es un río original que nace en las frías cumbres de los Alpes suizos en el glaciar al que da nombre y tras un descanso en el lago Leman de Ginebra pasa a Francia, recorre bellas ciudades y paisajes espectaculares, se divide en dos creando un extenso delta, para descansar finalmente en la tibias aguas del Mediterráneo.

El curso del Ródano, el río más caudaloso de Francia, acaricia ciudades grandiosas como Lyon, Vienne o Aviñón, tiene un poso histórico importante, desde el paso de Aníbal y sus elefantes a las constantes visitas pacíficas y no tanto de los romanos, bordea paisajes admirables como el Parque Natural de Camarga, las gargantas del Ardeche, con su espectacular Pont d’Arc de 34 metros de altura o el Parque Natural Regional de Vercors.

En las orillas del Ródano se extienden grandes campos de lavanda, viñedos que dan lugar a conocidos vinos como el Beaujolais, que llega puntualmente cada tercer jueves de noviembre a las mesas de toda Europa y enormes salinas y a corta distancia se descuelgan preciosos pueblos medievales.

Para que no falte nada, también hay recuerdos en sus orillas de grandes artistas. Las Canteras de Luces de Val d’Enfer, inspiraron a Dante para su Divina Comedia, los rincones y cafés de Arlés fueron pintados por Van Gogh, que vivió allí año y medio, donde perdió su oreja y recibió la visita de sus amigos Picasso y Gauguin, en Mâcon se pueden seguir los pasos de Lamartine y desde Martigues se emprende camino hacia el país de Cézanne en Aix-en-Provence; en Sète, ya en el Mediterráneo se descubre la ciudad natal del poeta Paul Valéry y del cantautor Georges Brassens.

Claro que tampoco hay que olvidar otros artistas de hoy, como Paul Bocuse, considerado el mejor cocinero del siglo XX, con varios restaurantes y braserías cerca de Lyon.

La mejor forma de viajar

Pero para disfrutar del recorrido por el Ródano, nada como hacer un crucero fluvial. Los cruceros fluviales son una forma única de disfrutar en los grandes ríos del mundo en barcos de pequeño tamaño, para no más de 200 pasajeros, pero con todo lujo de detalles a bordo, entre otros, alta gastronomía y los mejores vinos.

La compañía CroisiEurope, líder europeo en este tipo de travesías con 56 barcos y aumentando cada año, permite recorrer ríos como el Danubio, el Rin, el Sena, el Ródano, el Loira, el Volga, el Duero, el Guadalquivir y muchos más en Europa y, desde hace poco, también otros en distintos continentes, como el río Chobé, el lago Kariba en los meandros más bellos de África Austral, el río San Lorenzo y el lago Ontario en Canadá o el delta del Mekong en Vietnam y Camboya.

Un crucero fluvial es el más cómodo y despreocupado medio de conocer otros países, otras formas de vivir. El hecho de recorrer Europa admirando ricas culturas, que se fueron originando al calor de las cuencas de sus ríos, es una experiencia tan atractiva como inolvidable. A bordo todo son facilidades. Se trata de unas verdaderas vacaciones a su aire deleitándose con el paisaje, charlando con los amigos y descansando. El crucero es una forma diferente y maravillosa de viajar.

A bordo de un barco se encuentra todo aquello que uno busca en sus vacaciones: descanso y actividad, soledad y compañía, gastronomía y sobriedad. Todo está allí y es uno mismo quien elije lo que quiere en cada momento. Esta es la principal característica del crucero. Tiene todo lo bueno de un viaje organizado, pero deja libertad al viajero para que programe su tiempo.

En un crucero hay que olvidarse de hacer maletas después de cada etapa. Los camarotes y el propio barco ofrecen todas las comodidades posibles, todas las que permiten las dimensiones limitadas de estos cruceros de río, que no deben compararse con los súper cruceros de mar, tanto por su capacidad como por las instalaciones a veces tan ilimitadas como los mares que surcan.

Por el contrario tienen atractivos importantes: visitas a pie (ya que los muelles están en el corazón de las ciudades), atmósfera más familiar, lo que permite mejor comunicación y convivencia con el resto del pasaje, la práctica imposibilidad de marearse dada la estabilidad de los cauces fluviales regulados por esclusas, etc. Y cuando la travesía resulte algo tediosa o los elementos atmosféricos no acompañen, nada mejor que un buen libro, una buena música o una copa para relajarse y disfrutar del tiempo libre.

Lyon punto de partida

El crucero por el Ródano parte de Lyon pero hay que llegar a la ciudad uno o dos días antes para conocerla, porque vale la pena. Muchos la llaman “la Ciudad Luz”, no se sabe bien si por referencia a los hermanos Lumière que inventaron el cinematógrafo y proyectaron su primera película aquí, por la luz especial que tienen sus casas al borde del Ródano y el Saona (todo un lujo tener dos grandes ríos en la misma ciudad) o por la celebración del Festival de las Luces, cada 8 de diciembre, inspirado al parecer por la Virgen que preside la basílica de Fourvière, mezcla de fortaleza e iglesia, y lo primero que se ve cuando se alzan los ojos en Lyon.

Esta puede ser también la primera visita de la ciudad y la mejor impresión de su grandeza. Se llega fácilmente en “La Ficelle”, como los lioneses llaman a su funicular. La recia construcción exterior contrasta con el colorido interior, en particular una serie de mosaicos que narran la historia de Francia y el cristianismo. Una recomendación particular: tras la visita, tomar una copa o cenar en el recién inaugurado restaurante La Bulle, del “estrellado” Guy Lassausaie; solo por las vistas merece la pena, pero la cocina está a juego.

Un agradable paseo –cuesta abajo– lleva al corazón de la ciudad, permitiendo ver en el camino Lugdunum, recuerdo de su origen romano y los Jardines del Rosario, extensos y relajados. Enseguida se toma contacto con los traboules, pasajes interiores que conectan varias casas y que en la práctica funcionan como atajos entre calles.

También se encuentran en la colina vecina la de Croix-Rousse. Originariamente, se crearon para trasladar de forma rápida las mercancías que llegaban por el río sin tener que dar un largo rodeo, solo que al conectar distintos edificios concebidos de forma independiente, adoptaron formas arquitectónicas caprichosas, llenas de escaleras improbables y pasadizos retorcidos.

Uno de los patios más bellos, también Patrimonio de la Humanidad, es el que da al Museo del Cine y las Miniaturas, en el que se muestran objetos relacionados con el Séptimo Arte y, sobre todo, el trabajo de su fundador Dan Ohlmann, un ebanista dedicado a la decoración de interiores, creador, por ejemplo, de los decorados de la película El Perfume, y autor de infinitos decorados en miniatura de una perfección absoluta y con los temas más variados, desde el restaurante Maxim´s de París al Museo de Historia Natural, con maquetas del tamaño de un palmo de un dinosaurio de 10 metros.

Ya se está de lleno en el Vieux-Lyon, con su catedral gótica de St. Jean y, dentro, su fantástico reloj astronómico del siglo XIV, con las bouchon o taberna tradicional, donde buena parte de los platos tienen como base la casquería variada. Frente al Palacio de Justicia, una pasarela peatonal lleva a la Presqu’ile, entre el Ródano y el Saona con sus grandes avenidas y edificios suntuosos que dibujan el mayor conjunto renacentista de Europa, Patrimonio de la Humanidad desde los años 80.

Hacia el sur se llega a la plaza Bellecour, el espacio abierto peatonal más grande de Europa, donde se alza, un tanto solitaria, la estatua ecuestre de Luis XIV que monta a pelo, como los emperadores romanos ¡no era nadie el Rey Sol! Un poco más allá, frente a la Universidad está el muelle donde espera el Van Gogh II, el barco de CroisiEurope que recorre el Ródano.

Un recorrido muy exclusivo

Aunque hay varios recorridos por este río, el crucero elegido navega durante la primera noche –mientras los pasajeros, tras el cóctel de bienvenida, toman contacto con la exquisita gastronomía a bordo– y toda la mañana siguiente en dirección a Arlés, donde se llega después de la comida. En el camino, se asoman al río pequeños pueblitos, antiguas abadías, restos de castillos, vides y sembrados, mientras el barco se cruza con algunos veleros, barcazas, medianos cargueros y barcos de transporte.

Uno de los lujos de este crucero es, una vez más, el reencuentro con la calma, con la naturaleza, con las cosas sencillas. Es tiempo de olvidarse de las prisas habituales, de los ruidos de la ciudad, de las aglomeraciones. Es tiempo de escuchar el silencio, de observar los reflejos del agua, de relajarse viendo el lento transcurrir de las orillas en las que algunos pacientes pescadores tratar de conseguir el almuerzo con pequeños peces, mientras alguna garza lo hace escarbando en busca de lombrices.

A lo lejos se vislumbran campos de lavanda, la imagen más genuina de Provenza, plantaciones de cereal, vides y olivos. De vez en cuando se pueden observar alcatraces que vuelan en formaciones largas, con pinceladas negras en el cuello amarillo, gaviotas de pechugas níveas y mantos renegridos, que lanzan gritos bulliciosos, pequeños petreles y patos que chapotean en la superficie del agua con patas palmeadas.

A las puertas de Arlés está Palavas-Les-Flots, capital de la Camargue, un mosaico de estanques y tierras empapadas de sal, una región que se caracteriza por sus manadas de caballos, que nacen marrones y al crecer se hacen blancos, y sobre todo por sus toros, negros y con los cuernos en forma de lira, que se remontan a tiempos de los romanos, con los que se practica una suerte de corrida, aquí llamada carrera camarguesa, en la que los jóvenes raseteurs desafían a los toros para tratar de quitarles las escarapelas, borlas y cordeles que se han enganchado a sus cuernos.

Es una suerte parecida a la de los recortes que se celebran en algunas localidades españolas, pero tal vez más peligrosa ya que no solo hay que sortear al toro sino acercarse mucho a sus cuernos, quitarle los adornos y luego salir corriendo y saltar la barrera, que con frecuencia el toro salta también.

Los animales, además, están muy resabiados ya que hacen estas actuaciones durante 5 a 8 años. Eso sí, en Camargue nunca se les da muerte en la arena, aunque su carne tiene incluso Denominación de Origen. De regreso a Arlés se recorre el Parque Natural de la Camargue, tierra de pantanos y salinas, maravillosa reserva natural de 85.000 hectáreas donde abunda la fauna y la flora más ricas y pintorescas de Europa. Este es uno de los lugares favoritos de los flamencos, que abundan por centenares, ya que entre sus aguas se cría la artemia, una especie de camarón o gamba pequeña responsable del color rosa del plumaje de los flamencos. También las lagunas de sal se vuelven rojas en ocasiones creando un espectáculo único.

También de camino se llega a la encantadora ciudad de Saintes-Maries-de-la-Mer, un pueblito de pescadores veraniego y lugar destacado de peregrinación para los gitanos que veneran a la virgen negra Sara, compañera de las dos Marías que fueron las primeras testigos de la resurrección de Cristo; en mayo se prepara la fiesta gitana más grande de Europa.

El pueblo está lleno de pequeñas tiendas y restaurantes en los que no faltan gigantescas paellas hechas con el arroz de la zona y recubiertas de mejillones, la “gardiane”, estofado de carne de toro, o las chirlas. Casi el único monumento es la iglesia de Notre-Dame-de-la-Mer, construida en el siglo XII y fortificada en el siglo XV, que más parece una fortaleza que una iglesia.

Arlés la ciudad que inspiró a Van Gogh

Tras la naturaleza de la Camargue toca el turno a la histórica Arlés. Su infinita belleza, su patrimonio con importantes vestigios romanos y románicos y el hecho de que sus espacios naturales hayan sido incluidos en la red de la Reserva Mundial de la Biosfera, han propiciado que esta ciudad sea declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO.

Aunque cuenta con una larga historia que se remonta a 2000 años de los que conserva importantes monumentos, es conocida sobre todo porque enamoró a Van Gogh y otros pintores, gracias a su mágica luz. Aquí vivió el holandés y en tan solo 15 meses de estancia, vio cómo se desarrollaba su periodo más productivo. En 1888 concibió nada menos que 300 obras en su célebre Casa Amarilla, que fue destruida tras la guerra. Aunque hoy, ninguna de sus telas se encuentre en la ciudad.

Pero se recuerda su presencia en numerosas placas que reproducen sus obras en el lugar donde fueron concebidas. Por ejemplo, en la céntrica Place du Forum, se reproduce “Terraza de café por la noche” y se ve la fachada amarilla del café que hoy lleva su nombre. Otra de las obras fue “Jardín del hospital en Arlés” que hoy puede visitarse, se trata del hospicio al que fue llevado tras el famoso accidente con su oreja tras una disputa con Gauguin (y tal vez por efecto del exceso de absenta), junto al que residió un tiempo en Arlés.

Gracias al trabajo de arqueólogos, hoy se puede visitar una gran colección de edificios del periodo romano, como su anfiteatro de finales del siglo I y que hoy en día sigue funcionando para casi 12.000 espectadores que asisten a espectáculos taurinos. También el teatro romano en el corazón de la ciudad. Tampoco hay que olvidar la importancia de sus monumentos románicos como el delicioso claustro de la iglesia de Saint Trophime, recientemente restaurado y que presenta esculturas de excepcional calidad en sus galerías que datan del siglo XII y del XIV.

En la ciudad de los Papas

Avignon, le palais des papes

Tras una noche de navegación y cena suculenta, en la que tomaron protagonismo el Foie-gras de canard mi-cuit de Perigord, el Lomo de bacalao con emulsión de zanahoria con ajo dulce, el queso Bouchon Lyonnais y, comme dessert, la Tortilla noruega flambeada con Grand-Marnier y coulis de frambuesa, se llega a la mítica Ciudad de los Papas, Aviñón, tal vez más célebre que por los Papas, por la única canción en francés que todos los niños aprendían en los viejos tiempos: “Sur le pont d’Avignon, on y danse, on y danse, Sur le pont d’Avignon, on y danse, tous en rond”.

Cuando se contempla la primera imagen del Palacio de los Papas se comprende mal el empecinamiento que tuvieron siete obispos de Roma en vivir allí, entre 1309 y 1377, dentro de sus sobrios y fríos muros, en lugar del lujo del Vaticano; aún menos el enfrentamiento que llevó al Cisma de Occidente, entre 1378 y 1417, en el que la Iglesia se encontraba dividida bajo dos obediencias, la del papa residente en Roma (Urbano VI) y la del antipapa residente en Aviñón (Clemente VII). Sin contar, claro, con el aragonés que se mantuvo “en sus trece”, Benedicto XIII, que no obedecía ni a uno ni a otro y permaneció en su castillo de Peñíscola.

Más allá de su imponente estructura como uno de los monumentos góticos más importantes del mundo, el Palacio de los Papas ofrece poco interés. El interior está prácticamente vacío y son varias salas seguidas muy similares, hay que verlo, pero no dedicarle demasiado tiempo.

Es preferible deambular por las calles del viejo Aviñón, como la Rue de Teinturiers, o la Place de l’Horloge, el pleno centro y llena de actividad y terrazas, recorrer sus impresionantes murallas de la que hoy todavía quedan en pie, y protegidas como Patrimonio de la Humanidad, 16 puertas y unas 40 torres. También merece una visita el Petit Palais, cerca del Palacio Papal disfrutar de sus casi mil obras de arte, entre las que destaca ‘La Virgen y el niño’, del maestro Botticelli.

Mención aparte merece el célebre Puente incompleto del que solo se aprecia una parte, lo que le da seguramente más atractivo, pero que llegó a tener una longitud de 900 metros y conectaba Aviñón con la vecina Villeneuve-lès-Avignon, cruzando varios tramos del río Ródano. Una de las mejores vistas del puente es desde los cercanos Jardines des Doms que también merecen una visita.

Una naturaleza sorprendente

En el tramo final del crucero, ya próximos de nuevo a Lyon, se descubren en dos excursiones los mejores paisajes y el triunfo de la naturaleza en esta poco conocida zona de Francia. El largo recorrido de 32 kilómetros entre Vallon-Pont-d’Arc y Saint-Martin-d’Ardèche es una sucesión de gargantas espectaculares. Las aguas del río Ardèche han necesitado más de cien millones de años para excavar este profundo cañón. El resultado es asombroso: un inmenso desfile de escarpes calcáreos que en algunos puntos alcanza los 300 metros de altura, en medio de una naturaleza salvaje y preservada.

El arco natural del famoso Pont d’Arc, puerta de acceso a las gargantas, constituye el punto de partida ideal para descender el Ardèche en piragua como hacen cientos de aficionados cada día. El suave curso del agua y las espectaculares orillas permiten desde un recorrido de 8 kilómetros que se hace en varias horas al descenso casi completo de 32 kilómetros, con una duración de uno, dos o tres días. Al pie del Pont d’Arc, agradables playas de arena incitan a tomar el sol y a bañarse.

Los que no quieran o puedan hacer deporte, se deberán conformar con apreciar las vistas desde los impresionantes miradores acondicionados, donde se divisan unas vistas espléndidas e increíbles. En el camino descubrirán, por ejemplo, las impresionantes cuevas de Aven d’Orgnac, catalogadas como Grand Site de Francia y uno de los monumentos naturales más importantes del país.

Otras cuevas que pueden merecer la pena son las Grottes de Saint Marcel o las de la Madeleine, muy accesibles ambas desde la propia carretera panorámica que recorres las Gorges de l’Ardeche.

La última de las excursiones, también ligada a la naturaleza, es el Parque Natural Regional de Vercors, una fortaleza natural de piedra caliza con elevados escarpes, profundas gargantas, simas y cuevas, altas mesetas, valles verdes, praderas alpinas y bosques que revelan un patrimonio excepcional. La gran biodiversidad del Parque lo convierte en un territorio excepcional, con una flora y fauna particularmente ricas.

Aquí conviven numerosas especies animales, entre las que se incluyen 135 especies de aves, 65 especies de mamíferos y 17 especies de reptiles y anfibios. Entre los mamíferos, destaca la presencia de grandes ungulados como gamuzas, muflones, ciervos, corzos, jabalíes y cabras montesas. Y con respecto a la flora, en el territorio existen 85 especies vegetales protegidas y 75 tipos de orquídeas.

Por último, no se puede hablar del macizo de Vercors sin evocar su pasado histórico. Este territorio montañoso fue un lugar destacado de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los más importantes maquis de Francia. Sin embargo, este movimiento heroico concluyó de forma trágica en julio de 1944, con el intenso ataque alemán contra Vercors. Un pequeño museo, algunas carcasas de rústicos aeroplanos y un ordenado cementerio dan testimonio de aquellos actos.

De nuevo en Lyon toca poner fin al crucero fluvial, guardar los recuerdos y las vivencias, hacer promesa de ponerse a dieta tras los dos kilos conseguidos en el comedor del barco… y hacer planes para el siguiente crucero fluvial con CroisiEurope, naturalmente.

Guía práctica:
Hay cruceros con varios recorridos y escalas de cinco a siete días de duración, con precios entre 817 y 1.515 euros por persona, con algunas ofertas especiales, y salidas hasta final de octubre.

Texto: Enrique Sancho
Fotos: Carmen Cespedosa y CroisiEurope

Información:
https://www.croisieurope.es/
Tel.: 912952497
Y en agencias de viajes

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