Aunque para 1903 existían 1063 establecimientos de alimentación en el madrileño barrio de Lavapiés -de los que 195 eran tiendas de ultramarinos-, hoy apenas restan unos pocos. Y los pocos que sobreviven lo hacen a duras penas.
Es el caso del establecimiento de Comestibles Finos de la calle de San Carlos esquina con la calle de Ministriles. Se ha ido incrementando la velocidad de su deterioro en los últimos años, desde el cese de su uso comercial. En algunas zonas se ha perdido la cohesión entre los azulejos y el paramento vertical. Las juntas entre los azulejos presentan una degradación generalizada en toda la fachada, los espacios entre unas baldosas y otras no son uniformes. Por otro lado, esto ha derivado en pérdida de elementos completos (lagunas), así como pérdidas parciales de la cerámica y vidriado. En algunos azulejos se pueden apreciar fracturas, fisuras y restos de suciedad. Por estos motivos, la tienda de Comestibles Finos acaba de ser incluida en la Lista Roja que elabora la asociación Hispania Nostra (https://listaroja.hispanianostra.org/) y que recoge más de 1.200 monumentos españoles que se encuentran sometidos a riesgo de desaparición, destrucción o alteración esencial de sus valores.
El negocio de Comestibles Finos aparece datado en el catálogo de establecimientos comerciales de la Comunidad de Madrid en el año 1920. Sin embargo, ya estaba registrado como tienda de comestibles en 1879 en el anuario-almanaque del comercio, de la industria, de la magistratura y de la administración, con Don Antonio Alonso Álvarez como dueño.
Entre los años 1890 y 1929 se emplazan en el inmueble diferentes negocios —carnicerías, tiendas de comestibles, lecherías, peluquerías, zapaterías, fruterías…—, hasta que el 28 de abril de 1929 se traspasa oficialmente el establecimiento a Juan Álvarez Álvarez, quien se dedica a la venta de comestibles hasta 1935. Sin embargo, desde 1924, Juan Álvarez ya tenía establecida en el inmueble una panadería, bajo contrato de inquilinato. Es posible deducir que, debido a que las iniciales de Juan Álvarez coinciden con las del letrero de la fachada, la azulejería que recubre la arquitectura corresponda a esta época. Los azulejos tenían la función de decorar y servir de reclamo publicitario para un negocio de ultramarinos. En el año 1936, Juan Álvarez traspasa el 10% del establecimiento a Juan Aritmendi quien regenta también una tienda de comestibles hasta el año 1972.
En el interior de la tienda, además de una trastienda que servía de almacén, existía una pequeña vivienda para la familia Aritmendi González, que atendía el negocio. Todos los productos se vendían al por menor, se despachaba el género a granel pesándose en básculas de 1 kg. Al principio, cada producto se encargaba a un representante y, más tarde, se realizaron los pedidos a través de una cooperativa de la calle Barceló. Durante estos últimos años, el inmueble fue propiedad de Florián Rubio, que también tenía una lechería en el número 4 de la misma calle, y actualmente, casi cincuenta años más tarde, el local pertenece a su hija.
El azulejo de la fachada, de simetría radial de cuatro ejes, tiene un tamaño de 20 cm. de alto por 20cm. de ancho. Los azulejos son de color azul de cobalto y amarillo de antimonio sobre un fondo blanco, combinados con otros azulejos de los mismos colores que enmarcan con una cenefa la composición de azulejos de simetría radial.
En la parte superior de los vanos se encuentra el rótulo que da nombre al comercio. En este caso, la cerámica vidriada está elaborada con la técnica de arista que proporciona un acabado en relieve. Se emplea el azul para la tipografía y los elementos decorativos, predominando el fondo amarillo. La fuente tipográfica es artesanal, por lo que no corresponde con ninguna registrada. La suma de la totalidad de la superficie de azulejería corresponde a 9 m².
Álex Navajas Josa
Fotos: Beatriz Collar Castro