El Museo de Altamira recibe la donación de un retrato de María Sanz de Sautuola

La pintura, atribuida al pintor gallego Luis Mosquera Gómez, retrata a la ‘descubridora’ de los bisontes de Altamira en su vejez Donada por la familia Botín-Sanz de Sautuola, podrá verse de forma temporal en el espacio Vínculos del museo

El Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, museo estatal del Ministerio de Cultura, mostrará a partir de mañana el retrato de María Sanz de Sautuola, la ‘descubridora’ de las pinturas rupestres de Altamira.

La pintura, atribuida al gallego Luis Mosquera Gómez (1899 – 1987), ha sido donada al museo estatal por la familia Botín-Sanz de Sautuola y muestra una imagen totalmente alejada de la conocida niña de ocho años, que descubrió las famosas pinturas en una de las visitas de su padre Marcelino Sanz de Sautola a la cueva de Altamira. La retratada, ya en su vejez, porta un sencillo atuendo en negro y dirige una mirada penetrante al espectador, reflejándose con veracidad sus rasgos fisionómicos y su personalidad.

El cuadro estará expuesto de forma temporal en el espacio Vínculos del Museo de Altamira, a pocos metros de una de las primeras reproducciones del techo de los polícromos firmada por Paul Ratier, encargada por su padre Marcelino Sanz de Sautola para dar a conocer las pinturas de Altamira, y que conservó su hija María hasta 1933, cuando lo donó al entonces Museo Municipal de Santander.

Retrato María Sanz de Sautuola

El descubrimiento de Altamira
La cueva de Altamira fue descubierta por Modesto Cubillas, alrededor de 1868, quien avisó a Marcelino Sanz de Sautuola, erudito local, de su existencia. Este gran aficionado a la arqueología la visitó en varias ocasiones, pero no fue hasta 1879 cuando, acompañado por su hija María, ella descubrió las famosas pinturas de bisontes.

A la cueva de Altamira le corresponde el privilegio de haber sido la primera cueva con arte rupestre atribuida a grupos humanos del Paleolítico. No obstante, esta idea, defendida por Marcelino Sanz de Sautuola desde un principio, causó el escepticismo de sus contemporáneos. De hecho, esta atribución paleolítica no fue aceptada y reconocida hasta que en 1902 se descubrieran otras cuevas con pinturas rupestres en Francia. Desde entonces tiene el privilegio de ser icono del arte rupestre paleolítico.

¡Papá! ¡Mira qué bueyes!
«A María Sanz de Sautuola le cupo uno de esos singulares honores que muy de tarde en tarde, en la Historia, recaen sobre unas pocas criaturas predestinadas.

Aquel que primero ve la tierra de un Continente desconocido; el que primero percibe la luz de una nueva estrella; el que encuentra una fórmula matemática con la que se somete a los movimientos de la naturaleza a un orden; el que, en suma, entrega a la Humanidad un secreto milenario es, sin duda, una criatura predestinada. A estos seres se diría que en un instante de su vida, sólo previsto por Dios, les visita un ángel que mueve su mano o sus ojos hacia un punto donde está la luz de la inteligencia humana en tinieblas.

Aquel día de mayo de 1879, María Sanz de Sautuola y Escalante acompañaba a su padre don Marcelino, ilustre arqueólogo, el primero en explorar, estudiar y catalogar el yacimiento de la famosa cueva de Altamira. Sólo se sabía entonces que el hombre primitivo, cuya vida empezaba a conocerse, labraba toscas hachas de sílice, esculpía en hueso algunas figuras de animales y, todo lo más, rayaba con sus pedernales las paredes de las cavernas para aprisionar algunos movimientos elementales de los grandes mamíferos del periodo postglaciar.

Que el hombre, en los albores del mundo estuviera tan dotado del soplo divino que hubiera podido llegar a la sublime abstracción de dimensiones y volúmenes mediante el arte de la pintura, era cosa que nadie podía imaginar.

Siguiendo a su padre, María Sanz de Sautuola, menuda y ligera como un pájaro silvestre, penetró en la cueva de Altamira, sobre la que, sin duda, revoloteaba el ángel. Don Marcelino se puso a trabajar agachado, porque el techo de la cueva era muy bajo. Pero la niña podía estar de pie. El Destino exigía que estuviera así, y con una simbólica luz en la mano, como la imagen misma de una anunciación. Era una indecisa luz de aceite mineral que arrojaba sobre las paredes unas terribles y largas sombras que la niña iba siguiendo con sus pupilas predestinadas. De pronto, María Sanz de Sautuola dio un grito y alargando hacia el techo su manita inocente, dijo:
— ¡Papá! ¡Mira qué bueyes!
Es que había llegado el ángel y la niña entregaba al mundo el tesoro impresionante de la pintura prehistórica».
(El Diario Montañés, 27/4/1946. *Extracto del obituario de María Sanz de Sautuola publicado en Informaciones, 28/1/1946).

Retrato María espacio Vínculos

María Justina Sanz de Sautuola (1870-1946)
María Justina Sanz de Sautuola nació en Santander en 1870. Fue hija única de Marcelino Sanz de Sautuola y descubrió las pinturas de Altamira mientras su padre realizaba excavaciones en la boca de la cueva. La influencia de su progenitor fue muy grande y pudo asistir a diversos homenajes que se le prestaron a su padre, como la exposición de Arte Prehistórico Español en la Biblioteca Nacional de Madrid o el monumento que le dedicó el Ateneo de Santander.

Firme defensora de la conservación de las pinturas de Altamira fue miembro de la ‘Comisión Conservadora del Templo de la Prehistoria’ y participó en la creación del primer Museo de Altamira, inaugurado en 1924. En 1946 falleció en Santander y el periódico Informaciones de Madrid publicó su obituario unos días después. Un extracto de esta noticia, recogida por un periódico regional, ha sido rescatado para el folleto editado para la ocasión.

Redacción

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